Invariablemente,
después de la finalización del mandato de un poder ejecutivo, salen
a la luz hechos y datos que se mantenían ocultos o se menospreciaban
desde el punto de vista de la difusión, ya sea por ser los medios
parte de los mismos intereses que el presidente de turno o por el
temor de que sean descubiertas las complicidades con hechos
peligrosamente cercanos a lo delictivo, cuando no directamente
viciados por ese carácter.
Claro
que tales cuestiones pueden ser reales o inventadas para la ocasión,
tratando de generar culpabilidades que alejen los señalamientos de
la población sobre los nuevos gestores del Estado, tratando de
desligarse de las responsabilidades que se derivarán de las
decisiones que forman parte del proyecto que los llevó a querer
asumir semejantes cargos. Así se dió con la gestión que culminó
en 2015, a la cual se la atacó durante años antes de la
finalización de su mandato, por ser portadora de una característica
que el Poder real no admite en los gobiernos: la defensa de los
sectores de menores recursos y los intentos de elevar sus condiciones
sociales. Es decir, de la justicia social.
De
esos ataques surgieron denuncias armadas con la complicidad de un
Poder Judicial que sirvió a esos intereses espurios, destinados a
agraviar y culpabilizar a cada uno de los integrantes de aquella
administración como los causantes de tremendos dramas, la mayoría
de ellos inexistentes, pero amplia y profusamente difundidos por la
canalla mediática que se convirtió en la herramienta más eficaz
para la destrucción final (creían ellos) de cualquier posibilidad
de regreso de un gobierno de carácter auténticamente popular.
Ahora,
cuando ese regreso se concretó a pesar de semejante parafernalia
discursiva, materializada en prisiones preventivas de características
claramente políticas para dirigentes a los cuales se estigmatizó
tanto como para recibir el odio de los energúmenos que piensan solo
a través de neuronas ajenas, comienza a desubrirse el velo que
tapaba las verdaderas corrupciones del gobierno de los ceos.
Desfalcos
de volúmenes inconcebibles, fugas de divisas nunca registradas en la
historia, beneficios personales de cada uno de sus integrantes
derivados de cada uno de sus actos e intervenciones, formaron parte
indudable, por lo visible y autenticado con documentación que lo
corrobora, de la raiz de sus actos de gobierno, asumido con el único
objetivo de beneficiarse y beneficiar a los sectores más poderosos
financiera y económicamente.
Junto
a ellos, como base real de sus actos delictivos, empresarios de mucho
predicamento se convirtieron en los peores de esta manada que asaltó
el poder político para multiplicar sus ya obscenas fortunas. No
fueron en vano las defensas a ultranza que realizaban cada uno de
ellos de ese rejunte de vagos y mal entretenidos de la “high
society”, de los “nenes de mamá” que condujeron la Nación
hasta el barranco de la peor crisis social de la historia, para
demostrar, una vez más, y por si fuera necesario, la total y
absoluta falta de algún mínimo criterio de tipo social.
El
desfalco al Banco Nación por parte de ese “gran empresario”, tan
presente en cada uno de los actos de cualquier gobierno, tan
respetado y temido por algunos integrantes de esas administraciones,
por el poder económico surgido de sus posiciones dominantes en un
mercado fundamental para el ingreso de divisas, como es la
exportación de granos; pone blanco sobre negro los auténticos
“valores” con los que se manejan estos ladrones de traje y
corbata, tan seguros de sus impunidades que dejan sus huellas
malolientes en cada lugar donde se apoderan de nuestras riquezas.
La
cuestión que surge es la necesidad de auténtica justicia, una que
permita comenzar a revertir estos oscuros procederes de la clase
dominante, lo cual solo podrá ocurrir cuando dejen de serlo.
Semejante utopía, con ser aparentemente de imposible concreción, no
es óbice para crear las herramientas que puedan acercarnos a ese
objetivo de máxima, que puedan servir para sancionar ejemplarmente a
tales corruptos, a todos y cada uno de sus cómplices, autores de
esos desfalcos pero, peor aún, artífices de la miseria y el hambre
verdadero de millones de pibes que ni siquiera pueden imaginar la
realidad que los hechó de la vida.
La
deuda de la que tanto se habla, esa que será reclamada por otros
poderosos del Mundo, sin importarles las consecuencias que demanden
para los habitantes de esta Nación, ocupan siempre las primeras
planas de esos malditos periódicos del horror relatada como ficción
televisiva, como si sus consecuencias fueran nada más que
monetarias. Se ocultan las caras y los dolores que ellas expresan, se
esconden las inequidades que lastiman la honra de nuestra historia,
se entierran las razones derivadas de esos robos descarados, de las
burlas de sus hacedores, de las risas maliciosas de quienes nos
hundieron en semejante apocalipsis social.
Es
tiempo de asomar nuestras narices por sobre la superficie falsa de
las noticias a medias que recibimos cada día. Es hora que aflore la
capacidad resiliente de una sociedad que sea capaz de hacer añicos
las mentiras programadas, entablarle el juicio definitivo a los
autores de todas nuestras penas y liberar las fuerzas de la
reconstrucción solidaria de la Patria, avasallada con la
complacencia de tantos idiotas y condenada al oscuro futuro de la
muerte cotidiana.
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