lunes, 18 de marzo de 2019

LA PUERTA DE LA JUSTICIA

Imagen de "Ferrari Martin"
Por Roberto Marra
Las armas las carga el diablo”. Así dice un viejo axioma que remite a lo peligroso de la tenencia de esos artefactos inventados para la muerte. Claro que las “armas” pueden adquirir diversas formas, utilizar elementos alternativos a las balas, ser más adjetivos que sustantivos, denominar otros métodos para otros tipos de muertes, donde no necesariamente se concrete en eliminación física.
De eso saben (y mucho) los generadores de las políticas económicas que se aplican masivamente en el Planeta, creadas y sostenidas para la acumulación parasitaria de fortunas en manos de un pequeño grupo de psicópatas con delirios de elegidos por Dios para gobernar el Mundo. Desde las entrañas de ese Poder nacen las miserias que terminan con las vidas de millones de personas que, además, son fieles defensores del sistema que los mata en nombre de futuros para los que nunca sobreviven.
Leales representantes de semejantes perversiones, los actuales gobernantes de nuestro País cumplen con su misión asesina, aplicando a rajatabla los designios del Poder y su imperio gendarme, destruyendo lo que fuera un largo (y varias veces interrumpido) intento de construcción de una Nación soberana, utilizando todos los métodos que resulten al alcance de sus garras, culminando con la cimentación de paradigmas autodestructivos en las empobrecidas conciencias de los ciudadanos.
Con una división de poderes que no es tal, con un entrelazamiento de “servicios” y engreídos miembros del aparato judicial actuando con el desparpajo de los impunes, se arman escenarios donde los protagonistas son siempre sus enemigos ideológicos, señalados como culpables antes de sentarse, siquiera, en el banquillo de los acusados. A partir de allí, solo cabe la seguridad de sentencias condenatorias de jueces sin honor ni moral, esas olvidadas e imprescindibles condiciones para poder juzgar a otros.
La impunidad, como resulta obvio, desata la arrogancia de los integrantes del sistema. Hasta los de menores jerarquías adquieren los vicios de la altanería que genera tamaña dimensión del poderío sobre el resto de la sociedad. Exceden, a veces, sus histrionismos maléficos, dejando un reguero de huellas que creen irrelevantes. Hasta que surgen, dentro del propio sistema, los resabios de la ética que se creía perdida para siempre, en la inteligencia de algunos pocos funcionarios capaces de enfrentar al corrupto aparato judicial donde actúan.
Son las oportunidades que da la historia, entreabriendo una puerta hacia la dignidad, mostrando una luz que ilustre la realidad tapada, por años, con la telaraña de tantas falsificaciones de lo evidente. Son las posibilidades que surgen ante los ojos de los más despiertos de la sociedad, que intuyen que deberán transitar ese escarpado camino de reconstrucción de la verdad para acabar con la ignominia de la muerte cotidiana a manos de un Poder, hasta ahora, siempre exento de sanciones.
Es hora de tomar las armas, pero no esos horrendos artefactos que atraviesan los cuerpos con sus proyectiles mortales. Son otros los “pertrechos” que se deben adquirir, al simple costo de revisar las conciencias, apartar los falsos rencores inventados por el enemigo, eludir las zancadillas que han hecho tropezar mil veces con la misma piedra de la miseria programada. Son las “dagas” de la verdad las que se necesitan, para atravesar el cuerpo momificado del aparato judicial, perforar sus pústulas malolientes y exhumar la repugnante podredumbre de sus maldades antisociales.
Es tiempo de la reconversión social, es momento de la decisión racional de cambiar la vida, matando la desmoralización, asesinando la mentira, arrasando con la vergüenza inmoral de la pobreza, desatando la furia contra la indolencia, eliminando para siempre la impunidad de los soberbios de la falsa justicia. Y construyendo otra vez la Patria, la que siempre estuvo ahí, a la espera que se abriera aquella puerta a la que fuimos invitados tantas veces por quienes supieron comprender antes que nadie que, solo detrás de ella, nos está esperando la auténtica felicidad popular.

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