jueves, 23 de enero de 2020

EL ESTIGMA VENEZOLANO

Imgen de "NODAL"
Por Roberto Marra
La difamación y la mentira son las herramientas más usadas por estos tiempos para combatir a los pueblos asumidos en gobiernos que se corresponden con sus intereses mayoritarios. El ultraje permanente, las patrañas lanzadas al aire mediático como certidumbres inapelables, forman parte de ese “armamento” que resume el carácter espurio de cada frase, de cada epíteto, de cada irrespeto emitido por esa especie sub-humana que se autoasume como propietaria final de una realidad que nace y muere en sus bocas, imposibilitada de sobrevivencia real, como no sea a través de la repetición obscena de los mentimedios, socios inalterables de los auténticos fabricantes de tantas fábulas antipopulares.
Como parte fundamental de este sistema dedicado a socavar gobiernos que no les resultan convenientes a los intereses de las oligarquías y el imperio, primigenios autores de todas la falsedades que se escuchan y leen, están los ataques o sus paradigmáticos enemigos, así señalados por quienes no admiten otras libertades que las del “mercado”, jamás la de los pueblos. Son los gobiernos que no responden a sus órdenes ni a sus “afinidades” financieras y económicas, los que no hacen reverencias a los poderosos ni se rinden a sus fabulosas extorsiones.
Venezuela es, hoy en día, el motivo de sus desvelos, el estigma que desean erradicar del continente, el virus popular que les contamina sus irrealidades y les aplasta sus pestilentes objetivos de dominación absoluta. Nada han dejado de hacer para derrotar ese proceso creado por un Chávez que se les atravesó en el camino de lo que ya consideraban eternamente suyo.
Peor aún que los obvios ataques del imperio, que requiere con premura la derrota del legítimo gobierno venezolano, son los producidos por quienes se espera una más justa evaluación de la realidad que plantea la existencia del gobierno de aquella nación. Llevados por temores a las represalias imperiales, o formados en conceptos falsos de una democracia hecha jirones por la realidad que aplasta con miseria a los habitantes que nunca llegan a ciudadanos, esos sectores empeñados en desconocer la justicia de las realizaciones y las metas del chavismo, terminan sirviendo a la causa de la muerte cotidiana de la esperanza en la existencia de otro mundo posible, donde se puedan construir sociedades basadas en los valores humanos más trascendentes y sencillos, donde la vida de todos valga lo mismo, donde la calidad de esas vidas se transforme en objetivo de los desvelos de los gobiernos y éstos actúen solo en nombre de esos intereses.
No es una cuestión sencilla defender a la Venezuela estigmatizada. No es tampoco hacer de ello solo una retahila de halagos sin sentido, de no marcar falencias o errores de sus conductores, de no establecer diferencias con criterios, estilos o modos que pudieran ser criticados. Pero existe algo superior y urgente que privilegiar, algo que lleva a decidir en forma terminante el lado en el cual ubicarse en ese límite que marca la diferencia entre la razón histórica y el ultraje a la dignidad popular promovido por el imperio.
Por allí anda ese remedo de pseudo-presidente, autoasumido como tal por decisión de un gobierno extranjero, recibido como equivalente por energúmenos de su misma laya, títeres obsecuentes de las corporaciones que los han colocado en esos lugares de inmerecidos privilegios, autenticados por pueblos derrotados en sus conciencias, programadas mediante los sistemas comunicacionales perversos que reproducen los viejos conceptos goebelianos de las mentiras repetidas hasta el paroxismo.
Por ese mismo sendero del desprecio a la verdad y a la historia que nos une indefectiblemente, caminan los creídos intelectuales de superioridades que nos demuestran sus niveles de imbecilidad con cada “nota de opinión”, verdaderos vómitos discursivos banales e insustentables, desde donde se promueve la caída del “régimen” de Maduro, de esa extraña “dictadura” electa por su pueblo en tantas ocasiones.
No importa lo que se diga en su defensa, porque la sentencia ya ha sido emitida por los dueños de la verdad mundial, los supremos jueces de la injusticia establecida desde el Poder Real. No valen las palabras reflexivas, los conceptos estudiados a través de los hechos sucedidos, la realidad mostrada con sonidos e imágenes incontrastables. Todo será motivo de estigmatizaciones y desprecios, de repugnantes sartas de falsías programadas para vencer a la “barbarie populista” de la Venezuela libertaria, de mensajes de insensateces por las redes sociales, convertidas en verdaderas cloacas por quienes solo ven lo que se les dice que vean, para satisfacción de sus cerebros calcinados por la “civilización” y la “democracia” falsificada.
Los pusilánimes del Planeta continuarán con sus cobardías semánticas para goce de sus temidos patrones ideológicos del norte. Los miedosos de represalias imperiales seguirán con sus acciones indeterminadas, promoviendo “diálogos” basados en la sumisión del gobierno bolivariano a los dictados de sus enemigos. Pero los auténticos defensores de la justicia social, de la soberanía política de los pueblos y de la independencia económica de las naciones, no pueden ni deben subordinar sus visiones y sus acciones a esos perversos mensajes destituyentes de la voluntad popular de ese Pueblo que no se rinde, que resiste con pasión a sabiendas de lo que le esperaría si ceden en sus propósitos.
De este lado de la trinchera, del de siempre, del que estuvieron los primigenios soñadores de Nuestra América libre hace más de doscientos años, allí nos toca permanecer ahora, hasta convertir en realidad aquellas esperanzas y bajar el telón de este drama en el que somos sus actores principales, aún sin saberlo, y cuyo final depende no ya de la fuerza de un imperio demasiado sobrevalorado, sino de la unidad consciente de los que nunca bajaron (ni bajarán) sus banderas de libertad.

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