sábado, 18 de junio de 2022

LA VERDAD SOBERANA

Imagen de "juanpresa.com"
Por Roberto Marra

En estos tiempos donde se pone preso a alguien que transmite una verdad y se lo amenaza con ridículos 175 años de cárcel, pareciera que se ha llegado al fondo del abismo de la inmoralidad, que se han revertido hasta los más mínimos criterios que alguna vez signaron nuestras conciencias y comprometieron nuestros espíritus con esa sencilla pero compleja palabra que define la relación entre la realidad y su manifestación mediática.

La verdad ha pasado a mejor (o peor) vida, se la ha convertido en moneda de cambio de oscuros intereses, se la ha aplastado con toneladas de mentiras programadas y millones de repeticiones obsecuentes. La realidad se pierde cotidianamente en la maraña informativa retorcida y falaz, construída para destruir, elaborada para corromper las almas y ajustar el proceso cultural a las necesidades maniqueas de los dueños de casi todo el Poder en el Mundo.

La lucha por dar a conocer los sucesos, resulta cada vez más compleja. La posibilidad de transmitir nuestros pensamientos sobre la realidad, está atravesada por las presiones de los mandamases mediáticos, de los empresarios de la cultura degradada y vendida al mejor postor (que termina siendo, siempre, el peor). Las buenas intenciones periodísticas son asesinadas por las obsecuencias pagadas con suculentas retribuciones monetarias y famas que son, invariablemente, puro cuento.

La mentira gana por goleada, se ufana de sus habilidades y astucias elusivas de las sanciones, se regodea con los daños provocados por las artimañas engañadoras, se enfervoriza con la estupidez generada en los receptores y sus reacciones inversas a sus propios intereses. El triunfo sobre la realidad, la generación de una paralela, el invento cotidiano de un universo que colapsa al final de cada día, son la vana fortuna de los creadores de esta inmunda manera de relacionar a millones de personas con un mundo virtual que les habla al oído para impulsarlos a su autodestrucción.

Las amenazas logran sus objetivos construyendo, con la argamasa del miedo y la cobardía, un espacio de silencios ruidosos y gritos enfermantes del alma de los pueblos. Las “sanciones ejemplares” son el método despreciativo de ese ínfimo porcentaje de propietarios planetarios para frenar sus lentas muertes imperiales. Lo hacen con las naciones “díscolas” y lo ejemplifican con saña contra quienes se atrevan a desafiarlos con verdades sin máscaras. Rompen la realidad, la desmenuzan en miles de pedazos de brutalidades pre-elaboradas en sus laboratorios de mendacidades virósicas.

Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendrá que pasar al ataque”, dijo alguna vez Bertolt Brecht. Y este es el tiempo histórico preciso donde tal condición se da como nunca, donde lo falso está prevaleciendo a fuerza de dinero y amoralidad. Es momento de pasar al abordaje del barco de las canalladas mediáticas, de hacer tronar los cañones de sentidos comunes abandonados tras aquellos inventados por los fabricantes de embustes, de unir las esperanzas de vidas justas con los relatos justos de realidades esperanzadoras. Es hora de aplastar tanto horror que nos empuja a la cárcel de las ideas, despertando las doctrinas nacidas al calor de los sueños populares, para alcanzar, por fin, la auténtica y sabia soberanía de la palabra.

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