jueves, 9 de enero de 2014

ZONCERAS DEL SIGLO XXI Y PICO

Imagen lamingaenmovimiento.wordpress.com
Por Demetrio Iramain*

El problema no está en las mentiras que los medios de comunicación dominantes dicen. Eso no lo podemos impedir. Lo que debemos pensar hoy es cómo decimos y difundimos nosotros la verdad", le dijo Fidel Castro a Ignacio Ramonet, según se lee en la última edición de Le Monde Diplomatique.
En la primera marcha semanal del año 2014, Hebe de Bonafini observó algo parecido. "Todos los jueves digo lo mismo: no dejemos que nos instalen lo que ellos quieren que hablemos. No hablemos de ellos, ni de lo que dicen ellos", aconsejó el 2 de enero en Plaza de Mayo.
Desde luego, la derecha mediática vertebera su discurso tirando al tacho del "relato" la fundamentación política del proyecto nacional y popular. Extrañamente, la sensación de caos y fractura social creada por los medios dominantes no sería un "relato", sino la más pura verdad. Mire usted. Si las conferencias de prensa de Jorge Capitanich son "relato", los editoriales de Nelson Castro, ¿qué son?
La potente cadena de medios privados se permite a sí misma la licencia de establecer discrecionalmente el Km 0 de la verdad. Un "derecho", por cierto, de vidriosa legitimidad: a definir dónde termina el "relato" y dónde empieza la "realidad". Su "verdad" es relato naturalizado, pero TN no lo admitirá jamás. Pontifican con un doble estándar, siempre a mano: Clarín critica al titular de AFIP como si fuera Granma, pero clama por la libertad de cambio y el atesoramiento de dólares como si fuera el New York Times. En qué quedamos: ¿Magnetto quiere los rigores de Cuba, o nos previene de ellos?
Esa poderosa capacidad de manipular provoca criaturas pavorosas en la conciencia social. El corte de la autopista Illia por los vecinos de la villa 31 pone nuevamente en circulación los discursos más rancios. El racismo y la discriminación disfrazados de cualquier cosa (respeto al orden, acatamiento a la ley, las formas por sobre el fondo de la cuestión siempre), crean las condiciones para justificar viejos proyectos de dominación y sumisión al poder económico. El orden neoliberal del mundo.
En paralelo a los cortes de luz, regresa con fuerza aquello de echarle la culpa a la imprecisa y vaga "política" por la pobreza, es decir, por la supervivencia de los pobres. En el fondo, eso es lo que molesta de los pobres: que sobrevivan. "Más allá de las buenas intenciones, en las sociedades abiertas redistribuir ingresos es contraproducente, incluso para los más necesitados. Lo importante es maximizar los incentivos", escribe uno en La Nación, en una nota que titula "La recurrente manía del igualitarismo".
Para la derecha, la necesidad material concreta de vastos sectores sociales no opera como factor determinante a la hora de decidir políticas de Estado, sino el "merecimiento", tan parcial como interesado. El mito de alcanzar la movilidad social ascendente por mérito propio y, especialmente, individual. Lo dicen, incluso, quienes tienen subsidiada por el Estado la tarifa de su consumo eléctrico, que les permite pagar 100 pesos por un servicio que en la añorada tierra uruguaya del consenso frenteamplista costaría 700. Muchos de quienes tienen ayuda estatal desde que encienden la luz del baño a la mañana, recién la encuentran en otros, ajenos a su particular concreto, cuando salen a habitar la misma ciudad. Que tire la primera piedra aquel que objeta al Estado por sus ineficiencias, y nunca justificó a quien esconde parte de sus ganancias para ahorrarse impuestos al fisco.
Otro ejemplo: la inflación. La derecha carga en la cuenta del gobierno el aumento en los precios, pero como solución propone darle el control de la economía al capital. Corre por izquierda al kirchnerismo, pero cobra por derecha. En sus diagnósticos omite deliberadamente un dato central: hablar de inflación es aludir a la batalla política por distribuir la riqueza. Que si no se democratiza el ingreso no hay democracia, no es una síntesis del "relato", sino una de las verdades históricas de este ciclo que ya lleva diez años consecutivos de vigor. Como dice el secretario de Comercio Interior, Augusto Costa, al momento de explicar los condicionantes del nuevo acuerdo de precios, "la concentración en cualquier economía es algo natural y propio de la dinámica del capitalismo". ¿Cómo atacar la inflación sin atender el índice de empleo y su nivel de informalidad, por ejemplo? La derecha no observa crítica ni complejamente el panorama, sino en forma parcial. Sectorialmente. Como por espasmos. Titula la realidad. Así cae, no sólo en simplismos, sino en contradicciones.
Durante la semana los diarios opositores auguran gran conflictividad social cuando a partir de marzo se inicien las paritarias. Y cuando llega el domingo, titulan "El empleo preocupa a gremialistas oficialistas y opositores", como hizo La Nación el 5 de enero.
Todos saben que si el problema es la pérdida de puestos de trabajo, el aumento de sueldo se vuelve un tema secundario. El límite se corre hacia atrás. El fantasma de la desocupación opera como factor disciplinante de las ambiciones de la clase obrera. Si a un gremialista le preocupa el peligro de despidos, su objetivo inmediato, más que mejorar el ingreso de sus afiliados, es mantenerles el puesto. Si así no lo hiciera, una de dos: o es un mal dirigente, o se está prestando a una operación política ajena al interés de sus representados. La derecha calienta la cabeza de los trabajadores, pero tira siempre para el patrón.
Y, sin embargo, el conflicto social de fin de año ya no es el hambre sino los cortes de luz. Cortes cuya responsabilidad corresponde a las empresas prestadoras del servicio, pero también motivados por el aumento en la demanda, propio de un país en crecimiento, alejadísimo de aquel con el que insisten en soñar las mentes más afiebradas, a derecha e izquierda: el del estallido de diciembre de 2001.
Muchos creen todavía que la revolución latinoamericana debe ser apenas un hecho estético. Caber en una historia romántica, épica, sin contradicciones. Y si no, no. El debate en los círculos kirchneristas alrededor del ascenso del general Milani refuerza esos mitos.
Pero si es mito no es revolución; es "relato". Si no hay contradicción, es mentira. Lo importante, siempre, es el poder. Luchar por él y definir estrategias de intervención que puedan modificar la realidad dada. Transformarla en beneficio de quienes vienen padeciéndola hace años. Décadas. Todo lo demás no pasa de ilusión. Al menos así pensaba Lenin.

*Publicado en Tiempo Argentino

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