lunes, 20 de julio de 2020

ESCUCHAR PARA VENCER

Imagen de "Arbara"
Por Roberto Marra
Como si de pronto se hubiera descubierto la importancia de los afectos para la vida, centenares de energúmenos se amontonan en lugares públicos, decenas se reúnen para comer y brindar, otros tantos se han dado cuenta de la importancia de la actividad física y salen a correr como perseguidos por el demonio (populista), todo para, concluída la jornada, descubrir que miles de ellos ya forman parte de las estadísticas “coronavirósicas”. Así concluyen estos cotidianos dramas socio-sanitarios desatados por la fuerza impelente de los medios, que se desesperan por terminar con esta nueva experiencia popular, aprovechando perversamente las muertes y la debacle económica. Explotando, también, las reyertas verbales entre sectores afines al gobierno, que demandan acciones que expresen cada uno de sus pensamientos sobre cada uno de los frentes abiertos en medio de semejante aquellarre sanitario.
Esas discusiones entre militantes de los distintos “bandos” que conformaron la unidad frentista para alcanzar el gobierno de la Nación, suelen expresar opiniones basadas en hechos irrefutables, pero de difícil dilucidación por medio de discusiones o amenazas de abandonos prematuros, sin considerar las subjetividades de quienes reciben los mensajes de ese tipo, que terminan por elegir jugar cada uno para el “bloque” que se corresponda más cercanamente con sus íntimas apreciaciones de la realidad.
Pretender unidad absoluta de criterios sería pueril y hasta contraproducente. Elegir la disolución inmediata de un frente de las características reconstructoras del tejido económico, social, productivo y cultural que demanda la hora, puede constituirse en el puntapié inicial del abandono de la idea misma de Patria que, seguramente todos quienes con lógica pasión, discuten medidas y posturas, poseen como el capital iniciático de esta nueva “aventura” en busca de una escurridiza y destruída justicia social basada en la soberanía política e independencia económica que siguen, todavía, en deuda.
Aunque la lealtad suele (a veces) confundirse con la genuflexión, debiera ser la base de cada discusión, de cada manifestación de dudas o divergencias, de cada protesta por actos gubernamentales que se crean desviados de lo que constituyó el pacto primigenio que originara esta hipersensible unidad. Lealtad que tiene, como una gran autopista hacia la nueva Nación soñada, un ida y vuelta que es necesario cuidar que se mantenga siempre, asegurando el oído atento de ambos lados para comprender cabalmente lo que cada uno exprese.
El punto esencial es la comunicación. La que se da hacia toda la ciudadanía, está profundamente atravesada por la hegemonía cartelizada de las corporaciones mediáticas dominantes desde hace demasiado tiempo, sin que se les haya puesto en frente rivales de similares dimensiones y opuestos orígenes ideológicos. El Estado, esa imprescindible herramienta administrativa de la sociedad que lo conforma, sigue necesitando voces que le hagan escuchar sentidos distintos a los emergentes de los desaforados mensajes de los “mentimedios” que forman conciencias retorcidas, que desconocen la realidad aunque ésta signifique sus propias muertes, como es el caso de la pandemia.
El aprovechamiento de las pugnas entre militantes y líderes, forma parte del “manual” de los medios hegemónicos y sus patrones ideológicos. La exaltación de las divergencias y la anulación de los entendimientos son la base de las cuales se valen para minar los procesos complejos que demandan las unidades entre tan diversos modos de comprender la realidad. Anular el racional método de escucharse entre esas corrientes para intentar no perder la nueva oportunidad, es el obejtivo principal. Separar las figuras principales que dieron orígen a este nuevo intento de redención popular, forma parte del arsenal que atomice a la sociedad definitivamente y haga imposible el regreso en caso de una derrota en esta batalla por la razón.
Como siempre, a mayor nivel de responsabilidad de conducción, le corresponde una más alta obligación de escuchar a la parte de la sociedad que le colocó en ese lugar de privilegio para gestionar la construcción de una nueva Nación. También un mayor respeto hacia quienes dejan sus vidas para empujar el carro hacia la escurridiza victoria que nunca termina de concretarse. Además, una mejor diferenciación de los interlocutores, a quienes no se les puede catalogar solo con base en la capacidad de manejo discrecional de poderíos económicos, sino en el justo término de la importancia que posean para el desarrollo virtuoso que se pretenda.
Ese desarrollo, cuando de gobierno popular se habla, no puede ser otro que el que coloque la preminencia de los valores doctrinarios que aseguren el dominio del Pueblo por sobre las corporaciones. Un dominio que debe ser interpretado como la manifestación concreta del ideario de justicia social que todos los hombres y mujeres de bien tienen como sus banderas fundamentales, aunque a veces terminen arrastrados por la corriente maligna de los poderosos y sus voces denigrantes de lo humano.
Escuchar pareciera ser el acto más revolucionario del momento. Pero para ser capaces de percibir el tenue pero persistente sonido libertario que cada palabra popular contiene. Para concebir un nuevo método de comunicación racional y sensible a las pasiones, una configuración indispensable para conjurar el peligro del regreso del neoliberalismo y sus perfidias. Escucharse resulta ahora más importante que gritar los enojos (razonables o nó). Desentrañar con respuestas honestas y militancia de la verdad los hechos tergiversados por el enemigo, son la base imprescindible para convencer a las mayorías de que este nuevo camino conduce al horizonte deseado. Comprender las razones de las diferencias, es la razón misma de la constitución de un proceso unitario como el emprendido. Asegurar que las voces exaltadas sean apaciguadas con el entendimiento de sus orígenes, demostrará que los conductores tienen la imprescindible sensibilidad popular como para ser quienes son y hacer su tarea con las conciencias liberadas de las presiones del Poder Real. Esa es la demanda popular, ese es el destino ilusionante y esa es la forma que adopta, hoy en día, la reconstrucción de la Patria.

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