La democracia es una forma de vida que habla en plural. Ser
demócrata exige carácter, ser consciente de los actos emprendidos y
asumir responsabilidades. Supone autocontrol. Un ciudadano no puede, por
ejemplo, actuar de mutuo propio y bajo el concepto de propiedad privada
contaminar las aguas, cambiar el curso de los ríos, talar bosques o en
nombre del progreso expropiar las tierras comunitarias de los pueblos
originarios. Tampoco disponer, bajo el ideario de la libertad
individual, de bienes colectivos, privatizando los servicios públicos en
pro de su beneficio particular y en detrimento de sus iguales.
La democracia porta un código, un ADN constituyente. Se trata de las
formas de convivencia básicas. Un saber estar y saber vivir bajo el
principio de coacción, el que no requiere una ley externa para
comprender que su práctica es contraria al sentido común. Todos sabemos
la diferencia entre actuar con honestidad o marrulleramente. No
necesitamos recurrir al derecho penal o civil cuando aceptamos sobornos,
usamos información privilegiada y damos favores saltándonos normas del
decoro social. Somos conscientes de estar vulnerando la ética de la
convicción democrática.
El acto democrático, cuando es generalizado, no conlleva
reconocimiento social, ni premios, se ejerce sin esperar nada a cambio.
Forma parte del quehacer cotidiano. En definitiva, la democracia, puede
sintetizarse como "un mandar obedeciendo". Por esta razón, capitalismo y
democracia no hacen buenas migas. El capitalismo privilegia al
individuo, el yo hasta la extenuación y por otro lado pide acciones de
caridad y la aparición de héroes. Mecenas a los que agradecer su
generosidad. Empresarios de éxito que donen una parte de su fortuna para
la investigación del sida, Alzheimer u otras enfermedades. Bancos que
otorguen becas a estudiantes, fundaciones que patrocinen museos e
instituciones eclesiásticas que fomenten la caridad cristiana. Todo
envuelto bajo el denominador común de ayuda a los necesitados,
filantropía o altruismo. Lamentablemente, ninguno de los tres hace
democracia ni fomenta la ciudadanía participativa, son limosna. Los
restos de un festín al cual no todos están invitados. Más bien están
excluidos.
Optar por un comportamiento democrático exige templanza. Valoración
de consecuencias, autoestima, confianza y dignidad. Pensar en un
nosotros. Cualquier decisión democrática nos compromete. No planteo que
la democracia sea una forma de vida monacal, estoica o inmaculada. La
virginidad social no es viable, ni tampoco aconsejable. Pero el
comportamiento democrático tiene límites y es necesario respetarlos, de
lo contrario su vulneración reiterada la niega en su esencia. Podríamos
decir que tiene un punto de saturación, tras el cual el cambio de estado
trae consigo un sin retorno. La democracia se corrompe, haciendo
imposible su realización, convirtiéndose en un sinsentido. El sálvese
quien pueda y el todos contra todos se convierte en el alma mater de
actos adjetivados como democráticos, pero no lo son, convirtiéndola en
un objeto imposible.
Los ejemplo sobran. El primero lo obtenemos del derecho a recibir una
educación de calidad, pública y gratuita, es decir pagada por el
Estado, levantada con el esfuerzo de quienes trabajan y aportan al
erario público sus impuestos. Una persona analfabeta, sin memoria
colectiva, ni historia, sin pasado, es la negación del hecho
democrático. Pero también lo es llamar educación de calidad a la
formación obtenida por los alumnos en centros privados, laicos o
religiosos, que hacen de ella un negocio, convirtiéndola en una fuente
de ingresos, donde su ideario y planes de estudios se adecuan a la
lógica del sálvese quien pueda: competitividad, competitividad y
competitividad. Las movilizaciones y la emergencia de nuevos movimientos
estudiantiles poniendo en cuestión esta forma de entender la educación
es una muestra fehaciente del fracaso del modelo. En Chile, cuna del
neoliberalismo, la crisis es completa y no deja lugar a dudas sobre su
ineficiencia.
Otro ejemplo lo constituye la libertad de expresión y prensa. En la
actualidad, su práctica no trae una proyección democrática. No se trata
de formar una opinión pública ilustrada con discernimiento y capacidad
deliberativa en la lectura. En su lugar, aparece un sentido monopólico
de lo conveniente y lo inadecuado para publicar y decir. La
manipulación, la noticia falsa, el libelo, las verdades a media, los
manuales de estilo, la censura, son el pan nuestro de cada día. No hay
país donde no se den casos de falta de ética y vulneración de códigos
deontológicos. La prensa ya no es libre, ni democrática y cuando lo es,
mejor ahogarla. El control de la noticia, de los medios de comunicación
acaban despidiendo a los buenos periodistas, llevándolos a la cárcel o
incluso matándolos. Honduras, Colombia o México son buenos ejemplos en
la región. Bien señala Arturo Barea, en La forja de un rebelde, un
formidable análisis de la sociedad española de principios del siglo XX y
la guerra civil, refiriéndose a la prensa y los medios de comunicación:
"Me enseñaron a leer, y después me enseñaron que no debía leer más que
lo que ellos me dejaran". Así se corrompe la democracia, la libertad de
prensa y de expresión.
Ser demócrata hoy en día es una pesada carga de la cual muchos desean
liberarse. No es bueno ser amigo de personas críticas, cuyas palabras
molestan, llaman a la reflexión y cuestionan el capitalismo salvaje.
Peor resulta convertirse en uno de ellos, trae consecuencias nefastas
para las arcas personales. Va contra los interese personales, es tirar
piedras sobre el tejado de la casa. Mejor adoptar una doble moral, pero
sin llamar la atención. Para conseguirlo se requiere cómplices y vivir
sin remordimientos. Así se ha corrompido la democracia. El bien común,
su fundamento, se volatiliza bajo el interés común o social, algo
gelatinoso e imposible de definir, pero eficaz para mutar al ciudadano
en consumidor y abandonar la práctica democrática.
Una de las frases emblemáticas del movimiento de los indignados
levantada como símbolo de la crisis social del capitalismo neoliberal ha
sido: "lo llaman democracia y no lo es". El postulado se refiere a la
paradoja de hablar y no practicar los principios democráticos. Y sin
práctica la democracia se ve amputada de su inherente valor político. A
cambio, se ofrece un sucedáneo para el consumo, la democracia de
mercado. Invento para satisfacer las malas conciencias y los
comportamientos más propios de dictaduras. Así, por defecto, la
inexistente democracia de mercado cubre el expediente celebrando
elecciones disque libres y democráticas y deja al desnudo lo abyecto de
un orden de explotación totalitario, excluyente y desigual.
*Publicado en Telesurtv.net
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