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Transcurre el tiempo siempre de la misma forma, pasa en lo común sin que
nos demos cuenta, como pasa la sequía, hasta que un día el hombre disperso ve,
atiende que en efecto el erial se compuso y tornó a ser, en las afueras del
pueblo, una gruesa alfombra verde, amarillenta y de otros tonos. Así
transcurren los tránsitos cuando se obtiene la variación, más sensible aun, que
de lo antes llamado erial.
El hecho cultural transformado, que tantas veces se proyectó en
horizontes viejos y no tan viejos, sucediendo a medias generalmente, fue y es
el hecho cultural en reversión integral. Hecho significa aquí el rasgo o
la marca en la sociedad en un tiempo o durando más de uno.
La reversión así de un hecho cultural, quiere decir variación en el
rumbo; varía la pulsión o inconfesable pero vivo anhelo, asumido por el orden
general. Esto, si digo reversión estoy diciendo 180 grados. No se produce esta
variación cuando la reversión no es a 180 grados. La apetencia anímica se
orientó de ese modo afluyendo a un espacio virtual de atención, congregador, en
donde lo disgregador deja de ser interesante. Aquí lo disgregador quiere decir,
en este contexto, el desprecio a los propios terrruños Desprecio y descuido e
incluso detracción, a los propios terruños.
Provenimos de un tiempo de confusión, de feroz detracción, de mucha gente
hacia su propio terruño, en donde quiera que estuvieren. Terruño quiere en este
contexto decir: compendio de claves y elementos caros al sentir tradicional, de
un país.
Triste pero real, se ha notificado esto en todo lugar. En respuesta a
eso, el patrón de apetencia anímica se modificó también. Un hecho cultural en
reversión demanda audacia, o incluso algo deliberadamente alocado. Y resulta
oportuno graficar con un dato que hace poco repasé, del año 1401. Un miembro
del ayuntamiento de Sevilla, en España, en reunión para la construcción de su
catedral, dijo: "Hagamos un templo tal, y tan grande, que los que lo
vieren acabado, nos tengan por locos." Y digo, que aquel que haya tenido
la oportuniodad de pasar o ver una postal, como en mi caso que tengo dos o tres
en blanco y negro de este genero, de la catedral de Segovia, pensará con
facilidad que es obra de locos. Además, en cualquier ciudad del entero
occidente, el haber impulsado, o haberse atrevido a impulsar, todos los
edificios de volúmen importante y de estilo barroco en un ciento por ciento
tal, poseyeron idéntica pasión e idéntica pulsión. No de otra forma y nunca
indiferente con el bien connacional se toma ese tipo de decisiones. Y ahora se
explica más fácil, por diferencia, de qué se trata la detracción del terruño
propio: no hacer nunca, a lo largo de una vida entera, ninguna defensa de, o
voluntarismo alguno en favor de, los esplendores para el propio terruño.
Concluyo esta parte, agregando que la reversión de este tipo, insisto,
exige coraje, arrojo y energía puestos al servicio de aplicarse a los aspectos
sensibles que vaya en cada tiempo requiriendo ese costado de la realidad. Un
giro de menor grado tal vez, resulte esteril e inocuo e insignificante. El negocio
de la perfectibilidad no es un negocio para endebles.
El título habla de la vida pedestre, o sea lo que a nivel peatón es el
devenir de las calles. En esos recovecos la vida se ancla en lo deportivo, con
insistencia. Este particular anclaje despliega un sentido evidente de gesta, y
al mismo tiempo, aparece anexa la compulsión de frustrar a la sociedad, al
interferir otros en el deporte en tanto gesta, para malograrlo, siendo aquella
una pulsión natural que el deporte posee.
No es necesario explicar la férrea y anormal compulsión que se esconde
dentro de la afición, para tratar de descomponer la ambición de la afición
normal. Entre los que entienden el deporte como gesta, una gran fracción de la
afición es conciente de la pasión que la envuelve, y de las aspiraciones
profundas que su sed de triunfo guarda y aguarda. Esto en el deporte
profesional.
Dentro del deporte amateur aun vive la impronta vecinal, afortunadamente.
Aunque también vive, con pocas chances de interferir, la compulsión de anular
el valor referido que en definitiva es el de las cosas del párrafo inicial, que
tiene relación con el valor de gesta.
Resiste el amateurismo esa corriente de una competitividad de detracción,
que tanto persigue al deporte profesional. Los detalles me parecen impropios de
este fragmento, y además desestimaría la inteligencia del que esto consulta y
conoce perfectamente en lo que hace a detalles.
Se ubica con comodidad aquí, el barón Pierre de Frédy, barón de
Coubertin (ain). Se me ocurre el personaje indicado para graficar esto.
Como sabemos, él fue el arquitecto de los Olímpicos modernos de verano, que
arrancaron en 1896. Este hombre, evidentemente proyectó su idea en el deseo de
una confluencia de unión de todos los países, en una fiesta que sume en tantísimos
aspectos que un día pudiesen componer un virtual espacio o tangible realidad de
progreso.
No sufre creo yo de excepticismo la celebreción olímpica, teniendo en
consideración lo que en forma unánime cuentan los deportistas que atravesaron
la experiencia de la villa olímpica, como un suceso extraordinario, lo cual
hace pensar en un funcionamiento de las relaciones fraternas allí dentro, en
desmedro de la inquina entre representaciones. Aparentemente prevalece el
optimismo.
En los Juegos Olímpicos además, el nivel de competición es alto; en la
mayoría de las disciplinas mantiene un nivel superior a los mundiales de las
federaciones de origen, y en el caso del fútbol es notablemente inferior pero
eso no perjudica los juegos. Así es que la competición más alta hace mover a
los Juegos Olímpicos, y a esto lo reflejan las incontables leyendas del deporte
que a su paso se agregan. Todo, inserto en un ambiente de camaradería, y
predisposición a intensificar las relaciones entre grupos, o hasta un
internacionalismo de provecho. Han habido excepciones, pero la proyección de
Pierre de Cubertin funciona básicamente.
Igualmente creo que conserva el interés y la belleza intactas el deporte
profesional, pero lleva consigo el engorro que lo obliga a hacerse cargo de la
cosas ingratas que se adhieren al mismo, que no va en desmedro de lo bueno que
se disfruta a nivel de juego y marco y estructura.
Defino esto diciendo que el juego profesional ocurre al tiempo de la complejidad
del mundo cuyas miserias se adhieren al deporte, que tiene que empeñarse en lo
directriz, en afrontar lo indeseable. Ardua tarea.
Pasa el cultor que forma parte de la afición loable, cuando anda por su club,
revista a los trofeos que se conservan en el cristal. Intimamente toma nota de
lo que los trofeos de la vitrina connotan. Allí está reflejada la historia de
los personajes anónimos, quienes no han tenido relieve en las actividades
todas, pero dejaron su aporte insustituible en los trasfondos de la vida común.
Se ve la marca en esos trofeos, de los otros lauros, invisibles, de las calles
y el todo.
Y como se dice en la primera parte, lo congregador; lo congregador es
toda esta concepción. Pero no se alcanza a distinguir si esto se arraigará en
lo porvenir.
*Escritor
Miembro de Desarrollo&Equidad
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