Un
fantasma recorre... la Argentina. Un nuevo desafío a la verdad lanza
al ruedo político la oligarquía gobernante, tratando de rememorar
sus recordados “fraudes patrióticos” de principios del siglo XX,
cuando su dominio era tan absoluto que podían darse el “lujo” de
hacer votar varias veces a una misma persona, o a los muertos, para
después asumir sin remordimiento alguno sus cargos mal habidos. Sus
herederos, tan procaces y perversos como aquellos de las vacas en los
barcos, preparan su propio contubernio, única manera de darle
continuidad “legal” a sus desmanes.
Más
sofisticados, los actuales destructores sociales han contratado los
servicios de una empresa (también de manera ilegal), cuyos
fundamentales “beneficios” son los que permiten modificar los
datos cargados en las actas de escrutinio escaneadas, lo cual hace
posible dar vuelta cualquier resultado realmente emitidos por los
ciudadanos, generando la posibilidad de un fraude de dimensiones
gigantescas.
Especialistas
irreprochables en materia informática, datos de sucesos similares
protagonizados por la misma empresa aquí contratada en otros países,
advertencias de estudiosos e investigadores de varias universidades
con demostraciones prácticas y objetivas resultaron, hasta ahora, de
poca repercusión entre los principales candidatos de la oposición,
al menos públicamente. Como si se tratara de una simple maniobra
electoralista más, las certezas planteadas respecto a lo peligroso
de la utilización de semejante engendro electrónico, no parecen
hacer mella en las estructuras partidarias que serán afectadas si no
media una reacción adecuada que frene este despropósito.
Por
supuesto, la parafernalia mediática eleva a la condición de “gran
avance” tecnológico a este fraude en ciernes. Con sus
características monsergas primermundistas, intentan salvar a sus
sostenedores económicos y socios ideológicos a como dé lugar,
haciendo lo único que saben hacer: mentir. Corren los datos falsos
sobre las supuestas “ventajas” del sistema en cuestión,
obnubilan a sus estupidizados televidentes con palabreríos
pseudo-cientificos que imposibilitan cualquier comprensión real de
lo que está por suceder.
Alejados
de la comprensión de semejantes intentos fraudulentos, millones de
ilusionados con la posibilidad de dar vuelta esta historia de
miserias consumadas y postergaciones eternas de justicia, adquieren
ese triunfalismo natural después de ver nacer la esperanza reflejada
en una fórmula que sienten como la que mejor los representa, dejando
de lado advertencias y cuidados, relegando las previsiones
imprescindibles, abandonando al arbitrio de los ladrones el mejor de
sus tesoros: sus voluntades.
No
es tiempo de creerse vencedores, sino de construir la victoria. Un
desafío para inteligentes, no solo para audaces. Es necesario
instruir al soberano, darles las herramientas para convertirse en
fiscalizador absoluto de un proceso que intentará cambiar sus
decisiones a costa de la ignorancia y la desidia. No puede esperarse
nada bueno sino se “hace carne” la duda permanente sobre cada
acto del enemigo contumaz al que se enfrenta. Y es imprescindible
escuchar a los que saben, los que hace mucho vienen advirtiendo del
socavón a la democracia que se prepara.
Después,
cuando los globos se lancen al aire de la fraudulenta alegría
consumada por sumatorias de bits entrecruzados, cuando la ilusión se
convierta en espejo roto, cuando nos resfrieguen en la cara los votos
mal habidos, entonces será muy tarde para lágrimas. Y aquel
fantasma advertido se convertirá en uno mucho más oscuro y voraz,
que asolará la Nación con más hambre y violencia, destruyendo el
sentido mismo de la Patria, matando las últimas esperanzas de un
Pueblo mil veces traicionado.
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