Por
Roberto Marra
En
la década del '60 del siglo pasado, emergió en Estados Unidos una
figura social y política de excepción, Martin Luther King, cuya
influencia fue creciendo tan rápidamente entre la población negra
de aquel país, que pronto se transformó en objetivo fundamental del
“estáblishment”. Su eliminación se les hizo prioridad, visto el
desarrollo de la conciencia que se fue generando por efecto de sus
discursos sobre la no violencia y el fin de la supremacía blanca que
era (y sigue siendo, de alguna manera) la forma que adoptaba la
dominación sobre los integrantes de ese sector social de piel oscura
que obnubilaba a los imbéciles con pretensiones de superioridades
indemostrables en base a razón alguna.
Tal
como aquel notable pacifista de otros tiempos, muchos de nosotros
tenemos hoy, el mismo sueño. Igual que ese personaje de leyenda,
hemos sostenido, desde que comprendimos la realidad que nos rodea, a
valorar la justicia social como la base del desarrollo, a defender la
soberanía política de nuestra Nación frente a los embates
permanentes de quienes se pretenden propietarios de la humanidad, a
propiciar una independencia económica que posibilite la generación
de las bases sustentables de un futuro que asegure la vida de todos
los ciudadanos, sin exclusiones ni ventajas oprobiosas.
Pero
ese sueño ha sido truncado cada vez que el Poder se ve sobrepasado
en sus ilimitadas ambiciones supremacistas, momento en los cuales
inventa alguna maniobra, siempre ilegítima, para acabar con cuanta
experiencia pretendiese terminar con tanta desigualdad por ellos
creada. Allí no tendrá piedad alguna, ejercerá su control social a
base de cualquier método, asesinando líderes, si les es
imprescindible para sus objetivos miserables, o ahora utilizando
otros métodos de eliminación social, basados en el uso
indiscriminado del poderío mediático y el aparato judicial que
nunca terminó de salir de sus manos.
Ahora
mismo, en medio de la pandemia desatada quien sabe como y por qué (y
por quienes), regresan a las fuentes de la maldad que los conforma
como la resaca de la sociedad que son, a entablar una disputa que le
impida al actual Gobierno Nacional ejercer con eficacia su acción
defensora de la vida, y también de la economía. Intentan empujar a
la sociedad a otra “guerra” antipopular, siempre con las armas de
la mentira mediatizada hasta el hartazgo, utilizando las redes
sociales para influir en las empobrecidas y aniñadas mentalidades de
una clase media siempre propensa al odio, tal como aquellos blancos
estadounidenses de sesenta años atrás.
Otra
vez los mismos personajes de escasa capacidad de liderazgo pero
profusa billetera, llena con lo que se robaron durante todas sus
vidas (y no solo en los últimos cuatro años). Nuevamente sus
repugnantes rostros de engreídos haciendo uso de lo único que
conocen como método de comunicación: el desprecio a los demás.
Repiten sus monsergas antisociales hasta convertirlas en propias de
esos mediopelos subdesarrollados que nunca ven más allá de sus
pestañas.
Los
acompañan los miembros de esa “raza” empresarial de gruesos
billetes y delgadas morales, siempre atados al carro de la dominación
en base a la prebenda y la estafa social. Asumen su viejo rol
golpista con el mismo énfasis que les hizo crecer sus fortunas, pero
jamás sus capacidades humanas. Reproducen sus retahilas pesadas y
conducentes al fracaso nacional, con el despreciable fin de atender
solo sus intereses personales y de clase. Manifiestan con desparpajo
su capacidad de daño, pretendiendo extorsionar al Gobierno popular
que no les deja seguir matando de hambre a los trabajadores.
“Yo
tengo un sueño”, debiéramos repetir con aquel famoso héroe
social de otros tiempos. El sueño de ver culminar la tarea oscura y
letal de estos insensibles humanoides, de transformar sus empresas en
“nuestras” empresas, de acabar con sus capacidades dañosas y
retirarles los beneficios de sus poderes casi infinitos, solo por
poseer mucho dinero. Aparece ineludible el paso hacia otro tipo de
solución al dilema casi eterno de nuestra sociedad, maniatada por
estos energúmenos de saco y corbata. Se hace necesario abrir otros
caminos hacia la escurridiza Justicia Social que se transformara en
sueño de las mayorías hace más de setenta años. Se presenta la
oportunidad de dar el paso que comience con el final de sus dominios
omnipotentes, transformando sus monumentales monopolios en bases para
el desarrollo antes que para elevar sus inmundas cuentas bancarias en
lejanas guaridas fiscales. Puede que así se haga realidad ese viejo
y bello sueño de esperanzas justas. Y de justicias esperanzadoras.
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