miércoles, 29 de junio de 2022

CAMBIAR ES CONSTRUIR SOBERANÍA

Por Roberto Marra

Por increíble que parezca, los fabricantes y sostenedores del hambre en el Planeta, ahora se muestran “preocupados” por tal problema alimentario de centenares de millones de personas. En esa agrupación de engreídos propietarios del Mundo llamado G7, se manifiestan dispuestos a “combatir” el hambre con algunas “donaciones” de sus presupuestos, que no alcanzan ni al uno por ciento de lo que gastarán en armamento para enfrentar al cuco redivivo, la Rusia de sus ensueños de conquista jamás lograda.

A partir de esa vocinglería de acusaciones infundadas en realidad alguna con la que señalan a su archienemigo por todos los males del Universo, se lanzan, junto a los acólitos gobernantes de muchos países empobrecidos por el propio accionar de esos mismos dueños de la economía mundial, a “sancionar”, una de sus tareas preferidas de los últimos sesenta años (por lo menos). Y si no, que lo diga Cuba, bloqueada todo ese tiempo por no admitir la ingerencia del pretendido amo imperial sobre sus asuntos domésticos.

Por supuesto, su escudo es la “defensa de la democracia”, pero la que ellos determinan como válida. Una que les permita ejercer el control absoluto sobre materias primas, producción de alimentos, generación de energía, industrias y tecnologías ajenas. Una “democracia” fabricada a medida de los intereses de quienes, en realidad, son los auténticos dueños del Poder, esas oscuras corporaciones cuyo entrelazamiento conforma el centro de decisiones de la geopolítica que pretende determinar los destinos de cada región y de cada nación.

Aquí, por estos lejanos países del autopercibido (y falso) “centro del Mundo”, solemos adherir con demasiada fruición a sus designios. Los gobernantes suelen tentarse con la reverencia fácil y la consecución de lo señalado desde el púlpito de esos poderosos en decadencia, para terminar acompañando sus maniobras expansionistas y sus negaciones de la realidad. Una realidad que aquí se sufre como en todos y cada uno de los países de lo que se suele llamar “el sur global”, esa parte del Planeta que pareciera destinado sólo a ser el furgón de cola de ese tren del desarrollo que conduce a la destrucción anticipada de la vida humana por su afán acumulativo de riquezas.

Sentirse parte de un grupo de poderosos, parece seducir a algunos gobiernos, incluso siendo de raiz popular. Aceptar cierto lenguaje determinado a culpabilizar a tales o cuales, a estigmatizar a líderes enfrentados al imperio decadente y al cementerio de ex-imperios europeos, los presenta como débiles expresiones de las auténticas necesidades de los pueblos que representan. El temor a romper las cadenas del subdesarrollo inducido, a separarnos de las decisiones obtusas de los engreídos gobernantes de esos países “poderosos”, sólo parece conducirnos a un callejón de miserias extremas y retraso infinito.

Los pueblos, educados bajo la advocación del “dios mercado”, se convierten en seguidores acríticos de sus propias “fábricas” de desgracias. Los planes económicos aplicados, pergeñados en ese entente financiero genocida denominado FMI, son aceptados por la ignorancia elaborada a través de la mediática hegemónica cómplice, ariete fundamental de la destrucción de la conciencia social. La trampa de la brutalidad mayoritaria logra imponerse cuando los gobernantes ceden con premura a lo establecido por las corporaciones mundiales que nos amenazan con inimaginables catástrofes sociales si no se hace lo dispuesto por ellos.

Las necesidades extremas provocan desesperación en la población más empobrecida, empujándolos a la migración hacia los países ricos para salvarse del hambre de los propios. Ahí los vemos morir en el intento, bajo las balas de quienes les generaron semejante estado de miseria, o ahogándose en los mares convertidos en cementerios de miles de agobiados por las guerras interminables, o encerrados en contenedores abandonados en las fronteras del “sueño americano”.

No les importan las cifras de muertos a los fabricantes de la muerte cotidiana. No pergeñan otra cosa que armamentos y miserias, destrucción y especulación, hipocresía y dominación. No puede esperarse más que la continuidad de sus métodos disuasivos de cualquier intento liberador de nuestras naciones.

No cabe la esperanza de un cambio que no sea desde nuestras propias fuerzas, levantando otra vez las banderas rendidas ante ese dios oscuro y vil de un mercado donde sólo se intercambian muertos y pobreza. Soberanía es la palabra del presente, voluntad popular su constructora necesaria. Y un liderazgo surgido desde sus entrañas, sostenido en la doctrina de la justicia social, para barrer de nuestra historia a los asesinos de una Patria que no debe ser nunca más el patio trasero de nadie, sino el jardín promisorio donde recrear la dignidad de su Pueblo.

 

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