miércoles, 1 de abril de 2020

"I HAVE A DREAM"

Por Roberto Marra
En la década del '60 del siglo pasado, emergió en Estados Unidos una figura social y política de excepción, Martin Luther King, cuya influencia fue creciendo tan rápidamente entre la población negra de aquel país, que pronto se transformó en objetivo fundamental del “estáblishment”. Su eliminación se les hizo prioridad, visto el desarrollo de la conciencia que se fue generando por efecto de sus discursos sobre la no violencia y el fin de la supremacía blanca que era (y sigue siendo, de alguna manera) la forma que adoptaba la dominación sobre los integrantes de ese sector social de piel oscura que obnubilaba a los imbéciles con pretensiones de superioridades indemostrables en base a razón alguna.
Fue este hombre que pronunció uno de los discursos más logrados en defensa de los derechos civiles, en esa que ha sido considerada la más importante manifestación reunida en la capital norteamericana de todos los tiempos, en el año 1963. Y fue allí que se generó el paradigma que lanzó, casi perdido en medio de sus palabras a la multitud, cuando pronunció la frase que se convirtió en lema de toda una generación de luchadores: “Yo tengo un sueño”, dijo. Un sueño que le costó la vida.
Tal como aquel notable pacifista de otros tiempos, muchos de nosotros tenemos hoy, el mismo sueño. Igual que ese personaje de leyenda, hemos sostenido, desde que comprendimos la realidad que nos rodea, a valorar la justicia social como la base del desarrollo, a defender la soberanía política de nuestra Nación frente a los embates permanentes de quienes se pretenden propietarios de la humanidad, a propiciar una independencia económica que posibilite la generación de las bases sustentables de un futuro que asegure la vida de todos los ciudadanos, sin exclusiones ni ventajas oprobiosas.
Pero ese sueño ha sido truncado cada vez que el Poder se ve sobrepasado en sus ilimitadas ambiciones supremacistas, momento en los cuales inventa alguna maniobra, siempre ilegítima, para acabar con cuanta experiencia pretendiese terminar con tanta desigualdad por ellos creada. Allí no tendrá piedad alguna, ejercerá su control social a base de cualquier método, asesinando líderes, si les es imprescindible para sus objetivos miserables, o ahora utilizando otros métodos de eliminación social, basados en el uso indiscriminado del poderío mediático y el aparato judicial que nunca terminó de salir de sus manos.
Ahora mismo, en medio de la pandemia desatada quien sabe como y por qué (y por quienes), regresan a las fuentes de la maldad que los conforma como la resaca de la sociedad que son, a entablar una disputa que le impida al actual Gobierno Nacional ejercer con eficacia su acción defensora de la vida, y también de la economía. Intentan empujar a la sociedad a otra “guerra” antipopular, siempre con las armas de la mentira mediatizada hasta el hartazgo, utilizando las redes sociales para influir en las empobrecidas y aniñadas mentalidades de una clase media siempre propensa al odio, tal como aquellos blancos estadounidenses de sesenta años atrás.
Otra vez los mismos personajes de escasa capacidad de liderazgo pero profusa billetera, llena con lo que se robaron durante todas sus vidas (y no solo en los últimos cuatro años). Nuevamente sus repugnantes rostros de engreídos haciendo uso de lo único que conocen como método de comunicación: el desprecio a los demás. Repiten sus monsergas antisociales hasta convertirlas en propias de esos mediopelos subdesarrollados que nunca ven más allá de sus pestañas.
Los acompañan los miembros de esa “raza” empresarial de gruesos billetes y delgadas morales, siempre atados al carro de la dominación en base a la prebenda y la estafa social. Asumen su viejo rol golpista con el mismo énfasis que les hizo crecer sus fortunas, pero jamás sus capacidades humanas. Reproducen sus retahilas pesadas y conducentes al fracaso nacional, con el despreciable fin de atender solo sus intereses personales y de clase. Manifiestan con desparpajo su capacidad de daño, pretendiendo extorsionar al Gobierno popular que no les deja seguir matando de hambre a los trabajadores.
Yo tengo un sueño”, debiéramos repetir con aquel famoso héroe social de otros tiempos. El sueño de ver culminar la tarea oscura y letal de estos insensibles humanoides, de transformar sus empresas en “nuestras” empresas, de acabar con sus capacidades dañosas y retirarles los beneficios de sus poderes casi infinitos, solo por poseer mucho dinero. Aparece ineludible el paso hacia otro tipo de solución al dilema casi eterno de nuestra sociedad, maniatada por estos energúmenos de saco y corbata. Se hace necesario abrir otros caminos hacia la escurridiza Justicia Social que se transformara en sueño de las mayorías hace más de setenta años. Se presenta la oportunidad de dar el paso que comience con el final de sus dominios omnipotentes, transformando sus monumentales monopolios en bases para el desarrollo antes que para elevar sus inmundas cuentas bancarias en lejanas guaridas fiscales. Puede que así se haga realidad ese viejo y bello sueño de esperanzas justas. Y de justicias esperanzadoras.

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