martes, 21 de abril de 2020

EL CONOCIMIENTO IGNORADO

Imgane de "Página12"
Por Roberto Marra
La búsqueda de una sociedad mejor, más justa y solidaria, donde seamos mayoría absoluta los proclives a la entrega de nuestras capacidades para ponerlas al servicio de toda la población, es hasta ahora más una utopía que una proyección de la realidad que nos contiene. Pero, sin embargo, hay muchas personas que sí dedican sus vidas o gran parte de ellas al desarrollo de esa otra sociedad que tienda hacia la igualdad de sus integrantes, al desafío de luchar por lo que el imaginario popular a colocado históricamente en el cenit de sus ideales, aún a pesar de no hacer demasiado para que ello suceda.
En el mundo de la política, el de las batallas permanentes por conquistar las conciencias de las mayorías para impulsar la construcción de esa nueva oportunidad social, se dan una serie de complejas relaciones entre quienes van ganando terreno dirigenciales y quienes caminan por el llano de la militancia permanente. Hay las que generan empatías mutuas y promueven los conocimientos (y a sus autores) al rango de lo imprescindible, como método para incubar adhesiones concientes de las mayorías. Pero han ido ganando aquellas que solo se manifiestan como disputas jerárquicas, aún a pesar de verbalizar otra cosa, dejando a un lado la capacidad real de los militantes del saber, para envolverse con una “manta” de obsecuencias donde prevalecen las miserias de un pequeño grupo de dóciles guardianes de la preponderancia de sus directos líderes, por sobre la importancia de las capacidades de quienes se las ofrecen con el único cargo de la satisfacción de contribuir en la búsqueda de la esquiva justicia social.

Centenares de desconocidos miembros de esos “batallones” del conocimiento, pasan por la vida militante sin ser reconocidos siquiera por sus dirigentes. Intentan colaborar con la anónima manera de los pertinaces luchadores por sueños de difíciles concreciones, para los que nutren de caminos posibles a la sociedad y empujan la historia con sus descubrimientos y elaboraciones intelectuales y prácticas, que ponen al servicio de los objetivos supremos de la vida de su Pueblo, sin especulación alguna. Nada de eso pareciera importar demasiado para algunos conductores de espacios políticos donde, se supone, comparten ideales y batallas por lograrlos convertir en realidad. Al punto de dejar pasar, por ignorar sus existencias, decenas de conceptos y proyectos que solo verán la luz para sus creadores, hasta morir lentamente en alguna carpeta olvidada de algún estante burocrático.
Mientras tanto, los menos preparados, muchos de esos funcionarios establecidos como tales más por necesidades de “ecuánimes” repartos de cargos para satisfacer a todos los sectores que conformen los frentes electorales, que por capacidades reales, impiden el arribo de los más capaces, frenan los impulsos renovadores de verdad y aplastan la posibilidad de dar los saltos cualitativos necesarios para alcanzar metas más ambiciosas en la larga ruta hacia el propósito justiciero de la sociedad.
Hace demasiado tiempo que se pierde tiempo, abandonando a los entendidos a sus suertes, dejando de lado sus notables concepciones, desperdiciando alternativas superiores o desintegrando elucubraciones de alto nivel, solo para continuar con los mismos modos de manejos cerrados de los actos políticos, alejados para las mayorías, eficaz método de desculturización de la ciudadanía, silenciosa manera de evitar la participación y el protagonismo del Pueblo y sus más aptos integrantes.
Confiar en los conductores de los espacios políticos es una regla que tiene un carácter ordenador positivo, en tanto no se desvíen de los preceptos que los ungió como tales. La confianza, lo sabemos, juega un rol preponderante en la política, que permite el desarrollo de la acción con prevalencia de los objetivos acordados de antemano por el conjunto de los que decidieron colocarlos en esos cargos. Pero el alejamiento de la consulta permanente a los más capaces, el desperdicio de los procesos encaminados al logro de una mejor sociedad por olvidarlos en el rincón de los menosprecios, puede convertir las luchas en meros actos continuados donde las metas se diluyan en el mar de incongruencias promovidos por la pléyade de ignorantes que se cuelan en el funcionariato cercano a quien decide.
Estas son esas épocas donde lo imprescindible del saber debiera ser parte de una actitud ineludible de los gobiernos que se precien de responder a la voluntad popular. Este es un tiempo para revalorizar a los que saben, pero no solo a los famosos (y valiosos) académicos que nutren las revistas científicas internacionales, sino a los centenares de entendidos desconocidos que han intentado decenas de veces cada uno, acercar sus ideas a un poder político que los neutraliza y los espanta con sus burocracias especulativas.
Sin protección social alguna, abandonados a la caridad familiar o, en el peor de los casos, a la voluntad de un Dios que, al parecer, no atendió tampoco sus ruegos de ser escuchados a tiempo, la mayoría de estos nobles “militantes de la espertiz”, terminan como parias en la tierra para la que dieron sus tiempos, intentando (las más de las veces, inútilmente) abrir consciencias mal formadas y desculturizadas por efecto de tantos cómplices del Poder enquistados en las estructuras estatales, cuyos miserables egoísmos les impide ver que tienen frente a ellos al más importante de los tesoros de una sociedad: el conocimiento.
 
ENTONCES, ¿DONDE VAMOS LOS QUE NO VAMOS?
Donde va la gente cuando llueve...” nos preguntaba Miguel Cantilo hace mucho tiempo en uno de su bellos poemas rockeros. La pregunta se adecúa a muchas circunstancias, habilita pensar en otras dudas sobre los destinos de la gente, empuja a especular con las probabilidades de cada quien. Invita a soñar con otros futuros muy distintos a estos presentes oscuros y complejos, donde la vida transcurre hilvanando acontecimientos apocalípticos para la mayoría y eternamente felices para muy pocos.
Destinos de fracasos o de éxitos en la disputa permanente por la sobrevida, hacen del tiempo una rápida y frugal comida, perdido entre ansiedades y desvelos por obtener el ascenso al deseo soñado con tanto fervor, tal vez desde el mismo momento en que se toma conciencia de la vida. Utopías que van mutando en busca de alcanzar la felicidad de ser, solo ser, para después terminar aplastadas por la realidad de un Poder que parece decidirlo todo, sin dejarnos márgen para demostrar nuestras capacidades, sin permitirse siquiera una lectura de nuestros dichos y hechos, aunque solo sea para aprender de los que, más que probablemente, seguirán siendo sus sojuzgados.
Así se camina también dentro de esa “rosca” politiquera que erosiona la nobleza de semejante ciencia social como la política. Así se valen de ella los especuladores que acceden al manejo de algunos resortes de los Estados, promoviéndose solo entre quienes conforman esa casta de defraudadores, levantando muros de contención a la sabiduría de tantos luchadores, destruyendo proyectos de valores mensurables solo por los más capaces, esos que no abundan en las filas de los gobiernos, no porque falten, sino por la imbécil decisión de los ineptos que solo mandan, porque no saben conducir.
Vienen después, cuando los resultados de las gestiones muestran con prístina crueldad los errores cometidos por la presencia de los ignorantes subidos al caballo del mando, los llantos tardíos por lo perdido y la pérdida del poder político, sabiamente re-ocupado por el enemigo del Pueblo, siempre al acecho como parte o como quinta columna de cualquier proceso que manifieste intenciones de construir una sociedad más justa.
Aún en esa circunstancia, las advertencias de quienes explicaban el futuro convertido en lastimoso presente, sonarán igual como letra muerta para estos insoportables engreídos de superioridades imposibles. Es que sus neuronas conectan solo con el combustible del ego, que a su vez pasa por el goce del efímero “podercito” que los dueños de sus consciencias les permiten. Son solo pasajeros (privilegiados, pero pasajeros al fin) de este “viaje quieto” en el que nos proponen transcurrir la existencia a las mayorías, para permitirles a ellos (solo a ellos), la impúdica alegría de los soberbios.
La cuestión ya no es “donde va la gente cuando llueve”, sino donde vamos cada uno de quienes cargamos sobre nuestros hombros militantes la carga durísima de años de oprobio, ganando enemigos y perdiendo casi todo, incluso nuestros medios de subsistencia. Todo por defender la causa que nos sostiene con dignidad ante el eterno enemigo del Pueblo. Todo por hacer de la lucha nuestra forma de vida, para derrotar la perversión de los hambreadores y sus compinches de mediopelo.
La pregunta es donde vamos los que no tenemos lugar en el pequeño privilegio de ser escuchados, donde iremos quienes nutrimos de conocimiento a los que ahora se pretenden capateces de un poder que no poseen, pero ejercen despiadadamente desde sus poltronas mal ganadas. Cantilo decía entonces: “ves que todos corren pero no todos van”. Predicción impecable de este presente que necesita como nunca de mano de obra capacitada, de intelectos sanos y de conciencias limpias para trasponer, al fin, la meta de la solidaridad y la justicia social.
Tal vez el error de los que sueñan sea eso mismo: soñar. ¿Debiera pensarse que la equivocación esté justo en haber privilegiado la honestidad y el desprendimiento, por sobre la vanidad de los superfluos triunfos pírricos? Como sea, la vida de muchos de nosotros se acabará sin poder demostrar de lo que somos capaces, debido a la vana gloria de los ineptos empoderados de lo que no conocen ni siquiera la razón de su existencia. Tal vez nos quede navegar hacia las aguas oscuras del ostracismo político, sin otro logro que el saberse capaz de ser y hacer lo que nunca seremos ni haremos. Mientras tanto, los autoasumidos dirigentes de nadie, los permanentes protagonistas de esas obscenas “selfies” repletas de sonrisas vacías y falsos aduladores, seguirán derrotando las utopías, sin siquiera saber donde ir cuando llueven las esperanzas populares.

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