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Hacer para mostrar. Reflexionar para hacer y luego mostrar. Hacer y
luego reflexionar para volver a hacer. Discutir. Debatir. Salir, hacer
calle, hablar y escuchar, escuchar, pensar y hablar. Poder explicitar el
sentido político de las acciones y las ideas. De eso tratan la
militancia y la política. Y mostrar lo que se hace, eso, es legítimo. Y
si lo podemos mostrar por medios propios, mejor. Aprovechar las
herramientas que brindan las nuevas tecnologías e Internet. Por ejemplo,
los costos se abaratan, y mucho. El acceso a las nuevas tecnologías es
diverso, es amplio, hasta suele afirmarse que es masivo. Los celulares,
Facebook y Twitter se instalaron a un ritmo vertiginoso, lo que da la
pauta de su alcance.
¿Para qué incorporamos estas herramientas? ¿Qué hacemos noso-tros
con ellas? ¿Qué hacen esas herramientas tecnológicas con noso-tros? ¿Qué
puente se genera entre estas herramientas y la política? ¿Puede la
política, un proyecto político, sostenerse en base a estas tecnologías?
No. No puede sostenerse sólo en/con ellas.
Digo esto sabiendo que, de todas formas, mantener una posición
única, una posición cerrada, inflexible, no es aconsejable para entender
un fenómeno que sigue sorprendiendo por los ecos al por millón que
generan ciertas noticias en las redes sociales.
Retomo: un proyecto político se sostiene, justamente, porque en él
confluyen sujetos, proyectos, acciones, que lo hacen legítimo.
La acción territorial, el poder –y el querer– hablarle a la gente en
períodos más prolongados de lo que dura una entrevista radial o
televisiva son elementos de suma consideración en la actualidad. Y esto,
a contramano del fervor con que subimos todo, a veces ciegamente, a las
redes sociales, para que el mundo lo vea, para decir acá estamos,
aparecemos.
La política en la calle, la calle en la política –en la búsqueda de
compartir ideas, sensaciones– y escucharse son claves para que un
proyecto político se haga carne en la gente y para que la gente pueda
volver carne el proyecto político (este planteo no es sólo una mirada,
sino también una experiencia que comparto. Y cuando escribo esto, lo
hago desde un caso situado en la provincia de Neuquén). Las redes
sociales, los mensajes de texto, las páginas personales, adquieren
sentido, relevancia e impacto si está, si existe, ese transitar de la
política en las calles, de la calle en la política. En treinta años de
democracia estamos transitando la recuperación de la palabra y de la
práctica política.
Y, como la calle, aunque en distintas formas, las redes sociales
tienen su retórica: hay que decidir qué decir, qué imágenes mostrar y
estar preparados para la diversidad de las interacciones posibles, entre
otras leer comentarios en todos los tonos.
Puede resultar curiosa esta perspectiva de la comunicación política.
De lo que hablo es que en la medida en que los actores de la política
puedan seguir fomentando la escucha y el diálogo con la militancia y
trabajar esa relación a lo largo del tiempo, se potenciará el sentido de
las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), mientras se
potencia, simultáneamente, la formación de los militantes. Lo no
aconsejable sería privilegiar las TIC por sobre la política. Es lo que
hizo el neoliberalismo y lo que siguen haciendo las expresiones actuales
de la política más retrógrada, la que pone la tecnología por encima de
los sujetos y de los proyectos colectivos. Aunque este mundo fuera
expresable –que no lo es– en las relaciones entre 0-1 de los lenguajes
computarizados, nada suplantará la primera relación, ese primer vínculo,
entre las personas.
Política y militancia logran ser manifestaciones creíbles cuando los
sujetos hablamos cara a cara y nos escuchamos, cuando nos sentamos a
una mesa o hacemos una ronda para vernos las caras. Cuando suman
vecinos, cuando suma gente joven a la ronda de la conversación, cuando
suman militantes de otras épocas. Todo esto puede fortalecerse a través
de las TIC, pero las TIC no pueden suplantar la política del compromiso
intersubjetivo.
En fin, el nuevo paradigma cultural de la comunicación en Argentina
no sólo afecta a los medios concentrados, sino que nos llama a todos a
la reflexión sobre qué lugar pueden ocupar –qué lugar les damos– las
redes sociales en un proyecto político. Sobre todo cuando se trata de un
proyecto político que busca ser parte de las expectativas de un pueblo y
responder a ellas, trabajando para despertar del letargo medieval
producido por otras formas de hacer política, las de la violencia, la
división y los infinitos dolores, privados y públicos.
* Licenciado en Comunicación Social. Egresado de la Universidad
Nacional de Cuyo. Secretario de Extensión de la Facultad de Humanidades
de la Universidad Nacional del Comahue, provincia de Neuquén.
Publicado en Página12
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