miércoles, 11 de junio de 2025

RECONQUISTAR LA ALEGRÍA

Por Roberto Marra

La alegría es un sentimiento que se desata en las personas cuando repercute en ellas, hechos, o imágenes, o palabras, que sienten como positivas, animosas para sus espíritus, vislumbrantes de futuros felices o presentes entusiasmantes. Claro que semejantes goces no siempre coinciden realmente con los sucesos que les impactan a esas personas. Muchas veces dependen de la manera en que los comprenden, del modo en que estén involucrados en los temas que les generan esas alegrías, de la ideología de la que están imbuidos y que les hace repercutir en sus almas.

Así, una aberración social, una manifestación obscena, una degradación moral o una injusticia extrema, pueden desatar alegría en esos seres patetizados por sentidos adversos a la condición humana que debiera animarlos. Alterados psíquicamente por el imperio de verdades fabricadas a la medida de sus ignorancias y brutalidades, saltan de felicidad cuando se les produce daños a personas que odian por imperio de sus titiriteros mediáticos, que resultan ser quienes de verdad gozan con la multiplicación de esas alegrías de cartón pintado, que pronto se desvanecerán como el volumen de un globo pinchado.

Ahí están ahora, riendo de felicidades deplorables, vociferando imbecilidades repetidoras de las expresadas por el monigote que les representa por estos tiempos de hundimiento nacional. Allí van, regodeándose de fantasmales felicidades que nunca habrán de significarles mejores vidas. Hombres y mujeres arropados en sus miserias semánticas, gritarán sus estertores politiqueros, alimentarán sus egos con lo que nunca lograrán, expandirán sus vocinglerías en medios afines, repartirán sus machacosas mentiras hasta el hartazgo en las redes de la infamia, para terminar encerrados en sus madrigueras calefaccionadas por el fuego de un infierno que ni siquiera alcanzan a distinguir, aún frente a sus ojos.

Enfrente, del otro lado de la vida, allí donde los sentimientos proliferan en base a la comprensión de que el destino de felicidad sólo se alcanza cuando todos tienen ese derecho, ahí se reproducen los anticuerpos a semejantes odios incomprensibles. Esas masas que reaccionan frente a la adversidad y la injusticia suprema, están construyendo, a pesar de la derrota y los desánimos, otra vida, otra esperanza, una nueva alternativa a tanto odio concentrado, a tanta obcecación por lo derribar la historia y desatar los demonios de la muerte popular.

Ya no importa si estamos o no de acuerdo en todo. Ya no parece tener sentido disputar cargos o preeminencias temporales. Ya están echadas las cartas sobre la mesa de la guerra de los sentidos, donde sólo vale la pena la victoria popular por sobre cualquier maniquea manipulación de las pertenencias ideológicas. Ahora es cuando se demanda con más imprescindible necesidad esa unidad que tanto se manipula y tanto se degrada con incongruencias o dobles sentidos. Ya no caben miserias dirigenciales o liderazgos de barro pretendiendo expulsar a los eventuales rivales internos, para tapar la aparición de nuevas conducciones o bloquear la historia con murallas ideológicas amañadas.

El enemigo cree que la disputa de sentidos está acabada. Los enanos mentales que le sirven de voceros mediáticos se regodean de sus triunfos de manteca. Pronto se derretirán bajo el fuego de la lucha de un Pueblo que siempre, de una u otra forma, encuentra el cauce hacia su protagonismo fundacional de una nueva era. Los caminos serán abonados con el esfuerzo cotidiano por esclarecer y alimentar de verdades las consciencias de los inconscientes. La palabra precisa será elaborada por los propios actores de esta nueva proeza necesaria para cambiar, por enésima vez, la historia tergiversada por un Poder Real que nunca fue vencido del todo, sólo separado por escasos tiempos de sus mandos.

Es hora de acabar con los vaivenes, de terminar con la cobardía y el miedo a los poderosos, de señalar sin temor a los auténticos asesinos de nuestra felicidades, de comprender que la reconstrucción de esta Patria desvencijada no puede seguir en la horrenda espera de su destrucción total por la banda de delincuentes que la asaltaron con la anuencia de millones de imbecilizados por la fuerza de los medios y la inacción militante. Es tiempo de acabar con el derrotismo anticipado, de dejar de lado las tontas manifestaciones de egocentrismos o rencores sobre quienes nunca podrían ser nuestros enemigos, aún cuando no se acuerde en todo con ellos. Ha llegado el momento de demostrar que la historia no terminó, y que la vida que nos merecemos está a la vuelta de la esquina, en la plaza del encuentro popular, donde broten por fin las alegrías por las que vale la pena esforzarse: la de la Justicia Social, la Soberanía y la Independencia.

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