Jorge Coscia |
No podemos negar que no puede haber políticas culturales exitosas en países que fracasan, países que no logran encontrar un destino de autonomía, de justicia, un destino en definitiva contenedor de la vida de la gente que son esencialmente vidas culturales.
Es muy difícil hablar de políticas culturales anteriores a 1983 en la Argentina. Durante el largo período de la dictadura militar lo primero de lo que se ocuparon fue de secuestrar intelectuales y artistas. Hay ejemplos de numerosísimos periodistas y poetas desaparecidos o cantantes o compositores a los que les arrancaron las uñas para que no toquen la guitarra. Hay una frase que siempre recordamos y que pertenece a Arturo Jauretche: “Nos quieren tristes porque nos quieren dominados, nada grande se puede hacer con la tristeza”. Es una frase esencialmente cultural y la hegemonía cultural es la madre de todas las hegemonías.
Si vamos más allá del ’83, vamos a encontrar en la Argentina las heridas de lo que uno podría denominar un fenómeno paralelo al genocidio. Para definirlo voy a citar al actual ministro de Educación del Chaco, Francisco Romero, quien editó un libro que se llama Culturicidio. Realmente es un concepto que debemos incorporar porque de la mano del genocidio vimos en muchos países y pueblos un fenómeno culturicida, un fenómeno que no sólo reprimía, que controlaba las posiciones políticas, las ideas, sino que también intentaba debilitar lo que es en definitiva la personalidad de los pueblos de la nación, que es la cultura. Ese culturicidio se dio de la mano del debilitamiento del proceso de las capacidades culturales de nuestros pueblos. Ese fenómeno no fue sólo de la dictadura sino que se prolongó más allá. En la Argentina hemos tenido Subsecretaría de Cultura, hemos tenido Ministerio de Educación y Cultura, mientras que no había plata para pagarles a los maestros. Hasta el 2003 hemos presenciado procesos de indefinición en torno de cuál es el rol que debería tener el área de cultura en Argentina. Hasta la presidencia de Néstor Kirchner, había un concepto de comunicación que no tenía nada que ver con la democratización de la misma, sino a una comunicación con propaganda, la comunicación como prensa comunicacional de la política, marketing. Un nuevo culturicio que esta vez pasó por los mercados. En fin, el espíritu de los años ’90. La política cultural como forma de integración social está en el centro de nuestra gestión. Se trata de dar trabajo, vivienda, salud, educación. Todo esto es la cultura. Un inmigrante latinoamericano que vive en el conurbano bonaerense está en una suerte de purgatorio donde no puede reconocer su origen y tampoco puede ingresar a la pertenencia. La cultura sirve para comprender que está orgulloso de esa pertenencia latinoamericana. Muchas veces cuando nuestras culturas fueron elitistas, también fueron racistas. El elitismo y el racismo suelen ir de la mano y allí está nuestro objetivo central que puede ser definido en una sola palabra: igualdad. Esa es la palabra que queremos ligar para siempre con la palabra cultura.
*Publicado en Miradas al Sur
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