lunes, 6 de mayo de 2019

EL LUJO

Por Roberto Marra
Ahí estaba, mostrando todo su esplendor de siempre. Se notaba desde lejos su aspecto dorado, su consistencia crocante, ese brillo especial de lo recién hecho. Grande y con curvas pronunciadas, con algunas protuberancias generadas por el aire insuflado durante el proceso que la llevó a su creación. Todavía parecía despedir de su superficie el vapor remanente producido tras su inmersión en ese lago de óleos calientes que le otorgó el color final. Aún permanecían, en algunas pequeñas hondonadas, restos aceitosos resultantes de su paso por el caliente continente del que se había rescatado.
No estaba sola. Junto a ella, otras atractivas bellezas doradas mostraban todo su jugoso placer imanente, desatando el deseo incontenible por acercarse a ellas. Longilineas, esbeltas, se amontonaban junto a su inseparable compañera de gran tamaño que nunca dejaba de seducirlas, en un juego de aromas y colores que se complementaban con los brillos y vapores que las envolvían.
Cerca, otras formas y colores exhibían sus particulares características, que invitaban a recorrerlas y saborear con la mirada, tanta enjundia demostrativa de sus dejos de picantes atractivos. Mezcladas entre sí, parecían como un cuadro de Picasso, un arte conjugado para la felicidad sensitiva y potenciar la necesidad que arrastra la mirada incontenible hacia tanta belleza consumada en un solo lugar.
Alrededor de todas ellas se movian presurosas algunas personas que iban y venían, trayendo y llevando más y más belleza, dejando a su paso miradas casi lascivas, penetrantes, obcecadas en alcanzar más que pronto toda la gracia allí reunida, sentir de cerca sus perfumes y desatar la pasión del consumo para saciar el hambre que semejantes presencias generaban.
Pero no parecía destinado a todos ese festín sensitivo. Un muro transparente no les dejaba, a muchos, acercarse a ese enjundioso ámbito donde se reunían todos esos placeres casi imposibles. Otra pared, invisible pero más fuerte todavía, no les permitia ni siquiera intentar atravesar la puerta que veían abrir y cerrarse decenas de veces para que las crucen los afortunados poseedores de lo que a ellos les faltaba, que se retiraban abrazando enormes paquetes que despedían esos aromas añorados desde hacía tanto tiempo.
Y así pasaban las horas, mirando lo imposible, enjugando sudores y lágrimas, observando el reflejo de sus tristes figuras desalineadas en el cristal que los separaba de deseos tan elementales. Esperaban silenciosos el final del día, cuando ya casi nadie atravesaba esa mágica puerta por donde salían sus deseos inasibles. Anhelaban que quedara al menos una de esas bellezas doradas que los habían cautivado desde el mediodía, para atreverse a pedirle al dueño de ese local que les otorgara la gracia de recibirla para sostenerse un día más con la fuerza necesaria para sobrevivir a sus desgracias.
Cuando al fin, el autor de tan bella exposición del fruto de su trabajo diario accede a brindarles ese dadivoso premio a sus persistentes miradas, se abrazarán agradecidos a esa majestuosa presencia grasosa, olerán sus enfriados aromas y la devorarán con pasión desesperada, rememorando, con cada bocado, los cercanos tiempos aquellos donde jamás hubieran soñado que esa simple milanesa con papas fritas, podían llegar a ser un lujo.

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