jueves, 9 de julio de 2020

LA INDEPENDENCIA POSTERGADA

Imagen de "Supara"
Por Roberto Marra
Cada año, al llegar el 9 de julio, volvemos a escuchar las viejas recetas discursivas con las que, desde chicos, nos acostumbramos a recordar el día en que se declarara la independencia de nuestra Patria. O, al menos, eso es lo que se deduce de los libros de historia contados desde la ideología que terminó rigiendo nuestros destinos desde entonces, con sus idas y vueltas, con sus devaneos con otros imperios al que hasta ese momento nos regía, cuando les expulsamos del territorio aún no definido del todo de lo que sería la Argentina.
Después, con el paso del tiempo y las avatares propios de la generación de una nueva Nación, sobrevendrían otras interpretaciones históricas y más disputas por la verdad de los hechos de entonces, siempre atravesados por las subjetividades que intentaban desentrañarlos. Pero el carácter épico de aquella fecha, lo haya sido o no del todo, quedó en el imaginario popular, como medio inequívoco de la necesidad de contar con un hito que marcase el inicio de nuestra nacionalidad, un imprescindible “acto heroico” que nos remita a pensar en un argumento tan profundo en su significado, como es la liberación de cualquier opresión.
Independencia y soberanía nunca terminaron de conjugarse del todo en nuestra historia, atravesada por millares de momentos donde la tergiversación de la verdad hizo añicos aquella intencionalidad iniciática y postergó la necesidad que todo pueblo tiene de sentirse libre para decidir su destino. A pesar de etapas prolíficas para la construcción de esa soberanía tan demorada, donde el Pueblo alcanzó a tocar el breve resultado de sus luchas por lograrlo, siempre se atravesó en el camino de los sueños libertarios la oscuridad de los traidores, el abismo de los necios, la imbecilidad de los brutos y la parsimonia de los ignorantes.
Vuelven ahora, en estos tiempos extraños de escondites y evasiones a algo que ni siquiera alcanzamos a ver, pero nos atemoriza con sus muertes cotidianas, aquellas trapisondas de los enemigos de siempre, de los destructores de la sociedad y sus sueños emancipatorios, tratando de aplastar cualquier atisbo de independencia real, esa misma que después exaltan en sus bufonadas discursivas de actos donde la hipocresía es la omnipresente y la mentira la reproductora de viejas consignas colonialistas.
Nada se salva de sus insultos cotidianos, multiplicados por la verba excremental de sus voceros mediáticos. Nadie queda eximido de sus amenazas de alteración de las decisiones populares, a fuerza de encumbrar en el altar de “la verdad” a las peores y más obscenas reivindicaciones del oscurantismo ideológico que les da orígen a sus ideas antisociales. Ningún espacio queda vacío de sus fantasmales regresos a un pasado eterno, que intentan imponer por la fuerza de sus voces de alcances infinitos y, si fuera el caso, por el precio de miles de vidas cegadas en busca del prosaico aumento de sus ya exhuberantes riquezas.
Quienes conducen este nuevo intento de construcción de una Patria verdaderamente independiente, soberana y justa, parecen impelidos a responder una tras otras las falsías armadas para erosionar las bases de esta nueva experiencia. Corriendo detrás de la agenda impuesta por los medios que actúan como la infantería de ese ejército financiero y judicial que pretende acabarlo tempranamente, su accionar se traba en los baches de un camino bombardeado a cada minuto, donde también transitan los ciudadanos a los que se obliga a ver y escuchar solo esas voces degradantes de la coherencia con la realidad.
La verdad a perdido prestigio y la realidad solo es un recuerdo de otros tiempos donde, al menos, existía la vergüenza. Perdidos en un océano de falsedades, los habitantes de este territorio pretendidamente liberado, caen una y otra vez en las redes (reales y virtuales) de las estigmatizaciones, las defenestraciones y la banalidad. Solo con ello, logran establecer una “masa crítica” al servicio de sus intereses espúrios, puestos a los pies del regocijado amo imperial de turno, que nos empuja a la división y el fracaso con sus avasallamientos culturales.
Todo se ha reducido a un feriado vacío de contenido patriótico, un día más en el calendario de los recuerdos que otrora elevaba nuestros espíritus patrióticos y nos hacía, aunque sea por esa sola fecha, auténticos y legítimos dueños de nuestro destino. Ha llegado la hora ineludible de convertir aquella esperanza mustia, en objetivo que fundamente nuestras vidas, en paradigma que alimente nuestras ilusiones de felicidades negadas, en luz que alumbre la concreción de la renovación épica del sueño primigenio que originó el deseo de ser libres. Y liberarnos de una vez, decididamente para siempre, de los cobardes, de los sumisos, de los obtusos y los traidores, para ser, por fin, una Patria soberana.

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