jueves, 12 de septiembre de 2019

LA INSEGURIDAD DE LA SEGURIDAD

Imagen de "Remolacha"
Por Roberto Marra
El asunto de “la seguridad” es recurrente en ámbitos políticos, fuente de largas peroratas de funcionarios cuando le ponen un micrófono delante y caballito de batalla mediático por excelencia. Se trata de un tema siempre presente en campañas electorales, una manera de dar pelea al contendiente político de ocasión, una forma de manifestar preocupación por lo que nunca nadie termina de tomar decisiones que generen esa sensación de tranquilidad y paz que la población siente que es la seguridad.
Sucede que todo termina dando vueltas alrededor de lo policial, donde la mayor o menor cantidad de fuerzas disponibles, del material bélico que dispongan o de la “libertad de acción” que se les otorgue para el cuidado de los ciudadanos, parece ser lo más trascendente del guión que terminan aplicando las autoridades políticas electas, las más de las veces, con muy poca autoridad real sobre la tropa que deben conducir.
En esos devaneos intervienen también fiscales y jueces, preocupados más en mostrarse con exageradas firmezas ante los medios que en desenredar el ovillo del complejo entramado delictivo que envuelve también a muchos de los “guardianes del órden” que disponen para las investigaciones y las persecuciones a los delincuentes.
Por supuesto que la lucha contra los delitos es algo demasiado importante como para dejarlo solo en manos de la policía, o de los fiscales y los jueces. Los crímenes trascienden los ámbitos tribunalicios, se extienden por toda la sociedad, aparecen imbricados en las finanzas privadas y públicas, se introducen y corrompen en la política, culminando en el miedo y el terror de una población que se siente absolutamente indefensa ante semejante conjunción de intereses y factores de poder involucrados.
Los eufemismos, las falacias argumentativas, el manoseo judicial y las poses para las fotos de recuperaciones de botines, solo sirven para alargar el camino a las soluciones reales que, a estar por la divergencia entre los dichos y los hechos, no parecen estar entre los intereses finales de quienes dicen conducir las (hasta ahora) estériles luchas contra la “inseguridad”. Todo abona la sospecha permanente y cada vez más extendida sobre la connivencia de mafiosos y delincuentes comunes con demasiados policías, fiscales y jueces en busca de beneficios personales, olvidados de sus juramentos de servicios y de las lealtades con el único poder que debieran sentir por sobre ellos: el Pueblo.
Las calles convertidas en una especie de “far west” del subdesarrollo, dan pie a las peores manifestaciones de esos trogloditas mediáticos que exacerban los ánimos ciudadanos con relatos sin sustento, provocadores de odios, miedos y xenofobias que terminan por matar a inocentes y debilitar la posibilidad de una lucha real contra los auténticos delincuentes, protegidos detrás de las bambalinas del Poder, el mismo que mata de hambre y tortura con la pobreza para después erigirse en adalid de la lucha contra el crimen organizado. Organizado por él.
Por esos senderos de ilegitimidad e ilegalidad transitan los procesos que se pretenden como soluciones a la “inseguridad”. Con esas profundas cataduras inmorales se apropian los mismos que nos imponen la miseria económica y la postergación eterna del futuro, de la conducción de supuestas transformaciones que nada cambian en lo sustancial el drama que viven los ciudadanos. Por ese camino se suceden los fracasos programados para darle continuidad a sus decisiones obscenas, donde lo último que importa es, justamente, la seguridad.

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