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La única opción que tiene la
Argentina para generar una economía sustentable e inclusiva es desarrollar su
aparato productivo. La experiencia de las últimas décadas así lo refleja.
Cuando los gobiernos se apartaron de esa meta apostando a esquemas de
valorización financiera y abastecimiento masivo con productos importados las
consecuencias macroeconómicas y sociales resultaron catastróficas. Los
proyectos neoliberales de Martínez de Hoz y Cavallo dejaron tierra arrasada.
Para una nación con más de 40 millones de habitantes, el modelo agroexportador
con apertura comercial y desregulación de capitales puede ser el negocio soñado
de una cúpula, pero una condena para amplias mayorías. A esta altura se han
acumulado tantas evidencias de esta realidad que ya debería ser un debate
saldado, pero las opciones sobre la mesa para este domingo electoral demuestran
lo contrario. El trabajo intencionado para confundir y distorsionar por parte
del conglomerado mediático dominante ha hecho una contribución esencial en ese
sentido.
Es imprescindible desarrollar el aparato productivo, y en particular
la industria, para generar empleo. Lo contrario se vio en los ’90, años de
destrucción del tejido fabril y desocupación record. Empleo es sinónimo de
mercado interno, de demanda, la cual será más potente mientras mayor sea el
poder adquisitivo del salario y más amplia la base de trabajadores registrados.
El Estado tiene en ese sentido una misión de custodia indelegable, tanto del
nivel de los sueldos como de la fiscalización laboral, para garantizar que la
expansión de la economía no se realice a costa de la mano de obra. En otras
regiones y en otros momentos históricos, como el sudeste asiático a partir de
los ‘70, se produjeron transformaciones industriales profundas con salarios
miserables. Eso sin ir más atrás en los ejemplos.
Para desarrollar la industria, aspirando al empleo de calidad y a la
inclusión social, lo primero que se necesita, aunque resulte una obviedad, es
voluntad política. Una devaluación brusca, por ejemplo, iría en contra de ese
objetivo porque dañaría los salarios y afectaría el consumo popular. Cualquier
proyecto que deje de lado esa condición de base no podrá ser nunca sustentable.
Sin voluntad política es inviable el desarrollo industrial por otra
razón elemental: el Estado es quien debe conducir el proceso, generar la
planificación, diseñar las políticas macroeconómicas y sectoriales precisas
para superar obstáculos, disolver cuellos de botella, acercar financiamiento,
levantar infraestructuras, pactar alianzas regionales y mundiales. La última
década alcanzó para advertir la densidad y la complejidad de la tarea. El
gobierno de Cristina Kirchner dejará en ese sentido una herencia notable, sobre
todo en comparación con el escenario de devastación de 2001/2002, cuando no
había dudas de que el país había descendido a los más bajos infiernos, en los
términos de Kirchner, y también en relación al resto de los traspasos de la
democracia. Un punto central de esa herencia es el desendeudamiento en dólares
con el sector privado, lo que le quita al que venga un problema enorme, que
otras administraciones, como la Alianza, no pudieron superar.
Conducción estatal y demanda interna pujante son entonces dos condiciones
de arranque para cualquier modelo de desarrollo. El Plan Estratégico Industrial
(PEI) 2020 que viene aplicando el gobierno nacional desde hace cuatro años ya
lo establecía. Ese marco de acción diseñado con aportes de la Cepal, cámaras
empresarias, sindicatos y universidades fijó metas y políticas posibles para
once cadenas de valor. En algunas se logró avanzar más rápido y en otras
aparecieron dificultades que complicaron la marcha, en buena medida derivadas
de un escenario regional e internacional que se fue tornando adverso.
La Fundación para el Desarrollo Argentino (DAR), que conduce “Pepe”
Scioli y tiene como coordinadores principales a Sergio Woyecheszen y Mercedes
La Gioiosa, le dio continuidad a aquel trabajo con un programa para expandir
trece cadenas de valor que involucran a 36 sectores. El diagnóstico que allí se
traza para encarar los próximos años es que existen cuatro pilares y dos
motores hacia el desarrollo. El primer pilar se vincula con la infraestructura:
vial, ferroviaria, de vías navegables, puertos y energía, entre las
principales. Amplificarla para bajar costos empresarios y lograr una
“competitividad genuina que esquive los saltos cambiarios”, como ya se
planteaba en el PEI 2020, requiere financiamiento en escalas importantes. Obtenerlo
sin las condicionalidades de organismos como el FMI y a tasas razonables es
parte del desafío, reconocen en la Fundación. El segundo pilar, como se
mencionó más arriba, es la demanda interna sostenida, que más allá de
cuestiones primarias de justicia social, genere economías de escala para la
inversión. El tercer pilar es el propio aparato estatal con sus instituciones
para guiar el programa. En la última década se fue reconstruyendo esa
estructura, lo que es visible en organismos como el INTI y el INTA, y en los
equipos técnicos de los distintos ministerios, pero como en la propia
industria, el trabajo debe continuar. Y el cuarto pilar es la inversión social
en sentido amplio, lo que incluye la educación, la capacitación de mano de obra
y la protección de la salud.
Los dos motores son la innovación en ciencia y tecnología, también con
promoción estatal, para ser incorporada en las distintas cadenas de valor. Y el
segundo es la recuperación de eslabonamientos productivos. Se necesita “inflar”
las cadenas, darles densidad con nuevos actores que actúen como proveedores de
partes, piezas e insumos. Para eso se requiere un trabajo de planificación y
apoyo muy detallado. “La salida a la restricción externa es por arriba. Solo se
puede sostener un modelo de crecimiento en base al consumo interno
contrarrestando la fuga de divisas y achicando el déficit en divisas del
entramado industrial”, sostiene Woyecheszen.
El economista, también subsecretario de Industria, Comercio y Minería
de la provincia de Buenos Aires, destaca que la plataforma que constituyen la
recuperada YPF, Invap y fabricaciones militares, entre otras empresas bajo
control público, son puntas de lanza para avanzar en una industrialización con
fuerte innovación científica y tecnológica que vaya derramando sobre el resto
de los sectores fabriles. También sostiene que la Argentina en los próximos
años tendrá grandes oportunidades en agroindustria, minería y energía. “Serán
tres sectores fuertes”, vaticina. Para que eso no implique una reprimarización
de exportaciones, la clave es utilizar sus aportes en divisas para financiar
otras actividades.
Generar economías de escala que permitan encarar falencias como las
que existen en materia de autopartes y electrónica es otra de las metas del
plan. Para eso se proyecta profundizar la complementación industrial automotriz
con Brasil y fomentar la producción de electrónica, desde Tierra del Fuego,
para ese sector, maquinaría agrícola y la industria naval, entre otros rubros.
Esa expansión debería servir al mismo tiempo para llegar a acuerdos con
industrias estratégicas, como las de insumos difundidos –acero, hierro, vidrio,
plásticos, cemento–, en general de carácter monopólico y con notable incidencia
en la estructura de costos fabriles, para que eleven su producción y reemplacen
rentabilidad por precios con mayor volumen de ventas. En este punto vuelve a
ser determinante la vocación política para negociar con actores económicos
poderosos.
La creación de una banca de desarrollo, en principio a través de los
bancos Nación y BICE, y luego con una institución específica, al estilo del
Bndes de Brasil, figura también en la hoja de ruta. La desarticulación
productiva neoliberal retrasó los tiempos de un desarrollo económico
sustentable. Profundizar el rumbo en la dirección opuesta es imprescindible
para dejar atrás ese pasado.
*Publicado en Página12
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