viernes, 2 de mayo de 2025

CONSTRUCCIÓN

Por Roberto Marra

Construcción es una palabra que nos hace pensar en en cimientos, columnas, muros y techos. Nos imaginamos de inmediato, al escucharla, a albañiles colocando ladrillos, realizando mezclas de argamasas o doblando hierros para vigas. Remite a edificaciones portentosas, o a viviendas bellas, o a barrios enteros donde se hacen realidad los sueños del techo propio de miles de familias. Pero “construcción” es un término mucho más abarcativo, que nos introduce en un mundo de complejidades casi infinitas.

Es que la búsqueda de transformaciones de las condiciones sociales imperantes, del cambio de paradigmas políticos y económicos, de modificaciones más o menos profundas en la distribución de la riqueza engendrada por un pueblo, del fin de las miserias materiales y espirituales en las que se desarrollan las vidas de las mayorías populares, generan necesidades imprescindibles de “construcciones” de conceptos, ideas, procedimientos y planificaciones para alcanzar semejantes propósitos con éxito.

Tal como en las que se elaboran con ladrillos y cemento, con cales y maderas, con hierros y piedras, las construcciones de nuevas estadíos sociales requiere de complejas alteraciones de la realidad enfrentada. Necesita de enormes esfuerzos previos, de gigantescos movimientos de masas inermes, unificadas en sus criterios básicos. Requiere de inteligencia de quienes planifican y dirigen esas obras, pero mucho más de quienes con sus propias manos las ejecutan, quienes con sus propios cuerpos soportan el peso de semejantes tareas prodigiosas, que inevitablemente dependen de la observancia de los planes previos, pero mucho más de la unidad de objetivos.

Nuestra Nación, como las otras naciones hermanas de Nuestra América, lleva centurias construyendo y demoliendo sus propias construcciones, cavando cimientos de esperanza para, después de cierto tiempo, observar como se demuelen las columnas de la justicia para reemplazarlas por los muros de la inequidad.

Ahora mismo, esta Patria desvencijada y maloliente, está siendo demolida a golpes por los martillos de las brutalidades de los peores brutos que alguna vez hayan pisado las instituciones del Estado. Con las más bestiales herramientas de destrucción de la historia, han avanzado hasta más allá de lo que en otros tiempos se hubiera tolerado. Los “capataces” a cargo de esta sucia tarea se regodean de sus malas obras, exudan deshonor y perversión en cada uno de su actos deshumanizantes, mientras anudan futuros peores a los que ya parecen demasiado horrendos y dolorosos.

Lo terrible, lo especialmente inconcebible, es que lo hacen con la misma “mano de obra” que antes supo construir otros sentidos, elevar estructuras de vidas mejores, apuntalar futuros promisorios, allanar la vida de las nuevas generaciones con la suave argamasa de las ideas elevadas al rango de la verdad revelada.

Lo nuevo debe comenzar a construirse, como siempre, desde abajo, excavando muy profundo en las consciencias de los sometidos, rellenando los cimientos con el peso masivo de la fuerza popular, animando a quienes pretendan conducir esa nueva proeza a hacerlo con las convicciones como escudos, con las palabras Justicia, Soberanía e Independencia como topadoras que arrasen con las bestialidades de los enemigos contumaces, que son y serán siempre los mismos.

Es tiempo de dibujar los planos de la equidad, de mostrar maquetas de realidades impostergables, de armar reticulados de firmeza espiritual, de acumular los ladrillos de la unidad real, de asegurar los andamios desde donde elevar el edificio más hermoso, el más trascendente, el más fuerte, el único posible para alcanzar el viejo sueño aplastado tantas veces por la empresa de demolición imperial y sus gerentes locales. Llegó la hora de trabajar, en serio y sin cesar, hasta habitar otra vez bajo el techo de nuestras esperanzas. Las de todos, menos las de los ladrones de la historia.

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