Imagen de "La Onda Digital" |
Por
Roberto Marra
La
“normalidad”, esa definición tajante de las características
físicas o psíquicas de las personas, de sus acciones y
pensamientos, es utilizada por quienes detentan el Poder para
categorizar a los individuos, sectorizarlos y segregarlos, siempre
que les resulte útil y necesario para mantener o acrecentar los
beneficios de los que se apoderan en virtud de sus preeminencias
sobre el resto de la sociedad.
En
base a esas restricciones, todo lo que quede por fuera de esos
límites establecidos por la saña feroz de los integrantes de esa
clase putrefacta, será estigmatizado como “diferente” a lo
“normal”, valor únicamente expresado por sus propias personas,
puestas como ejemplos a imitar por el resto de los atribulados
ciudadanos, considerados casi como “errores” de la naturaleza.
Todo
ese andamiaje de valores estructurados para la dominación, estalla
por los aires cuando comienzan a descubrirse las reales calañas de
semejante rejunte de pretendidos “normales”, cuando los pequeños
restos de dignidad que quedan en el ámbito del Poder Judicial hacen
su trabajo y ponen sobre la mesa las verdaderas índoles de esas
personas, mostrando los sucios “trapos” que escondían para
conveniencia de sus dominios que, además, pretenden eternos.
Lo
“normal” de esos personajes es la “anormalidad” moral, lo
antiético, la manifestación permanente del desprecio que sienten
por los mínimos atisbos de lo popular, que para ellos es lo “grasa”.
Aún cuando nada puedan esconder ya de sus actos espúrios, de sus
robos y prebendas, de sus deshumanizantes actos antisociales,
continúan exhibiendo con soberbias intolerables sus repugnantes
teorías “lombrosianas”, apoyados por la pata mediática (de la
que son propietarios), que es la que genera la adhesión a sus
oscuros argumentos por parte de los mismos segregados, como aceptando
sus inferioridades respecto a esos individuos malévolos que los
apabullan con sus manifestaciones arrogantes de fortunas mal habidas
y vidas de opulencias insoportables.
Hay
algo peor que la dominación de unos sobre otros, y es la aceptación
por el dominado de su supuesta condición inferior. Es un “trabajo”
que se despliega desde las pantallas de la diaria indignidad
ciudadana, con esos ridículos conductores de falaces programas
periodísticos o de entretenimientos, base primordial de la formación
de las conciencias imbecilizadas de las mayorías. Es desde allí que
se conforma la claque permanente que reasegura el regreso de los
“normales”, cada tanto, a ejercer la conducción de las
instituciones de la “democracia”, otra falacia más en la
construcción del ideario que solo sirve para la continuidad del
status quo.
Entonces,
lo “normal” es la pobreza, la miseria, la desocupación, el
sufrimiento, el hambre. La “normalidad” pasa por servir al
poderoso, por aceptar superiorides imposibles, por atender las
razones de quienes promueven el odio sin motivos reales, por ser
parte de una masa descartable de seres humanos, a quienes solo se les
permite soñar con lo que nunca tendrán, porque así lo ha dispuesto
un enaltecido “Dios... mercado”.
Es
tiempo de desatar lo anómalo. Es hora de producir lo inusual. Se
hace imprescindible construir una nueva era, donde los otrora
“anormales” arrasen con las “normalidades” impuestas por los
creídos “normales”. Es necesario crear otra sociedad, donde
manden la solidaridad y la equidad, donde se eliminen los privilegios
de aquellos que se creen depositarios de falsos designios divinos,
cambiando el sentido mismo de las razones de la existencia de la
sociedad, modificando de raiz los preconceptos elitistas,
arrancándoles el poderío devenido de sus fortunas mal habidas y
sancionando sin miedo a los autores del genocidio social escondido
detrás de su obscena “normalidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario