viernes, 13 de abril de 2012

EL LOCO DORREGO - EL ÚLTIMO REVOLUCIONARIO


Un libro de HERNAN BRIENZA (Editorial MAREA)

Manuel Dorrego según Hernán Brienza
Por Susana Solanes*

  Hernán Brienza aclara en el epílogo la razón por la cual escribió este libro: explicar las razones de la violencia en la década del 70. Se pueden agregar otras más: el por qué de la ausencia de Manuel Dorrego en la historiografía argentina, quién ocupó qué lugar durante los años que corrieron del 1810 al l830, quiénes se beneficiaron con la muerte de Manuel y finalmente el papel de las potencias extranjeras, especialmente de Portugal e Inglaterra durante esos convulsionados años.
  Ningún libro alcanza para dar a luz, por sí solo, a la verdad absoluta, porque simplemente esta verdad única no existe. Pero de lo que podemos dar cuenta, es de una aproximación al permanente litigio argentino: el autoritarismo porteño frente al anhelo de las provincias de formar parte de las decisiones y los beneficios de un gobierno federal. La manera de destacar situaciones, retratos o acciones, significa para un autor tomar partido en una batalla ideológica. Brienza selecciona entre los muchos discursos de Dorrego, aquél en el que se descubre su admiración por el sistema republicano federal. El 29 de setiembre de 1825,  desde su banca en la Legislatura pronuncia uno de los discursos más encendidos a favor de ese sistema. Entre otros aspectos dice: “…Pero supongamos que este sistema federal contenga errores y males que vengan a perjudicarnos, pregunto: ¿la masa general decidida por el sistema federal, no pondría un empeño en que él se ponga en planta, si probase que los errores que se les atribuyen son falsos? Esta tendencia de la masa general a recibir con gusto el sistema federal, ¿no es una ventaja? ¿Por qué los legisladores han querido hacer creer que la dominación era una emanación de la divinidad para inspirarles un deseo de respetarlas?” Está hablando un hombre convencido de su republicanismo no elitista, basado en la legitimidad popular.
  Manuel Dorrego nace en Buenos Aires el 11 de junio de 1787. De su madre criolla, hereda la inclinación a la cultura y al conocimiento. De su padre, un portugués que entendió a la aldea que crecía junto al Río de la Plata como una oportunidad, la conciencia de no deberle nada a nadie. Este sentimiento lo acompañó toda su vida, en su indisciplina, en su brutal sinceridad que lo hizo enfrentarse con sus superiores en el Ejército. Pero lo afirmó en el estudio, donde se destacó como mejor alumno de su promoción en el Colegio San Carlos y en la oratoria con la cual conquistaría por igual a soldados y a orilleros.
  Su desempeño en los distintos ejércitos en los que actuó, lo destacaron como animador de la tropa, valiente hasta la temeridad, lúcido intérprete de la situación en el campo de batalla para llevar a cabo la estrategia acertada. Su acción audaz e inteligente volcó el triunfo para las filas patriotas en Salta y Tucumán. Y, según el pensamiento del mismo Belgrano, su alejamiento del Ejército del Norte, fue una de las posibles causas de las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma.
  En el exilio al que lo condenó Pueyrredón, valora lo que de positivo tiene la democracia norteamericana. Cuando se lo deporta por segunda vez en esta ocasión a la Banda Oriental, apoya los esfuerzos de los patriotas para liberarse del Imperio del Brasil.
  Su inclinación hacia los humildes, los marginados, y su decisión de no entregar el país en manos de las potencias europeas, le atrajeron los odios de la elite porteña. Las intrigas y los recelos personales, hicieron que los caudillos del interior lo abandonaran apenas asumió como gobernador. La traición de sus más íntimos, lo aisló políticamente.
  Los últimos instantes de su vida son narrados ficcionalmente por el autor. Lo inevitable sucede cuando su fusilamiento, el 13 de diciembre de 1828, corta dramáticamente con la línea iniciada en  la Revolución de  Mayo, una nueva visión del país, federal y americanista. En el contraste de los personajes de nuestra historia, el relato cobra espesor y nos devuelve las imágenes de un pasado contradictorio y tormentoso. Rosas y Estanislao López, Rivadavia y Dorrego, San Martín y Lavalle.
  Los historiadores optaron por ignorar la figura de Dorrego, al fin y al cabo era un republicano derrotado. Lavalle de victimario fue convertido en víctima. Su arrepentimiento por el asesinato de Dorrego, no lo exculpa de su crimen.
  Donde el autor pone a Manuel con sus creencias en la soberanía localista pero profundamente americanista, también convoca a los que heredaron su legado y lo sostuvieron a pesar de las diferencias ideológicas: Leando N. Alem, Hipólito Irigoyen, Juan D. Perón, John W. Cooke, Arturo Illia y Héctor Cámpora.
  En  la oposición de ideas entre Rosas y Dorrego, se establecen claras diferencias, aunque los dos defendían la soberanía nacional. Dorrego era un hombre de la revolución, mientras Rosas era partidario del orden. Imbricada en esta disyuntiva, la conjura con Lavalle como actor único, pero con los complotados en las sombras, que pertenecen a la poderosa clase dirigente porteña deseosa de hacer negocios con el extranjero. Brienza devela estos nombres, en un intento por salvar una injusticia: la revolución encabezada por Lavalle se constituyó en el primer golpe cívico-militar de nuestro país
  Las demás reflexiones quedan para los lectores. La abundante bibliografía que se ofrece, seguramente permitirá aclarar y contrastar nuestras propias ideas, los errores y omisiones que, gracias a las investigaciones históricas de estos últimos años, van siendo superados.


*Escritora, crítica literaria
  Miembro del Centro de Estudios Populares

 

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