Imagen de "El Extremo Sur" |
Por
Roberto Marra
Esa
vieja y repetida frase de que “toda crisis es una oportunidad”,
cobra por estos días pandémicos nueva vigencia. Se leen y escuchan
muchas opiniones al respecto, derivada de la situación generada en
los ámbitos social, económico, financiero, productivo y hasta
psicológico. Se citan esquemas de salidas que van desde lo
revolucionario hasta el más profundo conservadurismo, en general sin
el más importante de los datos a tener en cuenta para evaluar la
aplicación de cualquier plan: las subjetividades de los receptores
de la propuesta, es decir, el propio Pueblo argentino.
Es
que la población de nuestro País o de cualquier otro, no es una
masa compacta de pensamiento único, ni mucho menos. La historia a
atravesado las conciencias ciudadanas de modo tal que ha pergeñado
individuos, sectores, clases y castas tan diversas en sus intereses y
objetivos como de compleja conjunción en un modo único de pensar el
futuro, plagado de deseos desiguales, las más de las veces
profundamente antagónicos.
De
ahí que se ven como de difícil concreción las que, mirándolas con
el lente de la soberanía política, de la independencia económica y
la justicia social, resultan acciones indispensables para sentar las
bases de un auténtico desarrollo sustentable, popular y democrático.
Propuestas
de indudable valor concreto, pero también simbólico, como el
dominio del sistema financiero por parte del Estado, el manejo de la
producción agraria de manera planificada de acuerdo a los intereses
generales y no solo del sector empresarial del “campo”, la
administración de los servicios esenciales colocadas también en
manos del Estado Nacional, la recuperación de las industrias básicas
para poder direccionar la planificación productiva y el desarrollo
de cada Región de nuestra Patria, entre otros rubros, hacen a la
esencia de la creación de una Nación verdaderamente asentada en la
solidez de unos cimientos que resulten impenetrables por el Poder
Real, ese que se vanagloria de capacidades direccionadoras de las
voluntades de todos los gobiernos, incluso de los que no son de su
misma y putrefacta ideología.
Construir
un sistema de relaciones sociales y productivas de tamaña
complejidad, contando solo con la voluntad de una parte menor de los
legisladores que tendrían que actuar para elaborar leyes que
comiencen a concretar esos objetivos, es de poco probable éxito en
lo inmediato. La voluntad de quienes conducen el Poder Ejecutivo, aun
con sus máximas voluntades, no podrían enfrentar tampoco en soledad
semejante desafío. Un Poder Judicial embarcado desde siempre en la
defensa a ultranza de los intereses oligárquicos de donde provienen
la mayoría de sus miembros más encumbrados, no parece ser un lugar
desde donde comenzar tal imprescindible “aventura”.
No
es lógico dejar de mencionar la participación activa del sistema
mediático en la construcción de las subjetividades de quienes
debieran ser los protagonistas esenciales de todo ese movimiento
hacia un nuevo estadío nacional. La elaboración del “pensamiento
único” es la perversa manera en que los individuos se han
transformado en simples títeres manejados por el control remoto...
del televisor. Sus obnubilaciones ideológicas se deben, en la
mayoría de los casos, a la penetración de las ideas que los
mantienen quietos por siempre, sosteniendo consignas incoherentes con
sus propias necesidades y alejados de la virtud de la solidaridad
como valor supremo de una sociedad tan fragmentada como atontada.
Galileo
nos diría, sin embargo: “e pur si muove”. Porque los límites de
la barbarie neoliberal hace rato que atravesaron la dignidad más
elemental de los humanos que viven bajo sus premisas odiosas. Porque
las prevenciones de los maquiavélicos productores del desfalco
permanente y la muerte temprana de sus eternos “súbditos” sin
reyes, por efecto de la aplicación de sus recetas del hambre
planificado, ya resultan insoportables incluso para sus desclasados
defensores. Porque los resultados mandan y son horrendos, asesinos de
los humanos y del ambiente que degradan con sus obsesiones
extractivistas de riquezas que pesan mucho más que el propio
Planeta.
El
agua está en ebullición y es hora de poner los alimentos en la olla
de la transformación humanizante. Es tiempo de elaborar algo más
que consignas sin estar dispuestos a construirlas. Es momento de
tomar las decisiones más difíciles, donde participar no sea un
mandato ajeno, sino el orgullo de ser parte del tiempo nuevo que se
elabore por la decisión consciente de todos los que comprendan la
realidad, sin el tamiz de los mentirosos rapaces y sus locutores de
impostados cantos de sirenas.
Los
cambios de época, para ser reales y modificar las bases de
sustentación de la que ya demanda imperiosamente su fin, deben ser
encabezadas y sostenidas por un Pueblo organizado, consciente de su
responsabilidad histórica, protagonista de semejante modificación y
actor principal en el manejo posterior de los resultados. Nada debe
ser dejado al arbitrio del azar ni bajo la tutela de los supuestos
“ilustrados” que aconsejen tales o cuales acciones,
sospechosamente confluyentes con los dueños de un Poder que no
resignará sus privilegios solo con exigírselos de “buenas
maneras”.
¿Difícil?
¿Poco probable? Puede ser que así sea, pero nunca imposible. Nos
empuja la historia degradada por sus “cuenteros” falsificadores
de la realidad que la generó. Nos avala el valor de nuestros
bienintencionados libertadores, traicionados por los que aún hoy nos
dominan. Nos obligan los mártires caídos en batallas solidarias,
aplastados por la bestialidad de las botas de los traidores a la
Patria. Nos lo demandan los atravesados por las espadas de la miseria
y el abandono, víctimas del desprecio inhumano de la sociedad, que
mira para otro lado cuando no quiere hacerse cargo de sus culpas
evidentes.
Cambiar
es el verbo imprescindible, el robado por algún tiempo por los
energúmenos ladrones de nuestras riquezas económicas y nuestras
vergüenzas de Pueblo sometido. Cambiar la inacción por la mínima
valentía de decir lo que se piensa. Cambiar la actitud oscura de
mirar al otro como ajeno. Cambiar la suma de nuestros defectos por
una sola virtud, la humanizante mirada solidaria, la generosa entrega
de nuestras voluntades para la construcción de una vida nueva, donde
no manden ya los negadores de nuestra dignidad, los que habrán de
terminar en el infierno de nuestras repulsas y, sobre todo, en la
miserable condición de ser polvo de una historia que nunca más les
pertenezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario