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Por Alfredo Zaiat*
La flamante Mesa de Convergencia Empresaria manifestó que su objeto es
elaborar propuestas y acercar posiciones en temas como de seguridad, justicia,
pobreza, federalismo y las instituciones para fomentar inversiones. Se
reunieron por primera vez el 8 de enero pasado y el próximo encuentro será el
28 de este mes. Está integrada por quince cámaras sectoriales representativas
del campo, industria y comercio interior y exterior. Participan la Asociación
Empresaria Argentina (AEA), el Instituto para el Desarrollo Empresarial de
Argentina (IDEA), la Unión Industrial Argentina (UIA), la Cámara de Comercio
Argentino-Norteamericana (Amcham), la Asociación de Bancos de la Argentina
(ABA) y la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), entre otras.
Esta última puede hacer un
importante aporte a los debates de ese cónclave cuya principal coincidencia es
defender la economía de mercado neoliberal ante el peligro de la economía de
mercado populista. El documento que los dirigentes de empresarios cristianos
pueden distribuir en esa nueva comunidad para ayudar a reflexionar sobre la
realidad argentina son las consideraciones sobre la economía incluidas en la
exhortación apostólica Evangelli Gaudium del santo padre Francisco. Además de
viajar a Roma y mostrar como trofeo una foto con el Papa, sería una tarea
interesante para grupos conservadores leer los contenidos económicos de los
capítulos 2 y 4 de ese escrito.
El papa Francisco es parte de la
Iglesia histórica, de la doctrina vaticana básica sin cambios fundamentales y
es el Jorge Bergoglio controvertido del pasado. Pero como es un papa argentino
su análisis sobre la economía debería tener una influencia mayor en el mundo
empresario local. Especialistas del universo papal explican que la toma de
posición acerca de la cuestión económica se reconoce en Juan XXIII (1958-1963),
Pablo VI (1963-1978), y al comienzo del largo reinado de Juan Pablo II, tarea
que abandonó rápidamente. Benedicto XVI no se ocupó de esa materia. Como es
posible que esos devotos grupos empresarios conservadores prefieran el
cholulismo con el papa Francisco que la meditación analítica sobre su opinión
acerca de los fundamentos de la economía, resulta ilustrativo conocer los fundamentos
de la Papaeconomics. (El documento completo:
www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/index_en.htm)
Los siguientes son los conceptos
económicos principales del Evangelli Gaudim, difundido el 24 de noviembre
pasado.
- No a una economía de la
exclusión. Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro
para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una
economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que
no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo
sea una caída de dos puntos en la Bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar
más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy
todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte,
donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación,
grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin
horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de
consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del
“descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de
la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda
afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues
ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está
fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”.
- En este contexto, algunos
todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento
económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo
mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del
sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.
Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder
entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia.
- No a la nueva idolatría
del dinero. Una de las causas de esta situación se encuentra en la
relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su
predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que
atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis
antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos
ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva
y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin
un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que
afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y,
sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser
humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
- Mientras las ganancias de unos
pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías
que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación
financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados
de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces
virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas.
Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades
viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo
ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han
asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites.
En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar
beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda
indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla
absoluta.
- Los mecanismos de la economía
actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo
desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así
la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras
armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar
a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y
la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores
conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los
países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden
encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en
seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los
excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente
arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones–
cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.
- Economía y distribución
del ingreso. La necesidad de resolver las causas estructurales de la
pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener
resultados y de ordenara la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que
la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los
planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse
como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas
de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la
especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no
se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La
inequidad es raíz de los males sociales.
- Ya no podemos confiar en las
fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad
exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere
decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una
mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una
promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy
lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede
recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar
la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos.
El papa Francisco dice que está
lejos de proponer un populismo irresponsable, o sea, no criticó el populismo a
secas y sí la economía de mercado liberal. Postula un mejor Estado para velar
por el bien común y rechaza la mano invisible del mercado. ¿Qué dirán los
hombres de fe cristiana de la Mesa de Convergencia Empresaria de esas
definiciones económicas? Fotos sí, ideas económicas no.
*Publicado en Página12
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