sábado, 6 de marzo de 2021

SOBREACTUANTES

Por Roberto Marra

La sobreactuación es una manera bastante común, por parte de algunos funcionarios, de posicionarse ante quienes se pretende ganar la confianza o el beneplácito. Se trata de decir lo que los escuchas quieren oir, después de haber sido “amaestrados” por el poder mediático sobre lo que a estos les interesa imponer como corriente de pensamiento generalizada. La cadena de intereses no se detiene en los medios, ya que ellos son las “terminaciones nerviosas” de los dueños del Poder Real, ámbito donde se gestan las tramas perversas de la dominación mediante el engaño y la mentira santificada.

Lo que los poderosos necesitan, es siempre más poder. Esto, al igual que las formas en que actúan, directa o subliminalmente, lo conocen todos y todas quienes ejercen roles fundamentales en la política. La inocencia, vale repetirlo, no forma parte del repertorio de sentidos comunes que hacen al ejercicio de tan noble tarea como la de representar al Pueblo. Más bien, el “arte” de la política consiste en saber reconocer en los adversarios (o enemigos) las capacidades y debilidades, para poder tomar las decisiones correctas en función de los objetivos que hayan generado la adhesión popular a sus postulados electorales.

Claro que no actúan así la mayoría de quienes desempeñan roles representativos. Son relativamente pocos los capaces de sobrevolar la oscuridad del Poder y desentrañar las verdaderas intenciones de sus actos. De ahí la aparición de esas actitudes medrosas en algunos funcionarios, ante hechos generados por los enemigos, destinados, invariable y necesariamente (para ellos), a socavar los planes del gobierno al que pretenden destruir.

La “moderna” manera de actuar por parte de los (aparentemente) eternos dueños de nuestros destinos, es con mentiras elevadas al rango de certezas incontrastables, con falsedades empujadas a los tribunales donde la palabra que todo lo resume es “lawfare”. Esto produce, además de daños directos sobre la vida de las personas, estigmas que se multiplican en sus debilitadas mentalidades, transformados ya en meros observadores pasivos de una realidad mostrada, siempre, distinta a los hechos y sus causas.

Los “sobreactuadores” especulan ante esa situación, privilegiando la continuidad en sus cargos antes que la lealtad a los objetivos manifestados desde los inicios de sus ejercicios. Es así que, ante situaciones donde se ponen a prueba los valores sostenidos doctrinariamente, por desvíos o errores cometidos (o puestas en escena que representen algo así) por algunos de sus compañeros de ruta e ideología, optan por manifestarse fervientemente contra ellos, antes que analizar las razones y las evidencias de lo sucedido.

La exageración y ampulosidad en sus declaraciones, no hacen más que reproducir lo que el enemigo necesita que se diga. Las respuestas a quienes fungen de “periodistas independientes”, no hacen sino alimentar el fuego encendido por los dueños del Poder, que nunca arde sino en virtud de sus intereses. La multiplicación de tales exposiciones del funcionariato temeroso de lo que digan los medios, ayuda irremediablemente a tropezar con la misma piedra de siempre, esa que arrojan siempre al camino del desarrollo virtuoso para regresar al viejo y soñado “esplendor” neoliberal.

Analizar la realidad no puede sólo consistir en mirarla para decir lo que todos digan. Es un ejercicio complejo, demandante de conocimiento y, sobre todo, de convicciones firmes. Es un acto de introspección, para asegurar los valores sustentados y descartar las trampas tendidas para avasallar el camino del desarrollo popular. Es una acción que se debe alimentar de la claridad meridiana de los objetivos y metas que llevaron hasta allí a esos funcionarios, que no son otra cosa que mandatarios de un Pueblo que mil veces ha intentado ponerse de pie. Tantas como ha sido aplastado por la misma maquinaria de un Poder que sigue incólume, seguro de contar con la pobreza intelectual de muchos de quienes dicen ser lo que nunca serán.

Tal vez debieran escuchar con mayor atención y fruición lo que la estadista más importante con que cuenta nuestra Patria manifiesta en cada uno de sus discursos y alegatos. Allí, en las profundas, pensadas y épicas palabras de Cristina, residen esos valores dejados de lado por seguir una corriente que sólo acarrea el limo de la desesperanza y la miseria. En esa conducta leal y honesta, viven las verdades olvidadas, los caminos provechosos y las salidas de un laberinto consumado con la estúpida ayuda de los medrosos repetidores de consignas enemigas.

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