miércoles, 4 de marzo de 2020

LA COMUNICACIÓN PERDIDA

Imagen de "Ssociologos"
Por Roberto Marra
Uno, que hace mucho que viene escuchando a periodistas y analistas políticos de toda laya, no se asombra cuando estos emiten sus opiniones cargadas de prejuicios que arrastran de sus permanentes coqueteos con el Poder. Es por la pleitesía que le rinden a este sector que terminan atravesando sus comentarios con temerosos planteos llenos de simplismos y ataduras a “lo establecido”, ese incomprensible lugar donde todo permanece quieto, endurecido por el tiempo en que hace que se nutren de esa abrumadora carga de falsedades históricas, repetidas como consignas inalterables y obligatorias para ser considerado un... “periodista serio”.
Y uno, que ya está cansado de escuchar las sandeces que juran como parte de certezas absolutas, trata de encontrar otros rumbos periodístcos, buscar otro lugar donde informarse, donde se puedan encontrar personas que no adscriban a ese particular y estático mundo de la fidelidad al Poder. Entonces sucede que, en esos sitios alternativos, aparecen, aunque parezca mentira, similares personajes que en los anteriores, pero con una sutil pátina de “progresismo” e “independencia”, que enseguida se descubre que no son ni lo uno ni lo otro.
Por supuesto, las excepciones existen, y logran hacernos sobrevivir a tanta brutalidad informativa, aunque a costa de horas y horas de aguantar a los “eruditos” que se pasean todo el día por las pantallas y los micrófonos. En esos tiempos de espera de los buenos periodistas, nos encontramos con figurones y figuritas de distinta especie y origen, las más de las veces sin otro aprendizaje que la caradurez con la que enfrentan un oficio donde la falta de talento se puede disimular, pero solo por el tiempo que dure el adormilamiento de los televidentes o los oyentes.
Este panorama comunicacional viene haciendo estragos con la calidad de la información, a la que contribuyen no solo quienes ponen las caras y las voces, sino fundamentalmente quienes producen y conducen ideológicamente esos esperpentos formadores de ciudadanos imbecilizados. Lo que de allí se obtendrá, solo podrá ser considerado a medias como información, palabras al margen de la realidad o relatos que suplantan verdades ocultas que tendremos que rastrear por otros métodos.
La cuestión de los medios ha sido dejado en manos de los peores, luego de que ellos mismos lograran convencer a la mayoría absoluta de la población que solo sus voces son “independientes” y “veraces”, haciendo papilla a los medios de propiedad pública, a los cuales se los ha relegado en la consideración popular a fuerza de vaciamientos de las viejas calidades de otros tiempos. Lo peor es que los líderes políticos, complicados en la búsqueda de soluciones a los dramas que deben afrontar después de los gobiernos arrasadores de derechos y economías, terminan cediendo ante estos “propietarios de la verdad revelada”, otorgándoles el inmerecido privilegio de comunicar la realidad de sus actos, justo lo contrario de lo que hacen.
Al final, los capangas de la mentira programada, los productores de programejos de vanidades periodísticas, los comunicadores “alternativos” convertidos en calco de los originales fabricantes de los peores embustes, terminan ocupando casi todos los espacios, incluso los menos sospechados, haciendo trizas la ilusión de descubrir nuevos horizontes informativos.
Y uno, cabizbajo y meditabundo, o se aferra a la utopía de encontrar, algún día, a un periodista de verdad en alguna pantalla perdida, que no termine enredado en la telaraña del horror de la falsía que sus dueños le fabriquen; o se anima a convertirse, él mismo, en relator y difusor de lo que ve y escucha, en caminante virtual de la verdad de la calle y de su gente, descubriendo y despertando conciencias, haciendo lo que casi nadie se hace cargo ya de hacer como se debe: comunicar la realidad, esa que siempre resulta ser la única verdad.

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