Por Roberto Marra
Hace un buen tiempo ya, “jugar a las figuritas” era uno de los modos de entretenimiento más utilizado por el piberío. Allí se desataban contiendas inacabables, búsquedas incesantes por obtener la “figurita difícil”, pedidos interminables a los padres para que les compren más y más figuritas para ver si la suerte les daba el placer ostentoso de encontrar en esos paquetitos virtuosos, esa que les otorgaría una supremacía sobre todos los demás compañeros de juego. Peleas, regaños, gritos y trampas, eran moneda común en esas tardes de jolgorios inolvidables, hasta que las madres les gritaban que volvieran a sus casas o hasta que la noche los atrapara peleando la última oportunidad con la última piedra lanzada contra la mil veces buscada razón de tanto empeño.