martes, 6 de noviembre de 2018

BUSCANDO JUSTICIA

Imagen de "La Voz"
Por Roberto Marra
Si alguien piensa que al sistema judicial le interesan las personas que pasan por él, solo será por voluntad de creer, nunca por la demostración de tal realidad. Se trata de un aparato burocrático donde se despliegan todas las acciones denigrantes que puedan imaginarse sobre los individuos que tienen la desgracia de caer bajo su manto de desprecio, las degradaciones más obscenas de sus condiciones y derechos humanos. Un ámbito donde la verdad adquiere las dimensiones que desean los jueces y fiscales, muy alejadas de las demostraciones con pruebas y las declaraciones de los testigos de los hechos.
Temibles personajes ensoberbecidos de poder, se rigen por criterios derivados antes de sus “convicciones íntimas”, que de la observación criteriosa de los hechos. Las leyes se han convertido en excusas para acusar y castigar a los desvalidos de defensas y a los señalados por los cómplices de los otros poderes del estado. La búsqueda de la verdad es solo una entelequia de libros de facultades donde se le da forma a una especie humana diferente, gran parte de la cual servirá de engranaje para este aparato destinado para asegurar el otro sistema, el que los engloba y al cual le resultan fundamentales para su sostenimiento y perdurabilidad.
A ese Poder acudimos cuando se nos afecta algún derecho. A esos tribunales llegamos con ilusiones de justicia, valor que entendemos superior e inalienable, el fin último de una sociedad de iguales. Pero allí chocamos contra ese muro infranqueable que separa el mundo real de la ficción judiciable que habita esos mamotretos edificados con las formas características de la opresión. También la arquitectura juega su papel en la manifestación de poder, de superioridades impuestas con el temor de lo gigantesco y pesado, tan oscuro como sus archivos de expedientes.
Pululan por esos edificios abogados y abogadas, yendo y viniendo entre juzgados, presentando y retirando expedientes, manejando con cierta liviandad el objeto último de sus presencias en el lugar: hacer justicia. Claro que no se trata de la totalidad de ellos, pero sí de una parte importante. Y es que el mismo sistema predispone a estos manejos casi autómatas, simples actos morosos, de lentitudes insoportables y hasta menosprecios por sus defendidos.
Se reproducen, al interior de esos tribunales, las características que se manifiestan hacia afuera. También los empleados soportan las actitudes de los “señores feudales” que ofician de jueces y fiscales, patrones del oprobio, mandamases del despotismo y ejecutores de sentencias con pocas pruebas y muchas ganas de sancionar a los “pobres diablos” que caen bajo sus garras.
Imposible que no haya injusticias en semejantes lugares. Difícil que no se produzcan dramáticos casos de “errores” que deriven en encarcelados por años sin sentencias firmes, en prisiones preventivas sin límites temporales, en “suicidios” derivados de las torturas siempre invisibilizadas de la pata ejecutora de sentencias, el sistema carcelario. Inverosímil que se pretenda seguridad jurídica con la presencia y el accionar cuasi mafioso de algunos jueces que practican el oficio del ocultamiento y la falacia como nadie.
Cambiar semejante estado de cosas resultará más que arduo. Pero su necesidad supera toda improbabilidad. Su continuidad hará fracasar cualquier intento de transformar la sociedad. Terminar con tanto ultraje a la razón, tanta injuria a la moral, será el paso decisivo para erradicar el mal de la mentira organizada para sostener una oligarquía judicial que no cejó nunca en su empeño por parecer inmaculado, barriendo bajo la alfombra de sus “palacios de injusticias”, la sangre de los condenados por sus orígenes sociales o sus posturas ideológicas.
Puede que así comience otro accionar de la justicia, transparente, auténticamente defensora de los derechos individuales y sociales, garantía de la imparcialidad y de la honra de acusados y víctimas. Una Justicia, ahora sí con mayúscula, que ya no tenga entre sus ejecutores a simples representantes de corporaciones y pretendidos seres superiores, sino a hombres y mujeres que sean capaces de dictar sentencias a sus iguales, con la razón de la ley en una mano y el corazón de la ecuanimidad, en la otra.

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