jueves, 11 de junio de 2020

LA IDEOLOGÍA DE LA DESIDEOLOGIZACIÓN

Imagen de "América Latina en movimiento"
Por Roberto Marra
Si hay algo que les molesta especialmente a los representantes (declarados o no) del denominado “establishment”, es que un gobernante manifieste una propuesta que toque, aunque sea mínimamente, a sus intereses. Ahí comenzarán las retahilas de discursillos donde una palabra será la “vedette” en cada exposición antagónica de las medidas tomadas por el gobierno de turno: “ideologización”.
Según esos patanes con ínfulas de “notables”, las ideologías no pueden ni deben jamás formar parte del léxico gubernamental. Ese deseo imposible, se lo mire por donde se lo mire, manifiesta la profunda ignorancia de esos poderosos caballeros o, lo que resulta peor, la tremenda distancia con la realidad en la que basan cada uno de sus actos. Porque es insoslayable que en cada actividad humana se manifiesten las ideas a través de las acciones o la transmisión de los proyectos de ellas.
Resulta inverosímil las pretensiones de eludir la exposición de la ideología que contiene una medida económica, financiera, productiva, educativa, cultural o diplomática. Está en la génesis de cada una de esas disposiciones la intervención imprescindible de las ideas para su elaboración, porque los humanos son, invariablemente, sujetos que basan sus actos en ellas. Todos tenemos una ideología que nos guía, para bien o para mal, incluso quienes dicen no tenerla, como vemos en esos energúmenos que gritan su odio a “la política”, cuando logran juntarse para hacer su insoportable ruido opositor a los gobiernos populares haciendo … política.
La misma característica se pone al frente de cada exposición mediática, donde los periodistas “serios” no cejan en su empeño de no molestar al Poder, para lo cual adoptan también ese lenguaje ilógico, introduciendo la “palabrita” maldita en medio de sus editoriales, esas monsergas vanidosas de quienes se piensan a sí mismos como tocados por el dedo de Dios. Del Dios mercado, claro. Alaban los discursos de los gobiernos que “no ideologizan” (dicen) las propuestas, lo cual significa que, o se trataba de declamaciones vacías de contenido, o lo que resulta peor, no comprendieron el mensaje de su alabado.
Se sabe que cuando mayor nivel de brutalidad de la población, su dominación resulta más fácil de concretar y sostener. De ahí la persistente utilización de esa idea de que no deben expresarse las ideas. La insistencia ha logrado sus frutos, al punto de escucharse en las repetidas víctimas de tales consejos las mismas taras de sus “maestros” televisivos, gritando que no se “ideologicen” los discursos. El veneno negador de la realidad ya ha traspasado sus espíritus, ha vencido las murallas de la lógica que todos disponemos para pensar. Justamente, pensar, es el hecho maldito de esta sociedad marginadora y falaz, donde la mentira manda y los discursos se deconstruyen para satisfacción de quienes mandan de verdad, los que nunca abandonan sus poderes, siempre basados en la ignorancia de las mayorías.
En estos últimos veinte años, aproximadamente, también se ha utilizado, con la misma intencionalidad que la palabra “ideologización”, la derivada del apellido del líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez. De él han elaborado esa otra expresión, tan usada por los “mentimedios” y sus habitantes del horror semántico: “chavización”. Tremendo insulto les parece a estos ridículos escribas, el señalar ese supuesto direccionamiento en los gobiernos de otros países. Y en el nuestro, por supuesto.
La “chavización” es, según estos borrachos de ignorancia, el horror mismo, la llegada al infierno, el final de nuestros días de “placer” antisocial, donde el valor de las vidas se miden por la herencia de apellidos o la acumulación de fortunas. Al igual que la “ideologización”, la sentencia está anticipada en la definición del aludido como partícipe del que consideran el máximo oprobio de un político “de raza”, como les gusta denominar a aquellos que nacieron de sus entrañas oligárquicas.
A partir de estas oscuridades, estas noches. En base a semejantes definiciones obtusas, los logros de los gobiernos populares se reducen, los miedos de algunos representantes a perder sus pequeños privilegios les hace alejar de sus ideologías, ocultándolas tras un velo de supuesta “convivencia” con los opositores, a quienes parece que no hubiera que contradecirlos, para ser considerados “buenos políticos”. Ese será el momento en que todo rasgo de prosperidad comenzará a anularse, donde los atisbos de justicia social se empezarán a desdibujar tras la niebla de las cobardías de llamar a las cosas por sus nombres.
La ideología de la desideologización está presente en cada grito destemplado de los cobardes que acostumbran a resolver todo con insultos y rebuznos incoherentes. Está en cada declaración o solicitada de los grupos de pretendidos “intelectuales” que se creen dueños de la verdad que les prestan los poderosos para exhibir sus inequidades como “gloriosos” actos de rebeldía antipopular. Está en las maniqueas enunciaciones de sus ideales, los intocables, los que les pertenecen y manejan para obligar al resto de la sociedad a no tenerlos. Está en la brutalidad que ejercen con sus policías y gendarmes al servicio de un Poder Judicial que también tiene ideología, la más espeluznante, porque destruye vidas ajenas en nombre de su pertenencia a una “nobleza” tan innoble como degradante.
Es tiempo de construir poder, de reparar los daños producidos por estos aparentes “desideologizados”, caterva de inútiles con demasiado poder y escasas capacidades neuronales. Llegó la hora de olvidar sus definiciones absurdas, de jugar con la verdad en la mano, de trazar una línea que nos separe para siempre de sus desvíos antisociales. Es ahora cuando las ideas, esas invencibles manifestaciones del raciocinio y la soberanía mental, deben ponerle fin a tanta oscuridad semántica y lanzar al viento las invencibles verdades populares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario