domingo, 14 de marzo de 2021

¡FUEGO!

Por Roberto Marra

El fuego viene acompañando la evolución humana desde hace milenios. Su descubrimiento, o mejor, el descubrir la posibilidad de generarlo y dominarlo, dio lugar a su uso para la cocción de los alimentos y el refugio en su calor en los inviernos, además de la iluminación, mejorando la calidad de vida de nuestros ancestros. Hasta dio lugar a la aparición de religiones que endiosaron a este hecho físico, al considerarlo algo sobrenatural, por la fuerza destructiva que poseía y que, seguramente, habrá sido experimentada en sus propios cuerpos por aquellos primitivos habitantes de nuestro Planeta.

El transcurrir del tiempo y los constantes avances en el conocimiento de la naturaleza, fueron después base para la utilización, de esa simple pero poderosa fuerza, para las guerras, mediante la creación de armas que intentaban aprovechar su efecto destructor. El largo proceso de los descubrimientos e invenciones, posibilitaron desde las flechas con una argamasa encendida o las bolas de fuego arrojadas por catapultas, hasta las bombas nucleares, como las usadas contra las poblaciones inermes de Hiroshima y Nagasaki.

Pero no se detuvo en el armamento el uso de semejante poder calcinante. No tardó en descubrirse que valía también la quema de los pastizales y montes naturales para su posterior utilización como suelo cultivable. Y allí comenzó una costumbre que dura hasta nuestros días, fruto de la cual soportamos el aire irrespirable provocado por el humo y las cenizas de las quemas irresponsables e ilegales en todas la regiones del País. Un método que, además, les permite a esa “raza” antinatural de inescrupulosos latifundistas, eliminar de algunas áreas donde provocan esos incendios, a los originales dueños de esas tierras.

Lejos de un auténtico desarrollo productivo, la continuidad de esos incendios provocados es el uso de productos químicos para provocar la obtención “industrial” de los vegetales de mayor rendimiento económico exportador. Entran a tallar allí las grandes corporaciones mundiales que dominan el negocio del agro, apropiándose de las producciones y de las decisiones para realizarlas a sus conveniencias, jamás a las de la Nación y su Pueblo.

En una sucesión de fatales correlatos, se pierde la tierra en manos de los latifundistas y las corporaciones extranjeras; se pierde el agua que se escapa entre las semillas exportadas y la degradación profunda generada por la utilización indiscriminada de potentes químicos que la envenenan; se pierde el aire que se inunda de partículas que enferman en base a las mismas poluciones de las fumigaciones y los fuegos provocados de ex-profeso.

No se detienen sólo en el uso agrario de las tierras estos piromaníacos ecocidas con auras de empresarios serios. La búsqueda de minerales es también otra razón para sus fuegos arrasadores de la naturaleza y quien por allí transite o viva. Nada ni nadie les importa a la hora de la acumulación de capital, cubiertos como están por legislaciones permisivas y corruptelas judiciales que les facilitan sus extremismos genocidas.

También la urbanización de tierras inmersas en los más bellos lugares turísticos, son apetecidos por estos incendiarios de rostros desconocidos y profundas raíces en el Poder Real. Sin vergüenza alguna, instalan después sus carteles, ofreciendo las tierras arrasadas y robadas con tan pútrido proceder, para construir esos horrendos barrios para potentados de medio pelo, siempre listos para exonerar a los asesinos de la naturaleza y señalar culpables entre los pobres habitantes originarios de los lugares injustamente apropiados.

Todas las provincias de nuestro País vienen siendo atropelladas con las llamas y las topadoras. Estamos viendo como el calor insoportable de la combustión hacen humo, literalmente, nuestras riquezas. Se esparcen las cenizas de la soberanía perdida en manos de los apátritas filibusteros de tierras y aguas, haciendo irrespirable el aire colonizado por los buitres financieros del imperio y sus lacayos locales.

Mientras tanto, funcionarios temerosos más de perder su continuidad en la gobernanza que de servir para poner fin a un sistema que degrada la vida humana y la naturaleza toda, sólo se atreven a elevar un poco la voz, anunciar algunas “reprimendas” a los genocidas de traje y corbata y poner algunos dineros públicos para apaciguar los dolores provocados en miles de compatriotas que pierden lo logrado en décadas de esfuerzos. Siempre atrás de los hechos, después de las masacres a la naturaleza, al final de la destrucción prácticamente irreversible.

No por gracia de Dios, sólo se salvan de las calcinantes acciones pirómanas, los poderosos propietarios (no casualmente extranjeros) de extensiones territoriales tan inmensas como países. Y es que ellos también forman parte de esa red de asesinos de la naturaleza que sólo acostumbran sembrar muerte y desolación. A poco de hurgar entre sus datos empresariales, se les descubrirán acciones de las grandes empresas mineras, de las fabricantes de semillas transgénicas y sus correspondientes agroquímicos y de las que se dediquen a extraernos cuanta agua pueda existir bajo el suelo.

No será pidiéndoles “por favor” que semejantes criminales dejarán de hacernos daño. No habrán de retirarse por voluntad propia de nuestras tierras que queman con sus fogatas aberrantes, convirtiendo en cenizas el futuro, dejándonos secos y vacíos, para que florezcan riquezas en otros lares, que graciosamente les ponemos en bandeja de oro con tanta permisividad incoherente con los postulados que se dicen defender en los discursos.

Es la conciencia y voluntad popular la única capaz de asumir el calor interior de la imprescindible rebeldía para derrotar a tan abominable enemigo. Será el empuje irrefrenable de millones de sentires patrióticos unidos, los que habrán de terminar con tanta estulticia, encendiendo el contrafuego que apague las fogatas arrasadoras de los cobardes asesinos de la vida y de la historia que pretenden dejarnos sin tierra, y sin Patria.

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