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Por
Roberto Marra
Comunicar
es un acto muy trascendente para los gobiernos. A través de ese solo
acto, pueden ponerse en marcha mecanismos de comprensión o de
desconocimiento por parte de la ciudadanía, dependiendo las
características que se le dé a esa primordial acción informativa.
Notificar al Pueblo de cada una de las actividades, hacerlo con
anticipación a la más que probable tergiversación que realizarán
los enemigos ideológicos para socavar las bases de la gobernabilidad
y minar la unidad entre ese gobierno y sus mandantes, debe formar
parte indisoluble de cada movimiento que se genere, para poder
enfrentar cada “batalla” mediática que se desatará de seguro
por parte de quienes nunca quieren perder sus privilegios.
Las
actitudes timoratas frente a semejante manifestación de poderío
comunicacional, no pueden terminar en otra cosa que en la
autodestrucción. Los intentos de seducción por parte de los
gobiernos, basados en la complacencia de los gustos de esos
poderosos, en el uso de lenguajes y modos que a ellos les satisfagan,
jamás significarán retroceso alguno en sus posiciones ideológicas
y mengua en los ataques hacia las medidas destinadas al progreso
inclusivo de la sociedad.
La
falta de una buena comunicación, al margen de la que pueda ejercer
el propio mandatario en cuestión, es señal de debilidad extrema
ante semejante desproporción de volumen mediático. Tener todos los
días quienes informen a la población con justeza y precisión cada
acción gubernamental, cada movimiento político que se realize, cada
opinión que se considere importante transmitir a la ciudadanía para
elevar su conocimiento y compresión del proceso en marcha, para que
tenga la capacidad de evaluar sus bondades y hacer notar sus errores,
debe formar parte indisoluble de un gobierno que se precie de
responder al mandato otorgado con tanta esperanza por sus votantes.
Construir
un aparato informativo capaz de elevar la voz de los que no la tienen
nunca, de hacer conocer lo que se oculta por los medios masivos de
desinformación, es primordial para la sanidad del programa que se
intente llevar adelante. Brindar un servicio semejante puede poner
freno a los abusos del Poder, que se solaza viendo la proliferación
de la brutalidad masificada por sus reproductoras de mentiras, que
apabullan por sus dimensiones y sus niveles de cinismo e hipocresía.
Hacer
realidad tal construcción mediática popular, solo requiere de la
voluntad de quienes ejercen los cargos ejecutivos y legislativos, del
empeño por asegurar la transmisión de la realidad de forma
alternativa, de la decisión consciente de la envergadura de
semejante acto de superación cualitativa de la población para
transformarla en auténtica ciudadanía, capaz de comprender los
actos de gobierno y de cada sector de la sociedad, comparando las
vulgaridades de los medios dedicados a socavar los argumentos que les
resultan perjudiciales a los poderosos, con los transmitidos por los
espacios de comunicación populares creados a instancias de los miles
de comunicadores que pueden y saben hacer su trabajo con lealtad a la
verdad, por ser parte del Pueblo que los engendra.
El
miedo propio alimenta a los enemigos. Temer las tapas de los diarios,
las vociferaciones de los energúmenos que se pretenden periodistas,
las diatribas de los supuestos analistas doctorados en maldades y
oscurantismos, solo provee de savia renovada al ego autoconstruído
de los dueños de los “Clarines” y “Naciones” y sus múltiples
repetidoras diseminadas por todo el territorio nacional. No hay otra
alternativa que contraponer con valentía otras tapas, otras voces,
otras imágenes, que reflejen visiones y sentires diversos, verdades
escondidas o maniatadas de exprofeso, que acaben con las hegemonías
culturales impuestas para la fácil dominación y las transforme, por
fin, en alas para la liberación de las conciencias.
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