La apertura al debate que propone el Plan Estratégico es una oportunidad para pensadores y portadores de experiencias que puedan dialogar con representantes de la ciencia ligada a la agricultura y con políticos que construyen planes y toman decisiones.
La Presidenta, después de un primer anuncio en 2010, presentó el lunes pasado el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial. Todo plan de gobierno, de generación de políticas de Estado, tiene como contexto una visión de la sociedad en su conjunto y del sector económico y social en juego. La idea de industrializar la agricultura no es nueva, se remonta al final del siglo XIX. En efecto, “la cuestión agraria”, es decir lo agrario convertido en una “cuestión”, en “problema” para el desarrollo del capitalismo industrial, abonó muchos debates tanto en el pensamiento hegemónico liberal como en el crítico. Karl Kautsky reflexionaba sobre “la cuestión agraria” en función de un programa para la socialdemocracia alemana y, en un importante trabajo publicado en 1899, llegaba a la agroindustrialización, cadenas de valor que ejemplificaba con la empresa láctea Nestlé. Ribetes interesantes y hasta trágicos alcanzó el debate cuando intervenía la pequeña producción o su forma comunitaria. El recordado agrónomo ruso Alexander Chayanov (muerto en las cárceles del stalinismo) se imaginaba en la Rusia de comienzos del siglo XX, pueblos rurales industrializados con eficientes agroindustrias que agregaran valor a la materia prima. Ese debate se retoma después de la Segunda Guerra Mundial, atraviesa Europa y mucha riqueza argumentativa fue agregada por países de América latina, como México o Brasil.
Cuando el Consenso de Washington aún no se había elaborado, Juan Perón escribe en 1972 el “Mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo” y, sorprendentemente, puede describir desde sus preocupaciones lo que el futuro nos deparaba en términos de agricultura, recursos naturales, alimentos, ciencia, calidad medioambiental. En sólo seis páginas este impresionante estadista anunciaba “lo que vendría” en forma de mensaje para pueblos y gobiernos. Dice Perón: “El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica y, si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas... El ser humano cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la Luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata el mar que podía servirle de última base de sustentación”.
Valdría la pena reproducir todo este material y retomarlo hoy para recordar no sólo su profundo pensamiento nacional, popular y básicamente “decolonial”, sino también para generar los puntos de partida o las raíces del debate del siglo XXI acerca de estos problemas, que son, precisamente, los que rodean al Plan Estratégico.
El pensamiento social crítico de nuestro siglo parte de otra relación entre el hombre y su entorno. Como previó Perón, el hombre desde la ecología política comenzó a concebirse como parte del medio ambiente por él creado. Por eso se discuten los derechos de la naturaleza, el respeto por los recursos como legados “posgeneracionales” criticando la idea de un exponencial desarrollo productivo que el gran capital siempre reclama. No es aumentando la producción e incorporando tierra (que se quita a otros usos, comunidades, yungas, bosques) el modo de plantearse los problemas de la agroalimentación. Tampoco lo es con la famosa tecnología de punta. Boaventura de Sousa Santos recuerda que para construir un satélite debemos recurrir a la tecnología de punta, mientras que para ocuparnos de la preservación del agua, la tierra, la alimentación de la población debemos por lo menos construir una ecología de saberes entre las ciencias agronómicas, las experiencias de aquellos que se dedicaron a trabajar la tierra durante décadas, el conocimiento de los grupos humanos acerca de la formación de acciones organizativas (cooperativas, frente de cosechas). El y muchos otros pensadores del siglo XXI nos alertan de los peligros de las tecnologías que amenazan hacer desaparecer semillas, biodiversidad, fertilidades de suelos. En fin, el peligro de convertir la tierra, en efecto, en “un recurso no renovable” (cuando en realidad no lo es, es limitado y renovable). Un pensamiento social crítico recorre el mundo en el siglo XXI. En otros países está en diálogo con los científicos y con el Estado para pensar la cuestión de los recursos naturales y la alimentación. La apertura al debate que propone el Plan Estratégico es una excelente oportunidad para que los portadores de experiencias pasadas pero pensamientos de este siglo XXI puedan dialogar con los representantes de la ciencia ligada a la agricultura hoy (biotecnología) y con los políticos que construyen planes y toman decisiones
El pensamiento social crítico de nuestro siglo parte de otra relación entre el hombre y su entorno. Como previó Perón, el hombre desde la ecología política comenzó a concebirse como parte del medio ambiente por él creado. Por eso se discuten los derechos de la naturaleza, el respeto por los recursos como legados “posgeneracionales” criticando la idea de un exponencial desarrollo productivo que el gran capital siempre reclama. No es aumentando la producción e incorporando tierra (que se quita a otros usos, comunidades, yungas, bosques) el modo de plantearse los problemas de la agroalimentación. Tampoco lo es con la famosa tecnología de punta. Boaventura de Sousa Santos recuerda que para construir un satélite debemos recurrir a la tecnología de punta, mientras que para ocuparnos de la preservación del agua, la tierra, la alimentación de la población debemos por lo menos construir una ecología de saberes entre las ciencias agronómicas, las experiencias de aquellos que se dedicaron a trabajar la tierra durante décadas, el conocimiento de los grupos humanos acerca de la formación de acciones organizativas (cooperativas, frente de cosechas). El y muchos otros pensadores del siglo XXI nos alertan de los peligros de las tecnologías que amenazan hacer desaparecer semillas, biodiversidad, fertilidades de suelos. En fin, el peligro de convertir la tierra, en efecto, en “un recurso no renovable” (cuando en realidad no lo es, es limitado y renovable). Un pensamiento social crítico recorre el mundo en el siglo XXI. En otros países está en diálogo con los científicos y con el Estado para pensar la cuestión de los recursos naturales y la alimentación. La apertura al debate que propone el Plan Estratégico es una excelente oportunidad para que los portadores de experiencias pasadas pero pensamientos de este siglo XXI puedan dialogar con los representantes de la ciencia ligada a la agricultura hoy (biotecnología) y con los políticos que construyen planes y toman decisiones
* Socióloga, profesora titular de Sociología Rural, Instituto Gino Germani (UBA).
Publicado en Página12
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