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Por
Roberto Marra
Los
gobiernos nacionales y populares tienen como paradigma básico la
distribución más equitativa de la riqueza generada por el aparato
productivo. En ese camino se atraviesan, siempre, los enemigos
fundamentales de esos procesos inclusivos, las corporaciones que
detentan el enorme poder que les otorga la concentración en sus
pocas manos de la mayoría de los resortes fundamentales de las
finanzas, la economía y la producción. Con esa carta juegan sus
partidas ventajeras, apostando al fracaso de los planes promotores de
justicia social, siempre tan denostada por estos oligarcas y sus
adláteres del “mediopelo” empresarial, tan acostumbrado a seguir
los dictados de estos oligopolios que han venido asolando la Patria
desde hace ya demasiado tiempo, sea a través de gobiernos
pusilánimes o directamente de sus gerentes, como fue el caso del
período 2015-2019.
Entre
las propuestas que intentan mejorar el acceso a los productos básicos
por parte de la población de escasos o medianos recursos, figura el
de “Precios Cuidados”, un sistema cuya virtud fundamental es la
de referenciar los precios de una cantidad de artículos de primera
necesidad en medio de la oferta general. Este sistema requiere de la
participación honesta de supermercadistas, cuyas principales cadenas
no son, precisamente, dadivosas ni generosas ante las dificultades de
sus clientes, a quienes se los estafa de continuo con exorbitantes e
injustificables aumentos.
Es
ahí donde más se hace notar esa famosa “mano invisible del
mercado”, la que todo parece poderlo, la que nadie parece ser capaz
de doblar hacia el lado de los sufrientes compradores, inermes ante
tanto poderío basado, antes que otra cosa, en sus posiciones
dominantes. Podrán inventarse decenas de procedimientos para
intentar reconducir a estos energúmenos antisociales hacia la
comprensión de lo ventajoso del proceso inclusivo, incluso para
ellos. Nada de eso será asumido de tal manera, sino que reproducirán
sus gastadas consignas sobre “autoritarismos” u otras falacias
semejantes, todo con tal de no retroceder un centavo en sus obscenas
ganancias.
En
pocas ocasiones se ha intentado correr la base del proceso de mejoras
de precios hacia donde está el orígen de los desfasajes entre los
valores de mercado y la realidad productiva. Los costos, esos
invitados de piedra en los análisis de la mayoría de los
economistas, nunca terminan por conocerse del todo, impidiendo ver la
trama fraudulenta que se esconde detrás de cada precio, método
infalible para poder señalar culpables que no lo son y seguir
acumulando riquezas por parte de los que dominan casi todo el
espectro comercial de los alimentos y otros productos de primera
necesidad.
Cuando
alguna vez se intentó realizar un proceso de acceso al conocimiento
de las cadenas de valores más importantes, se lanzaron como aves de
rapiña sobre quienes lo ensayaron. No pueden permitir que se
descubra la verdad escondida en cada número falsificado de sus
góndolas, donde la “magia” de sus calculadoras convierte uno en
diez, derramando fortunas en sus arcas a costa del padecimiento
popular y la destrucción de los auténticos productores, a quienes
solo les llegan migajas de lo que los poderosos deciden en sus
oficinas transfiguradoras de la realidad económica.
El
sistema productivo argentino está profundamente atravesado por
incongruencias entre las dimensiones de nuestro territorio y la
distribución poblacional concentrada en las grandes ciudades. Todo
el proceso de ventas de los productos alimenticios se basa en una
necesidad del manejo logístico de enormes distancias para la
distribución de lo producido en las distintas regiones del País.
Sin embargo, ese aparente apremio no sería tal, de contarse con una
planificación estatal de los procesos productivos, priorizando las
producciones locales frente a las ofertas que demandan recorridos que
elevan innecesariamente los costos. Y, para aquellas que no puedan
sustituirse, promover y desarrollar el transporte ferroviario y
multimodal, única manera de disminuir los costos logísticos.
Casi
no existe lugar en nuestro territorio que impida el desarrollo
productivo de alimentos, con sus particularidades obvias de suelos y
latitudes, pero admitiendo que se pueden generar producciones
agrícolas y ganaderas capaces de abastecer cada localidad mediante
el uso racional de sus espacios periurbanos, generalmente destinados
a lo mismo que en la mayoría del territorio: la producción de
aquellos cereales u oleaginosas de mayor demanda internacional. Solo
con esa racional medida, acompañada con el imprescindible
planeamiento y apoyo del Estado Nacional, junto a los estados
provinciales y municipales, sería posible atender las necesidades
primordiales de las poblaciones, bajando los costos de manera
sustancial y multiplicando la capacidad de compra que, a su vez,
mejoraría las ventas de los comercios locales, aquellos que más
mano de obra demandan.
Racionalidad
es lo que se requiere. Gestión de costos es lo que se demanda por
sobre la casi imposible batalla por los precios. Estos procesos
alternativos pueden generar un cambio real en la cultura de la
apropiación de ventajas inmorales por parte de los grandes
distribuidores y las cadenas de supermercados que solo actúan en
nombre de sus fortunas mal habidas, siempre cubiertas con esa pátina
resbalosa de la publicidad, por donde logran introducir el veneno que
ha venido matando la alimentación sana y de cercanía.
Menuda
tarea para el nuevo Gobierno Popular. Pero imprescindible si se
quiere modificar esta estructura productiva y comercial anquilosada,
que solo permite el hiper-desarrollo de los pocos ganadores de todo
este desfasaje económico que mata de hambre, literalmente en muchos
casos. E imposible lograr los objetivos virtuosos de semejante cambio
socio-económico, sin la participación protagónica de los
ciudadanos, convertidos en auténticos vigías de los procesos que lo
estimulen. Ese es el simple “secreto” que podría generar el
control “natural” de tan inmensa modificación de la realidad,
esa que ilusiona y esperanza a millones de padecientes de un tiempo
que, forzosamente, debe dejarse atrás. Y para siempre.
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