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Los
modelos de referencia e identificación primaria dependen de las
impresiones y emociones con las que asociamos las ideas, de manera que
el fascismo es también una formación discursiva que echa raíces
profundas en los modos de producción de los procesos de subjetivación, a
los que el pensador francés Félix Guattari llama formaciones colectivas
del inconsciente, modos que actúan como dispositivos de referencia y de
respuesta, y constructores de mundos semióticos que gobiernan el gusto y
direccionan las predilecciones afectivas o políticas.
Son devenires singulares de las personalidades represivas, muy
propias de la psicología y la personalidad de aquellos que escogen
funciones sociales en donde el mando y la jerarquía son fundamentales.
Guattari recuerda que Freud hablaba de los fragmentos discursivos
marcadores que hacen la personalidad. De allí tomó Freud la idea de
analizar los sueños, para extraer el núcleo semiótico dominante capaz de
funcionar como atractor extraño que organiza en retículas de
pensamiento la enunciación y la interpretación, que es vista como
individualizada pero que actúa como articulador social de las
identidades colectivas.
Los estratos socio-psicológicos del fascismo se movilizan en la
dirección de conservar las seguridades y esto instala a la subjetividad
en el lugar donde el deseo es sacrificado a favor del orden, por miedo a
que el deseo rebase sus propios límites y se convierta en deseo
revolucionario.
Tal vez por esto, algunos sectores de las fuerzas armadas en América
Latina, en donde el concepto de disciplina, jerarquía, orden y autoridad
están por encima de otras consideraciones éticas e ideológicas, han
sido susceptibles al devenir fascista, convirtiéndose en élites
testamentarias colocadas por encima de la sociedad. Los imperios han
encontrado fácil caldo de cultivo en militares ambiciosos con escasa
formación intelectual y debilidades en los aspectos ideológicos. Las
fuerzas armadas de América Latina formaron cuerpos con una historia
marcada por funciones de represión interna, proclives a simpatizar con
las ideas fascistas. (Léase: El Chile pinochetista o la Argentina de
Videla)
El Estado absoluto y el orden absoluto son anhelados y fantaseados
como fórmulas para administrar el bien común y salvaguardar los
intereses nacionales en estos estamentos autoritarios. De allí, la
importancia de abordar el estudio de los ámbitos socio-psicológicos que
dan lugar a la emergencia del fenómeno reaccionario y fascista. Wilhelm
Reich afirmaba que las clases medias ansían el orden a falta de poder,
desprecian a las clases trabajadoras y al pueblo, le temen mientras
envidian a la burguesía cuyo polo de identificación desean. Pero el no
poder acceder a los beneficios de la condición burguesa y al intentar
alejarse a como dé lugar de la condición de clase proletaria, optan por
la doctrina de un Estado que les brinde seguridad y les permita mantener
sus privilegios como sector intermedio para, desde allí, ascender en el
estatus de clase dominante.
El fascismo estimula una suerte de individualismo organizado a partir
de una comunidad reaccionaria. La llamada meritocracia o los segmentos
de la tecno-burocracia son proclives aspirantes a la estructura
socio-psicológica de corte reaccionario. Su "no toma de partido" es de
suyo una toma de partido por un régimen autoritario en el que sus ideas
están por encima de cualquier saber. Es en los momentos de crisis en los
que se rasga el velo frágil de opacidad presente en la sociedad y se
desenmascaran las contradicciones de clase, los sectores de la sociedad
que vivían al margen de las contradicciones se sienten asaltados en sus
estilos de vida, y sienten en peligro lo que consideran sus logros
vitales más importantes, su ilusorio ascenso social y su estructura de
clases.
*Publicado en AVN
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