martes, 13 de noviembre de 2018

LA EXCUSA DEL TERRORISMO

Imgen de "Currín"
Por Roberto Marra
Si hay una disculpa elemental para poder implementar medidas represivas con la anuencia implícita de la mayoría de la población, es esa actividad que se generaliza con el nombre de “terrorismo”. Palabra mágica, si existen, de ella se han valido en cuanta dictadura o pseudo-democracia haya habido en Nuestra América. Nadie se sustrae a su uso en todas y cada una de la reuniones internacionales, donde cada jefe de estado la incluirá en sus discursos, sin excepción, para mostrar su activa pertenencia a un “mundo demócrata” que, paradójicamente, ya poco tiene de ello.
No se puede negar la existencia de ese tipo de acciones en el Mundo. Están, son, se sienten y padecen. Forman parte indisoluble del aparato del miedo que el imperio, sus lacayos y algunos idiotas útiles, pretendidos enemigos de aquel, utilizan con fines tan falsos como sus pretenciosas “defensas de la humanidad”, caballito de batalla que se cae a pedazos al observar los resultados de sus supuestas luchas contra las agresiones terroristas.
Tan reprobables como los ataques terroristas, son los resultados de aparentes prevenciones que ejecutan algunos gobiernos que, no casualmente, siempre derivan en la profundización de medidas represivas contra la población que intenta expresar descontentos por sus padecimientos económicos. Nada mejor, en esos casos, que señalar a algunos integrantes de las organizaciones populares como integrantes de “celulas” terroristas, esa falacia utilizada hasta el hartazgo en tiempos de la dictadura genocida.
Otro tipo de terrorismo, el mediático, resulta ser el principal aliado de los hacedores de todas las desgracias populares. De él se valen los poderosos y el imperio para quitar la razón de las mentes ya demasiado abrumadas por sus angustias diarias, donde la subsistencia ha reemplazado a la vida. Oscurecidos los pareceres de la sociedad, el mensaje del terror ya estará listo para el apoyo incondicional para elevar los niveles represivos, no al enteléquico “terrorismo”, sino a los hambrientos que buscan solo algún mendrugo para saciar sus vacuidades estomacales, o a los esclarecidos que sueñan con una justicia social aplastada a palos por las supuestas “democracias”.
Como ya se ha demostrado decenas de veces, los terroristas terminan siendo simples “empleados” del imperio, piezas necesarias para manejar a su antojo las decisiones planetarias, disculpas básicas para intervenir donde nadie los llama y acabar con cualquier intento liberador de alguna Nación soberana. Y, de paso, apoderarse de sus riquezas, fin último de los trogloditas que conducen a la humanidad a su desaparición temprana, solo en base a sus repugnantes ambiciones sin sentido.
Aquí, por estos lares sureños, donde el Poder gobierna con sus propios gerentes, donde el hambre se regodea con los ninguneados de siempre, donde millones se caen de las escaleras que las condujeron al odio estupidizante, dando contra el duro piso de la realidad convertida en miseria generalizada, aquí también aparece otra vez la disculpa del “terrorismo”.
Como antes, como siempre, la “prensa libre” nos hablará de peligros inminentes, de ataques previstos por servicios de inteligencia extranjeros, de las supuestas conexiones con organizaciones populares, de mapuches armados con lanzas y piedras como “peligrosas” armas de ataques masivos, u otra estupideces semejantes. Mientras, con la ridiculez al hombro, la ministra de (in)seguridad llama a armarse a la “sociedad sana”, para enfrentar a los invasores que vislumbra a través de los vapores etílicos que le aconsejan semejantes despropósitos.
Más miedo, más terror. Del auténtico, del originado en los inmorales autores intelectuales de cuanta maldad exista en la sociedad. Más información falsa, más fuegos artificiales que oculten con destellos enceguecedores la verdad obvia de sus “éxitos” financieros, que son el fracaso colectivo de un Pueblo mil veces castigado, mientras los auténticos terroristas de saco y corbata preparan el bombardeo final, para hacer desaparecer lo que alguna vez fuera el sueño de una Patria soberana.

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