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Por
Roberto Marra
“Cuando
estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao...”. Prodigiosa
advertencia desde la historia tanguera que nos hace Discepolín,
señalando el destino marcado por la realidad siempre amenazante de
más miserias por venir. Y ahí estamos, “rascando los tamangos”
en busca de la moneda imposible, secando la yerba vieja para sentir
el amargo gusto de la pobreza otra vez recorriendo nuestros sentidos.
Allí vamos, cosechando indiferencias de un “mundo sordo y mudo”
a los sufrimientos ajenos, que desecha personas como residuos,
abandonando sus despojos humanos al costado del camino hacia el
precipicio preparado por los poderosos señores del mal, donde
arrojan las sobras del sistema que persiste y persiste en el tiempo,
apañado incluso por sus víctimas, que lo son doblemente, de sus
consecuencias y de las mentiras que las distraen de las causas que
las provocan.
No
queda timbre por tocar “buscando un pecho fraterno”. Cada cual
atendiendo su juego, olvidando sus orígenes, despreciando la palabra
amistad, resaltando sus falsos “méritos” para escalar en una
paródica vida de imposibles opulencias. Son los mismos que “después
de cinchar” toda la vida, quedarán al lado de tantos otros que
creyeron, inútilmente, en la titiritesca representación del fracaso
anunciado por los recuerdos de las mismas “obras” tantas veces
puestas en escena, con otros actores, pero con el mismo director
designado por el imperio decadente.
Siempre
habrá quienes “se prueban la ropa que vas a dejar”, anticipando
la continuidad del engaño, asegurando la reproducción del mal,
procurando tu final anticipado para arroparse con tu misma miseria,
los harapos desgastados por la fútil existencia que cobijara. Todo
en nombre de porvenires inasibles, de sueños fabricados a medida del
consumidor, de espantosos finales previsibles jamás nombrados,
cubiertos por la horrenda pero brillante capa de imbecilidades que
aseguran la ceguera mayoritaria de los “otarios”.
No
es desesperanza. Es el necesario baño de realidad para enfrentar la
insolencia insoportable del Poder. Es la búsqueda de los trazos
gruesos de nuevas-viejas ilusiones que ayuden a batir a estos
enemigos disfrazados de confianzudos amigotes que nos susurran al
oído las falsas melodías de alegrías irreales.
No
es abatimiento. Es la comprensión de las voces de la historia
abandonada, tantas veces dejada al costado de la buena vida, para
asirnos a ese tren fantasma que apabulla y mata en nombre de un
futuro de felicidades que sabemos que nunca llegará, porque no es lo
que buscan sus conductores ni sus mandantes.
No
es desilusión. Es la prospectiva de los deseos populares, los mismos
de siempre, los que fueron mil veces denostados y tantas veces
aplastados con plomo y palos. Es el intento renovado de encontrarnos,
para encontrar la senda abandonada, para transitarla de otra manera,
pero en busca del mismo destino que nos despojaron los soberbios
dueños de casi todo. Es la visión de un Pueblo continente de
certezas elaboradas por él mismo, fortalecido por los liderazgos de
los que nunca traicionaron, sosteniendo las banderas jamás arriadas,
símbolos del triunfo popular que se prepara.
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