Por Roberto Marra
La palabra Patria viene siendo bastardeada desde hace mucho tiempo. Su significado y trascendencia en la consideración de los pueblos ha sido dejado de lado por el oscuro seguidismo de conceptos que pretenden explicar los acontecimientos a través de una semántica retorcida y falaz, producto de la forma de ejercer el poder que tienen quienes lo poseen casi en su totalidad. El territorio y sus habitantes, su historia y su evolución, los devaneos entre sistemas políticos opuestos, la malversación de la realidad comunicada por expertos en falacias, ha ido construyendo una idea de Patria que desvanece su sentido primigenio y establece un sentido común abstracto sobre el término.
No termina allí el fraude semántico. Se le suman otros significados que oscurecen esta palabra tan bella y trascendente. Por estos tiempos, donde “la política” se ha convertido en otra mercancía, donde la compraventa de ideales es (justamente) moneda corriente, se podría decir que ha surgido otra “patria”, la electoral (o electoralera), una conjunción de voluntades puestas al servicio de los intereses personales de quienes se pretenden representantes de supuestos “valores supremos”, que terminan arrojando al basurero de la historia al aliarse con siniestros personajes con intrincadas relaciones espurias con los delitos más atroces.
Todo vale para intentar asumir cargos que les den trascendencias a estos individuos y sus agrupaciones políticas, dejando de lado pruritos de cualquier tipo y tamaño respecto a quienes antes adversaban y ahora abrazan en nombre de una sacrosanta “unidad”, otra palabra manoseada y desprestigiada por efecto de tanta perfidia de quienes la buscan en nombre de lo que nunca resultan ser sus verdaderos objetivos.
Y allí van, al acercarse las elecciones, abrazados con quienes hasta no hace demasiado eran nombrados como enemigos de sus ideales (porque lo eran y lo son de verdad), desprestigiando la palabra “unidad”, haciendo papilla las razones que la demandan, hundiendo el futuro en la derrota anticipada, malversando las demandas populares, desatendiendo las palabras de los constructores originales de esta Patria, vendiendo el alma doctrinaria al diablo de las conjuras antisociales, a los socios politiqueros del Poder Real, a los vendepatrias y vendepueblos de ahora y de siempre.
Estamos a merced de liderazgos incapaces de solventar propuesta alguna, envueltos en frases grandilocuentes y definiciones obvias, sometidos al fuego endiablado de los medios que los subsumen en una parafernalia vocinglera de palabreríos insulsos y la nada ideológica. Nos señalan, a quienes no admitimos la traición de las ideas, como incapaces de comprender la repugnante realidad que ellos mismos ayudan a construir, aun a su pesar. Ignoran las advertencias, desatienden las reflexiones, desechan los consejos, expulsan a quienes intentan re-integrarlos a la senda constructora de la verdadera unidad, la que sólo se puede concretar entre parecidos, nunca entre enemigos o con corruptos de cualquier origen o pelaje político.
Vamos derecho al matadero de la historia, hundiéndonos en el barro pegajoso de la mentira programada por los enemigos del Pueblo. Caminamos como zombis rumbo a lo que no deseamos, con objetivos que nos imponen desde arriba, desde esos oscuros espacios de poder donde no dejan entrar a quien no se adapte a sus consignas defraudadoras, para terminar haciendo añicos la esperanza de tener Patria de verdad.
Debemos volver a construir la Patria abandonada, la que nos permita volver a soñar con ser lo que nos propusieron sus iniciadores, aquellos que dejaron todo por lograrlo, que no vendieron sus almas al primer diablo que se les cruzara, que supieron alzar la bandera hasta perder la vida antes que entregarla. Sólo entre quienes entiendan esto como esencial, será posible la auténtica unidad, sin traidores como escoltas ni ladrones de sueños como socios.
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