miércoles, 17 de marzo de 2021

LOS FABRICANTES DE INFLACIONES

Imagen de "El Hamburgues"
Por Roberto Marra

El tema de la “inflación” es todo un reto, pero no ya sólo para combatirla, sino para definirla. El aumento permanente de los valores de comercialización de los bienes y servicios, aún cuando sean en muy pequeños porcentajes, implica un cambio no ya sólo de los números en sí, sino también de la vara con la que se la evalúa de manera periódica. Con cada punto porcentual del corrimiento de los precios, se reproduce una multiplicación en cadena en toda la actividad económica, sobre todo si se trata del abastecimiento de los servicios esenciales, como el agua, la energía, el transporte y las comunicaciones.

Sin embargo, nadie parece poder descubrir como “ponerle el cascabel al gato”. Nadie asume alguna determinación que permita conocer el origen de semejante enajenación de las bolsillos populares. No es que no se sepa donde buscarlo, sino que se elude hacerlo por las presiones de quienes son, precisamente, los autores de esas “inflaciones”. Conformada como fue esta sociedad elitista, donde el sistema capitalista se asentó en una más que injusta distribución de las riquezas generadas por el trabajo de millones y gozadas por unos cuantos cientos, esos dominadores permanentes son quienes deciden qué, cómo, cuando y para qué se labora. Y, sobre todo, cómo se evalúan los resultados.

Los gobiernos populares intentan reparar los daños realizados en los períodos donde los poderosos pueden colocar algunos de sus títeres al comando del poder político. Pero los condicionamientos duran mucho más que sus tiempos al frente de los gobiernos, por lo cual la tarea está plagada de zancadillas que, no por sabidas de antemano, logran ser evadidas. Hace falta una alta cuota de capacidad, valentía y voluntad reparadora para enfrentarse a semejantes poderíos económicos y financieros, capaces de manipular y corromper a todos los poderes del Estado, algunos de los cuales ya son parte indisoluble de esa caterva de genocidas con auras empresariales.

Hay preguntas sencillas que nunca se responden por parte de esos “formadores de precios”: ¿Por qué se enervan cuando un gobierno propone y dispone averiguar los costos de producción de sus productos? ¿Será, tal vez, por la discrecionalidad con la que elaboran sus precios, muy alejados de un simple acto contable, sino parte de un sistema de multiplicación geométrica de sus ganancias? ¿Tendrá algo que ver con las sabidas maniobras elusivas y evasivas en el pago de impuestos? ¿Se corresponderán con la manera corporativa en la que actúan con sus pares empresariales, conformando una fuerza cartelizada capaz de derribar las mejores intenciones gubernamentales para aliviar los padecimientos populares?

Por supuesto, el Poder Real le imputará al Estado el origen de la inflación, catalogándola (como decía el recordado economista rosarino Rubén Visconti) como una “enfermedad” del sistema económico. Pero fue este mismo autor quien expresaba que la inflación es, en realidad, un arma de defensa (él le decía “el cuchillo trapero”) con el que los poderosos intentan parar la intervención estatal que permita desarmar a ese enemigo permanente de la sociedad, que actúa con la ventaja de contar con los corruptos “escudos” judiciales y mediáticos.

La intención final del Poder es evitar que la Justicia Social se haga realidad, y perder en la relación ventajosa con la que realimentan sus obscenidades de opulencias infinitas. Podrá un gobierno popular tener momentos donde pueda alcanzar una mejor distribución de las riquezas, pero estarán al acecho los detractores de esas buenas intenciones, hasta lograr detener y hacer retroceder tales beneficios. Lo hacen en base a su otra gran ventaja: el poder de comunicación, falaz pero convincente, fatal pero perversamente ejecutado, a sabiendas de las debilidades que siempre quedan en la conformación de una conciencia popular asentada en la falta de conocimiento de estas realidades económicas.

La verdad os hará libres”, reza un versículo biblico. Y deberá el conocimiento de la realidad y su comprensión cabal, ser la que actúe como base para desmantelar este sucio andamiaje inflacionario, que se eleva cada vez que los poderosos lo desean, haciendo añicos las ilusiones de bienestar popular. El camino es la destrucción de las redes oscuras del manejo discrecional de la producción, la industrialización, la distribución, la comercialización y el consumo. Es buscar el dominio del Estado de los resortes legales que limiten la alevosía con la que se mueven estos asesinos de la economia real. Es transparentar los abusos contenidos en cada precio, las prebendas asumidas como “necesarias”, las corruptelas sostenidas por una burocracia asociada en el robo sistematizado de los “grandes empresarios”. Es averiguar los costos reales escondidos detrás de elucubraciones contables falaces. Es asumir el poder popular en su absoluta grandeza, empujando a la sociedad hacia un nuevo destino, donde la “inflación” sólo sea el recuerdo de una historia que estamos obligados a cambiar, para sobrevivir.

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