Imagen Rosario12 |
Por Javier Chiabrando*
Qué mejor que el entorpecedor
calor para no pensar en nada. Hacer nada. Nada por acá, nada por allá. Nada en
que creer, nada que odiar. Nada de lo que alejarse. Nada que perseguir. ¿En qué
pensás, mi amor? En nada. En nada de nada. ¿Querés hacer algo esta noche? Sí,
nada. Nada, apenas dejar vagar la mente sin mente por ideas sin ideas, por
territorios sin límites o por límites que nada te motiva a cruzar. Nada. Un
mundo perfecto a cambio de nada. Nada en el pasado para que no nos miremos más
el ombligo. Nada en el futuro para que no pensemos en tragedias por venir, y
que vendrán. Nada en el presente porque el calor no te deja hacer nada y las
ideas valen menos que cero; o sea nada. Hacer nada es lo que deseo hoy, y lo
deseo sin pasión, sin nada. Ganas de hacer nada por nadie. Ni por los que se lo
merecen, sobre todo si son los pelagatos que se sienten capangas desde que se
toman la primera vacación de su vida. Nada haría por ellos. Ni desearles nada
que no sea que me acompañen en esta nada que me obligué a vivir hoy, donde nada
me hace feliz, ni siquiera coincidir con las palabras de Juan Gelman, como si
las hubiera escrito yo: "la pena es un territorio muy amplio,
probablemente argentino". Nada que agregar.
Nada me preocupan los que
lloran. Nada los que ríen por los fracasos ajenos. Menos me preocupan los que
brindan por champán porque otros no tienen nada, ni arroz. Nada quiero de los
artistuchos de la televisión y su nada de cada día. Nada me importa hoy salvar
el mundo, que probablemente se salve solo, sin ayuda de nada ni nadie. Nada me
importa el hombre nuevo porque morirá como todos los hombres y nada quedará de
él sino nada, y todo para crear. Nada me importan las ideas, que serán reemplazadas
por otras ideas que muchos comprarán por nada, ni siquiera por dinero, en ese
supermercado que es la televisión. Solo a cambio del honor y del orgullo, o sea
por nada. Nada me importa el dinero porque nada tengo que comprar ni vender.
Tengo tres guitarras, ¿qué más necesitaría sino nada? Nada necesito sino
respirar, y sin excederme. Nada me obliga a ser mejor. Nada a ser peor. Nada de
ganas tengo de ser igual. Nada fui, soy, ni seré excepto este hombre que hoy no
cree ni busca nada. Sólo quiere creer que la nada es posible, una nada donde no
haya ingratitud, donde los que engordan no escondan la panza por resentimiento.
Un mundo donde los taxistas no hablan nada (nada me haría más feliz que eso).
Ni de ida ni de vuelta. Y que me cobren nada. Que el presidente de Francia
tenga una amante no me importa nada. No me importa Francia ni los franceses.
Nada me importa que si a un tipo importante no le dejan tener una amante, menos
nos tocará a nosotros en el reparto, ni amantes ni nada. Millones de personas
de vacaciones que comen, saltan, bailan, zapatean, van al teatro y son
infelices, pero eso no me sugiere nada, al menos por hoy, atrapado por este
calor que no me deja creer ni siquiera en el valor de la palabra. Quizá la
palabra nada valga la pena. Sólo quizá. Nada interesante en la política. Nada
dicen los opositores, la nada de siempre; apenas odio y nada de ideas. Calor
por acá, calor por allá. Nadan en el agua de la Pelopincho las ganas de nada
que me gobierna los sentidos. ¿Es que nada llega, ni siquiera Pelopincho Para
Todos (PPT)? Nada me importa que haya gente que sufra ni gente que sea feliz.
Es mi derecho a la nada. La nada es un derecho, como ser feliz y tener una
amante francesa y que te apantalle un negro mientras no hacés nada. Nada en los
bolsillos, en el corazón, en el alma. Nada me causa el dolor de los otros. Nada
me hace la felicidad de los que la viven y la esconden. No le deseo nada a
nadie. Ni la muerte, que es otra forma de la nada. Nada me alegra que haya
récord de ventas de autos usados y de patentamientos y motos nuevas. Nada me
lleva a creer que eso es un buen síntoma que los que nunca reconocen nada nunca
reconocerán; no dirán nada. Nada espero, ni siquiera que el gobierno salga de
su ineptitud y controle el deambular de las palometas; y de paso que avise con
tiempo dónde caerán los rayos. Y ya llegará, como de la nada, ¿Pararrayos Para
Todos (PPT)? Nada me molestaría que Obama ordene espiarme y se entere antes que
nadie de las boludeces que pienso y escribo. Nada le diría excepto que deje de
comportarse como el peor de los republicanos a los que nada tiene que envidiar.
Nada me hace que Sean Penn se haya ganado a Charlize Theron y nos haya legado a
Madonna. Nada me estimula saber que aún con este calor soy capaz de encontrar
ideas geniales. Entender por ejemplo que el éxito de Pablo Escobar (también el
de Walter White de Breaking Bad; o de Don Corleone en El Padrino) son también
triunfos del capitalismo como nos enseñó el dogma del progreso. Y que las
muertes que ocasionaron para llegar a esa cima no se diferencian en nada al
número de las muertes que ocasionaron otras multinacionales. Nada me hace
encontrar esa idea genial porque nada me conmueve hoy, excepto (quizá, tal vez,
quién sabe), un vaso de agua helada. Nada me dice la guerra, nada la paz. Nada
de lo humano me es ajeno. Nada me es propio. Lo único que poseo son mis ganas
de nada. De dejar que el calor me atraviese y no se lleve nada. Y no me deje
nada. Nada en la pileta, ni mi cuerpo. Nada en la nada, mi cerebro cocido como un
huevo frito no nacido de gallina sino de nada. Nadan en la nada mis ganas de
cambiar el mundo, de hacer reír a la gente, de hacerla llorar. Las grandes
ideas deberán esperar a que salga de este mundo de nada, donde nada aumenta de
precio, ni baja, ni se devalúa. Ni siquiera las nadas de la clase media me dan
risa, porque también los que estamos de este lado tenemos derecho a sumergirnos
en la nada de las nadas. Que piense otro, aunque nada me motivará a leerlo.
Nada me importa, ni siquiera que Bauman diga que la brecha entre países ricos y
no ricos se achicó (algo que vengo contando; no me lo agradezca; de nada), pero
que en los países ricos las desigualdades volvieron a ser las del siglo XIX.
Nada, flaco, nada me puede sacar de este estado de nada, donde ni vos me das
ganas de rebelarme ni Caparrós o Vargas Llosa de enojarme (miren como estaré).
Porque en la nada hace todo el tiempo veinte grados, nadie dice boludeces, los
malos son malos de papel y los buenos no joden con pedidos insulsos ni se
olvidan de lo que fueron apenas logran el primer éxito modesto. La nada es un
mundo donde los giles que piensan todo el tiempo en el dólar también son
felices, nada se los impide, pero que nada me agradezcan ni me pidan. Porque
para darles no tengo sino palabras vacías, calor y más calor, y nada de qué
hablar. Nada espero de un mundo donde los que odian no sienten nada al verse en
un espejo. Un mundo donde los que quieren salvar a las ballenas dudan en salvar
a su vecino porque es negro o boliviano, salvarlo aunque sea haciendo nada, no
odiándolo ni deseándole nada de mala suerte. Nada me hace que haya tantos giles
que reproduzcan las palabras de otro gil que desde La Nación dijo que los que
pasan hambre en este país son millones, pero que en nada se preocupan para aclarar
que la FAO habló de hambre cero en Argentina. Es decir, nada de hambre. Y nada
envidio. No envidio a nadie. Ni siquiera a los periodistas españoles que tienen
a un gobierno de rodillas y que nada les cuesta patearlos en el suelo como se
debe si uno es un hombre políticamente correcto. Nada cuesta putear a la
política, a las instituciones y a los políticos, y nada fácil es defenderla (si
lo sabré). Nada me empuja a escribir sobre las grandes ideas que se me
ocurrieron leyendo el libro Limonov (al que compararía con Mishima y con el
astrólogo de Arlt sin nada de esfuerzo). Ya llegará el momento, cuando la nada
me abandone y me vengan las ganas de todo, sin nada de esfuerzo. Porque nada me
duele. Nada me emborracha. Nada me hace enojar. Nada me eriza la piel. Ya me
voy a curar, no se preocupen. En un rato, nomás. O sea en nada. Nada.
*Publicado en Rosario12
No hay comentarios:
Publicar un comentario