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¿Por
qué la crisis egipcia les parece tan simple a nuestros políticos y tan
complicada cuando uno va a El Cairo? Comencemos con la prensa egipcia.
Los medios se unificaron en el momento en que el general Abdel Fatah
al-Sisi y sus muchachos removieron del poder al presidente Mohamed
Mursi, el 3 de julio. Un grupo popular de televisión –de cuyas ondas
sonoras hablé ocasionalmente en la era post Mubarak– apareció después de
la toma del poder con sus periodistas y presentadores, todos elogiando
al nuevo régimen. Y acá está lo insólito, ¡todos aparecían en la
pantalla en uniforme militar!
Por supuesto, había que crear fantasías. La primera de ellas no era
la pérfida, no democrática y terrorífica naturaleza de los Hermanos
Musulmanes –idea que había sido instalada por lo menos una semana antes
del golpe–. No, lo era la cantidad de manifestantes. “Millones” en las
calles pedían el derrocamiento de Mursi. Estos millones eran esenciales
para la fantasía suprema: que el general Al Sisi seguía la voluntad del
pueblo. Pero luego, Tony Blair –cuya exactitud sobre las armas de
destrucción masiva en Irak es bien conocida– nos dijo que había “¡17
millones de egipcios en las calles!” Esto merece un signo de
exclamación.
Luego, el Departamento de Estado de Estados Unidos nos dijo que
había 22 millones en las calles de Egipto. Luego, hace tres días, el
Index Democracia nos informó que había 30 millones manifestándose contra
Mursi y que sólo había ¡un millón de partidarios de Mursi en las
calles! Esto es realmente increíble. La población de Egipto es de
alrededor de 89 millones. Restando los bebés, niños, jubilados de edad
avanzada, esto sugiere que más de la mitad de la población estaba
protestando contra Mursi. Sin embargo, a diferencia de Egipto en 2011,
el país seguía funcionando. De manera que ¿quién, durante lo que el
Sindicato de Escritores Egipcios ahora llama “la mayor manifestación
política en la historia” estaba conduciendo los trenes y los colectivos,
los subtes de El Cairo, operando los aeropuertos, ocupándose de los
rangos de la policía y el ejército, las fábricas, hoteles y el Canal de
Suez?
Gracias a Dios, Al Jazeera trajo a un experto estadounidense en
multitudes para demostrar que esas cifras surgieron de un mundo de
sueños. Alrededor de la plaza Tahrir es imposible reunir a más de un
millón y medio de personas. En Nasr City, un punto de manifestaciones de
Mursi, muchas menos. Pero el trabajo de campo había quedado
establecido.
La semana pasada, el secretario de Estado de Estados Unidos, John
Kerry, pudo decirnos que al ejército egipcio “millones y millones de
personas (sic) le habían pedido que interviniera, todas ellas temerosas
de caer en el caos y la violencia. Y el ejército no tomó el poder, Hasta
donde sabemos, y hasta ahora, para gobernar el país. Es un gobierno
civil. Efectivamente, (sic) está restaurando la democracia”. Lo que
Kerry no mencionó fue que el general Al Sisi eligió al gobierno “civil”,
se renombró a sí mismo ministro de Defensa, luego se nombró viceprimer
ministro del gobierno “civil” y permaneció como comandante del ejército
egipcio. Y que el general Al Sisi nunca fue electo. Pero eso está bien.
Fue ungido por esos “millones y millones” de personas.
¿Y qué dijo el vocero militar cuando se le preguntó cómo
reaccionaría el mundo al “excesivo uso de la fuerza” que mató a 50
manifestantes de los Hermanos Musulmanes el 8 de julio? Sin reservas,
respondió: “¿Qué fuerza excesiva? Habría sido excesiva si hubiéramos
matado a 300 personas”. Eso habla por sí solo. Pero cuando uno está ahí,
entre los 17 millones, 22 millones, 30 millones, los “millones de
millones”, ¿a quién le importa?
Ahora, al Departamento de la Palabra Clara. Déjenme citar aquí al
mejor comentarista de Medio Oriente, Alain Gresh, cuyo trabajo en Le
Monde Diplomatique es, o debiera ser, lectura obligatoria para todos los
políticos, generales, oficiales de inteligencia, torturadores y cada
árabe de toda la región. Los Hermanos Musulmanes, escribe este mes,
resultaron “fundamentalmente incapaces de adaptarse al pluralismo
político, de emerger de su cultura de clandestinidad, de transformarse
en un partido, de hacer alianzas. Es verdad, crearon el Partido de la
Libertad y la Justicia, pero éste permaneció totalmente bajo el control
de los Hermanos”. ¿Y cuál es el rol verdadero de Al Sisi en todo esto?
Nos dio una sugestiva señal en su infame pedido del 25 de julio a los
egipcios, de autorizar al ejército a “confrontar la violencia y el
terrorismo”. Dijo que les había dicho a dos líderes de la Hermandad,
antes del derrocamiento, que la situación era “peligrosa”, que las
conversaciones de reconciliación debían comenzar inmediatamente. Los dos
líderes, según Al Sisi, habían respondido que “grupos armados”
solucionarían cualquier problema que surgiera. El general estaba
iracundo. Dijo que le daba a Mursi una semana antes del 30 de junio para
tratar de ponerle fin a la crisis. El 3 de julio, le envió al primer
ministro, Hisham Qandil, y a dos hombres más para convencerlo de que
fuera proactivo y llamara a un referéndum acerca de su permanencia en el
poder. La respuesta fue “no”.
Al Sisi le dijo a Mursi que “el orgullo político dicta que si la
gente te rechaza, o bien hay que bajarse o bien reestablecer la
confianza a través de un plebiscito. Algunas personas quieren gobernar
un país o destruirlo”. Por supuesto, no podemos oír el punto de vista de
Mursi. Ha sido públicamente silenciado. Gracias a Dios por el ejército
egipcio. Y por todos esos millones.
*Publicado en Página12
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