martes, 7 de julio de 2020

LEVANTAMANOS

Imagen de "Conclusión"
Por Roberto Marra
Adquirir la representatividad de un grupo, es un acto de ida y vuelta, es asumir la responsabilidad de tomar decisiones complejas en las que siempre estará en juego ese contrato no firmado, pero vigente desde el mismo momento en que el convertido en representante se propuso como tal a la sociedad o, al menos, a una parte de ella. Los representados, una vez instalado en el cargo institucional que se trate, podrán requerirle, cada vez que lo crean necesario, la rendición de sus acciones para evaluar su gestión y ver la correspondencia con los dichos que les llevaron a aceptar asumirlo.
Esa representación deriva de la supuesta coincidencia de ideas entre el electorado y su elegido o elegida, supone la confianza en su futuro accionar frente a las decisiones que involucren beneficios o perjuicios para la sociedad en su conjunto y para la parte que lo eligió en particular. Su actividad involucrará siempre el sostenimiento de la base ideológica que previamente haya expuesto como sus principios, supuestamente irrenunciables.
Pero nada es tan lineal ni tan perfecto. La desidia de la sociedad para controlar a sus representantes después de instalados en sus cargos, sumada al acostumbrado poco contacto posterior real del elegido con su electorado, hacen escasamente probable que todo su accionar se corresponda con lo previsto en aquel contrato no escrito que le posibilitó su llegada al cargo en cuestión. Sin embargo, eso no debiera impedir al representante, asumirlo con la vocación necesaria para ejercer su mandato con absoluta sujeción al pacto ideológico derivado de su pertenencia al ámbito partidario y/o social que lo ungiera al frente de la representatividad que ejerza.
En el Concejo Municipal de Rosario, se ha dado ahora una de esas controversias, derivadas de la falta de coincidencia entre los dichos y los hechos de algunos representantes, con la ideología manifestada antes de la asunción a los cargos que ostentan. Allí se ha debido elegir el nuevo directorio del Banco Municipal, uno de los pocos bancos estatales que quedan en pié, basándose en la propuesta elevada por el ejecutivo para la evaluación de los representantes del pueblo rosarino.
Con una actitud reñida con el conocimiento de la realidad por parte del intendente, propuso para conformar el nuevo directorio a personas involucradas con la banca privada, exponentes claros del pensamiento neoliberal y, en uno de los casos, con uno de las más resonantes y actuales desfalcos de los últimos tiempos, como es el caso Vicentín y su fraude, que involucra a quienes gestionaron hasta no hace demasiado los créditos otorgados con tanta “generosidad” por los integrantes del directorio del Banco Nación durante la gestión macrista.
Casi nada de extraño tienen las actitudes de los concejales que representan a las políticas que llevaron a la debacle financiera y social más extraordinaria de la historia económica de la Nación. El seguidismo de los sectores partidarios que forman parte de ese Frente extrañamente llamado “progresista”, tampoco puede llamar la atención de nadie con unos años de seguir sus decisiones, aún cuando dentro de tal agrupamiento existan personas de capacidades intelectuales que debieran impedirles aceptar semejantes defecciones.
Pero la cuestión pasa por los votos de concejales que asumieron sus mandatos desde un sector peronista que, desconociendo su debida correspondencia con la ideología de quien sostienen a voz en cuello como su líder, levantan las manos para acompañar semejante engendro institucional, como es la de colocar en el centro de las decisiones del banco público de la ciudad, a personas que siempre actuaron en contra de los intereses populares, involucrados ideológica y prácticamente en la maraña destructiva que arrasó a la sociedad argentina durante cuatro años.
¿Qué hace que alguien, que parte de una supuesta correspondencia con una doctrina determinada, termine haciendo lo contrario que ésta le señala? ¿Cuál es la relación establecida por estos personajes, con aquellos que deben representar basados en aquel contrato no escrito, pero consumado con los votos, que los colocaran allí para defender lo establecido en él?
Engaño, falsificación, estafa, son posibles definiciones del accionar fraudulento de estos levantamanos olvidadizos de ideas y pertenencias, de discursos vanos y sonrisas de cartelerías de costos millonarios, para elevarlos a la condición que traicionan con sus escasas capacidades de análisis de la realidad y sus brutalidades escondidas durante sus campañas. Ocultando llegaron y ocultando actúan, para regocijo de los enemigos del Pueblo y pacientes destructores de voluntades, elevados a la categoría de “serios” y “responsables” por la caterva mediática que acompaña y soporta semejantes despropósitos institucionales.
Ellos empujan al olvido a los traicionados, a deshilachar la ideología que los hizo creer que otra ciudad era posible, a envolverlos con su telaraña de mentiras y sospechas sobre su propia capacidad de control de sus representantes. Así construyen la pereza participativa y la anulación del protagonismo que forma parte ineludible de su condición de Pueblo. Y de allí surgen estos falsos representantes de lo que ni siquiera comprendieron nunca, pobres actores de un drama que ayudan a que no termine nunca.

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