martes, 29 de octubre de 2019

EL PODER QUE IMPORTA

Imagen de "www.luchadeclases.org.bo"
Por Roberto Marra
La palabra “poder” implica la capacidad de una persona o de un mecanismo cualquiera para realizar algo. Se trata de un verbo cuya utilización es permanente y cotidiana, desde lo indicativo de una acción hasta la abstracción de un pensamiento que intente definir un hecho imaginado. Pero su uso como sustantivo, si bien contiene en sí el concepto de aptitud para hacer, conlleva otro significado que denota dominio, potestad, mando, autoridad, influencia o fuerza.
El Poder”, así, con mayúscula, tiene el intento de manifestar una superioridad que se les otorga o se autoimponen quienes lo ejercen, como paso necesario para mostrarse capaces de decidir acciones sobre y para la sociedad que los ungió por decisión propia o se vio sometida por la fuerza al imperio de sus determinaciones.
Existe el “poder político” de las autoridades electas por el Pueblo o ejercido por quienes de facto y por la fuerza se asumen como dueños de él. Está el “poder económico”, determinado por los actores del sistema de relaciones entre la producción, el trabajo, el comercio, la industria y demás factores que puedan caber en el imbrincado proceso que la sociedad genera para su desarrollo y sostenimiento. Hay un “poder jurídico”, manifestado por el sistema legal que provee las bases para las relaciones entre individuos y corporaciones diversas, además de ser la mano que sanciona las desviaciones de lo establecido por las reglas creadas al efecto de mantener un determinado “status quo” social.
Asumir el poder”, implica toda una manifestación de vigor, significa más que un simple acto protocolar donde se ungen autoridades. Es hacerse cargo de tomar decisiones que involucran a toda una sociedad, incluso a mucho más que a una nación, pudiendo llegar a ser de influjo internacional, cuando lo impuesto se convierte en determinante para el manejo de la cosa pública en otros países, producto de las capacidades de dominación que generan las acumulaciones de poderíos económicos y financieros, base que se resguarda con otro poder, el de la fuerza de las armas.
Las corporaciones transnacionales que se han convertido en propietarias de casi todo en el Planeta, han alcanzado ese particular escaño que parece convertirlos en dioses, al menos del famoso “mercado”, invención suprema del sistema que nos envuelve y parece poseer el “poder” de modificar la realidad de cada nación por influjo de las determinaciones de los pocos que lo manejan de verdad.
Para custodiar semejantes facultades, está el imperio de turno, brazo armado y receptor económico de la expoliación planetaria, poseedor de jurisdicciones sin límites, salvo los que se atrevan a ponerles los rebeldes del sistema, esas anomalías surgidas en algunas naciones, encarnadas en líderes que representan otro poder, el que debiera ser el único, el importante, el supremo: el popular.
El Poder, el endiosado, el que se autoadjudica el mando del Mundo, el que hace y deshace, el que envía a la muerte temprana a millones de desarrapados, esas “sobras” de un sistema obsceno de acumulaciones infinitas y sin sentido alguno, como no sea el perverso placer de plantear superioridades que solo pueden ejercerse por la fuerza; ese “poder” se alimenta cada día de las claudicaciones, de las pobrezas ideológicas, de los desvíos de las convicciones honestas y solidarias de las mayorías que caen bajo el influjo de los planteos fatuos que se introducen en sus conciencias por intermedio de otro “poder” fundamental: el cultural.
Así establecido, ese conglomerado de “poderes” que aportan al que se pretende único y supremo en el Mundo, termina por generar un “pensamiento único”, una única forma de observar la realidad, lo que termina por transformar a las sociedades en autómatas reproductoras del poder de sus verdugos, penetrando hasta a algunos de sus detractores, lo cual imposibilita verdaderos cambios sociales e inmoviliza al Pueblo, que solo se atreve a elevar sus protestas cuando se sobrepasa el límite de la sobrevivencia, y hasta en ese caso suele ser manipulado para el desarrollo y el final de sus luchas.
La utopía mayúscula de acabar con “El Poder”, de transformar al Planeta en el “hogar” que contenga por igual a todos sus habitantes, puede que parezca una fantasía, al menos para las generaciones actuales. Pero la necesidad de terminar con sus oprobiosos manejos, de apartarse del camino de la autodestrucción a la que nos dirigen como humanidad, debieran ser los objetivos supremos de quienes asuman esos pequeños pero imprescindibles “poderes” para los cuales los pueblos emiten sus votos.
Es desde esos rincones por donde, hasta ahora, se pasean muy orondos los dueños del Poder Real, de donde deberán nacer los nuevos caminos que se dirijan a un destino diferente al impuesto por los poderosos, que se atrevan a modificar las bases de sus dominios y lideren la construcción de otra realidad, sobre la que hace décadas se trazaron sus principios nunca cumplidos del todo en los breves períodos donde se intentó concretarlos.
Ahora es la hora de hacerlo, este es el momento que los pueblos no pueden dejar pasar. Ya mismo se impone delinear las politicas que hagan posible despertar de la pesadilla impuesta por los poderosos, para liberar las fuerzas contenidas por los olvidados, los perseguidos, los condenados y los excluídos, para que se transformen en Pueblo, protagonista de su propio destino, asuman todas las competencias que les otorgan las razones escamoteadas desde siempre y hagan realidad el más hermoso de los poderes: el de la Justicia Social.

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