viernes, 20 de septiembre de 2019

EL TELÓN DE LA VERGÜENZA

Por Roberto Marra
El edificio del Congreso de la Nación está en obras. Como consecuencia de ello, la restauración de sus fachadas maltratadas por el tiempo ha generado un hecho por demás de significativo, si se lo observa desde lo simbólico. Es que sus frentes han sido cubiertos por esas inmensas telas plásticas que se utilizan en la construcción para resguardar a los transeuntes mientras se llevan a cabo las tareas reconstructivas, una alegoría perfecta de los últimos tiempos de ese trascendente ámbito democrático, donde esto último parece haberse dormido durante estos últimos años.
Tal vez podría interpretarse como una señal de la vergüenza de sus pasajeros habitantes, prácticamente inermes ante el alud de decretos presidenciales y los daños sociales, económicos e institucionales que han provocado. O podría ser la forma en que demuestran lo poco que miran a la sociedad, poniendo un amplio velo por delante para no observar la miseria consumada por la perfidia de un ejecutivo enceguecido por cuidar sus intereses personales y de clase. O puede que sea la manera en que se resguardan de las miradas de los sometidos a los vejámenes cotidianos, mientras se “transan”, siempre en la oscuridad de los despachos, insolencias legislativas promovidas como “profundas preocupaciones” sobre las tristes realidades que no supieron, no pudieron o no quisieron resolver a tiempo.
Tapados, escondidos, asomándose cada tanto entre las rendijas de ese inmenso “cortinado”, escrudiñan a las multitudes que se agolpan con frecuencia ante sus puertas, siempre cerradas para el pobrerío, siempre abiertas para los capitanes del hundimiento de este inmenso “titanic” en que se ha convertido el País. Son el reflejo de la estructura de poder elaborada desde hace dos siglos, con la cruel medida de los ganadores de entonces y de ahora, para desatender los reclamos de las mayorías desesperadas ante esa cultura de la mentira y la desidia.
El teatro legislativo abre sus telones muy de vez en cuando, para observar las disputas vociferantes entre parlamentarios de protagonismos excluyentes, “representantes” que solo evitan la presencia auténtica de los supuestos representados. Después realizarán conferencias de prensa donde se explicarán las razones, tantas veces irracionales, de sus decisiones. Nunca faltarán, entonces, los señalamientos de culpabilidades ajenas y voluntades propias, para terminar con peroratas hirientes hacia sus enemigos ideológicos, creyendo ver allí la salvaguarda de sus propias responsabilidades.
El más democrático de los poderes del Estado, se ha convertido en algo tan pequeño como la capacidad de sus integrantes, con las lógicas y plausibles excepciones. En sus pasillos pululan los arreglos y las componendas en busca de salvar las posiciones enfrentadas con términos medios que son, en realidad, mediocres. En sus despachos habitan los secretos que explotan los “periodistas con llegada”, que saben que preguntar y a quienes, para informar o desinformar, según el caso y la moral de cada uno.
Ha llegado el tiempo de subir el telón de ese “auditorio” que no oye al que necesita ser escuchado. Es hora de sacudir la tela que lo recubre para eliminar la mugre de sus amaños a espalda del Pueblo que los votó. Es momento de comenzar a abrir las puertas y las ventanas de sus despachos, para que diputados y senadores puedan ver a sus representados, para que aprendan las razones de sus presencias desesperadas, para que se atrevan a ejercer los mandatos de honores perdidos detrás de las miserables razones de los poderosos. Y para convertirse en artífices de una obra que represente, con fidelidad, la imprescindible construcción de la felicidad popular.

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