lunes, 9 de marzo de 2020

MÁS ALLÁ DE LOS MODALES

Por Roberto Marra
Desde chicos nuestras madres nos enseñaron la importancia de los “buenos modales”. La cortesía hacia los demás forma parte del andamiaje de la socialización ejercida desde los progenitores y, más tarde, desde la escuela. Con esa base conceptual para las relaciones humanas, el mundo en que vivimos debiera ser un “edén”, donde la amabilidad y la urbanidad formaran parte irrestricta en las relaciones humanas.
Pero el desarrollo de este sistema socio-económico que cultiva el individualismo y esa especie de meritocracia expulsiva de las mayorías de los beneficios que todos generamos, ha ido convirtiendo aquella utópica manera de comportarnos, en letra muerta, en parte de un pasado que la publicidad de los poderosos se empeña en enterrar, para terminar convirtiéndonos en verdaderos energúmenos al servicio de enriquecimientos ajenos, compradores compulsivos de sus baratijas sin sentido práctico alguno, carne de cañon de sus miserias financieras y olvidadizos permanentes de las razones de los males que nos han atravesado a lo largo de nuestra existencia.
Sin embargo, aquellos “buenos modales” abandonados que nos enseñaron alguna vez de niños, se nos exige ahora para dirigirnos a ellos, los dueños del Poder. Se nos exige como individuos y como sociedad, al pretender que los gobiernos que elegimos para representar nuestros intereses, en busca de una justicia social tan anhelada como escurridiza, también deban establecer una suerte de reverencia permanente ante sus poderes (supuestamente) infinitos.
Si un miembro de un gobierno popular se “atreve” a manifestar la irrefutable verdad de los hechos que determinan las marginaciones sociales, las pobrezas materiales y espirituales de las mayorías que ese Poder fabrica cada día, de inmediato saltarán sus escribas miserables para señalar los “atrevimientos” de tales funcionarios, y exigir las rectificaciones que serán el salvoconducto para frenar sus actos golpistas (por un tiempo, apenas).
Peores serán las reacciones de los sectores sociales que forman parte de ese Poder casi omnímodo, dictaminando el fin de esos gobernantes si continúan con los dichos contrarios a sus intereses. Para esto, nadie como los pertenecientes a esa clase heredera de latifundios regados con sangre de indígenas primero y de peones después. Allí andarán extorsionando con sus “tractorazos”, pretendiéndose ajenos a la sociedad, parte de una aristocracia que solo está para ganar, estirpe a quienes los impuestos no pueden ni deben jamás tocarlos.
Los gobernantes sensibles, aprisionados entre los reclamos populares, las necesidades de inmediata protección a los más débiles, las demandas de los trabajadores públicos y privados, el apremio de las pequeñas empresas y el imprescindible desarrollo productivo que genere divisas para el pago de las deudas, se ven compelidos a bajar el tono confrontativo de sus discursos, para refugiarse en aquellos “buenos modales” que, de seguro, les “sugerirán” desde los medios para congraciarse con los poderosos, bajo amenaza de acabar hasta con esta ilusión de democracia en la que se vive, donde la igualdad solo es retórica y la libertad depende del nivel económico que se posea.
No faltarán los apasionados militantes que se horrorizen por los tonos “cautelosos” de sus líderes, por la falta de determinaciones tajantes ante los enemigos políticos. El cansancio de los años de padecimientos en espera de vencer a los malditos dueños de nuestras vidas, les otorga un buen grado de razón. Claro que la sociedad y sus mayorías pasivas, la carencia de una consciencia colectiva que redunde en la comprensión de la realidad y el efecto disuasivo de la farsa mediática que provee de verdades inventadas para la ocasión, harán de esos deseos casi letra muerta, papilla política que se desangrará en divisiones inútiles, solo favorables al enemigo que cizaña nuestras utopías y trata de enterrarlas en el foso del infortunio eterno.
Es tiempo, ahora mismo, de edificar y asumir nuestro protagonismo colectivo para demostrarles a nuestros históricos y mortales enemigos, que se acerca el fin de sus soberbias y sus dominios; que somos capaces de construir una sociedad solidaria a pesar suyo; que las banderas surgidas al calor de las luchas de dos siglos no serán arriadas ante sus corruptos procederes; que la vida de todo un Pueblo no será dejada nunca más en sus manos a cambio de un derrame que, ya lo supimos decenas de veces, jamás sucederá; que sus extorsiones las aplastaremos con unidad de criterio y acción; que la Patria no es “el campo” ni su sucio dinero manchado del glifosato asesino; que un grupo de oligarcas no habrá de poder ya con nuestra decisión de ser mucho más que una simple suma de individuos, para convertirnos en aquello por lo que nuestros ancestros de espada en mano fueron derrotados al comienzo de nuestra historia libertaria: una Nación justa, libre y soberana. Habrá que hacerlo, con buenos o con malos modales.

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