Imagen de "Informa-Tico" |
Por
Roberto Marra
La
capacidad de quienes detentan el Poder Real es tan inmensa que, por
fuera de los deseos mayoritarios y las necesidades que con ellos se
expresen, pareciera imposible modificar los rumbos establecidos desde
las cúpulas de mandamases que siempre lo han decidido todo, lo cual
ha implicado el drama social en el que estamos inmersos desde hace
décadas, aun con la periódica presencia de gobiernos de claros
objetivos populares.
De
alguna manera, todos sabemos que ese supra-poder económico,
financiero, judicial y mediático, logra “colarse” entre el
funcionariato de cualquier gobierno, incluso el que pudiera resultar
más enfrentado ideológicamente a ellos. Con esas “cabezas de
playa” lograr ir minando la capacidad de gobernar de los
bienintencionados y establecer criterios incluso contrarios a los
expresados por los líderes que eventualmente ejercen el poder
político.
Con
esos métodos, siempre abonados por un sistema mediático al que
nunca realmente se le opuso uno de dimensiones y/o capacidades
comunicacionales similares pero de signo opuesto, van pergeñando la
caída de la confianza popular, ese fundamento esencial para la
supervivencia y el ánimo renovador de los gobiernos que han sido
electos para hacer la voluntad de los electores. Sus
“quintacolumnistas” terminan por imponer, en muchos casos, pautas
que germinan en apoyos de los propios perjudicados por esas
decisiones, que luego derivan en repulsas al gobierno, cuando los
resultados explotan ante los hechos (mal) consumados.
Todo
esto, no por conocido, resulta de más fácil modificación. La
sociedad permanece atrapada en una durísima telaraña tejida con
miedos y realidades impuestas por demasiado tiempo, lo cual la
conduce a la inacción o el desengaño precoz de sus esperanzas
ciudadanas. La inyección del virus de la desidia o el otro peor de
la insolidaridad, van produciendo rápidos cambios de humores y
caídas veloces de los valores que otrora parecían inconmovibles,
transformando a la sociedad en su conjunto, rompiendo los cimientos
levantados con tanto esfuerzo.
Tomar
decisiones que impliquen actuar contra ese Poder (casi) omnímodo,
forma parte del cúmulo de temores que se contraen casi como una
enfermedad por los gobiernos. No se trata tanto de cobardía, como de
la conformación de un modo de pensar establecido a través de los
años, siempre en base a teorías y prácticas respectivas generadas
por el mismo Poder, solapadamente impuestas por medio de supuestos
“eruditos” en materias de economía y política. Con esos
mensajes y elaboraciones de tajantes definiciones de una realidad
tergiversada, penetran el inconsciente de gobernantes y gobernados,
produciendo el buscado efecto negativo para las mayorías, que miran
casi sin entender las razones que suelen esgrimirse, no por
ignorantes, sino por contrarias a la esencia de lo pactado
electoralmente.
En
ese trayecto recorrido con tantas esperanzas primigenias, hay
momentos decisivos, hay coyunturas que aparecen como determinantes
para el futuro, hay bifurcaciones del camino emprendido que pueden
llevar a uno u otro destino, dependiendo de las medidas que se
establezcan y los convencimientos que se impongan. Son esos sitios
temporales donde se suelen conjugar todos los requisitos para dar el
salto inconmensurable hacia una sociedad superadora de las taras que
nos mantienen en esta especie de “limbo de la fatalidad”, de lo
establecido por los autores de todas nuestras desgracias.
Cuando
los desafíos anulan cualquier otra cosa que no sea la supervivencia,
el panorama se muestra lo bastante claro como para decidir lo que
nunca se pudo o se quiso. Es ahí cuando no caben los retrocesos,
cuando lo que se haga puede llegar a modificar la realidad perversa,
cuando se presiente que se puede abrir la puerta novedosa del cambio
que implique hacer a un lado a los poderosos, imponer el respeto de
lo que decidan las necesidades de las mayorías y acabar con los
miedos a sus monsergas y retahilas de mensajes apabullantes de
desprecios y abandonos.
Solo
entonces, libres del yugo de los encaramados a un poderío viejo,
oscuro, sucio y maloliente, habremos dado el paso fundamental a una
etapa tan diferente como desafiante, tan compleja como vivificante,
tan ceñida como infinita. Una condición será ineludible, una base
insustituíble deberá ser la que sostenga el nuevo andamiaje
reconstructivo de los sueños inconclusos desde siempre: el
protagonismo del Pueblo y la lealtad de sus gobernantes. Y una meta
será innegociable, esta vez de verdad, para nunca retroceder: la
Justicia Social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario