miércoles, 17 de junio de 2020

¡EXPRÓPIESE!

Imagen de "Tiempo Argentino"
Por Roberto Marra
El caso Vicentín ha desatado una ola de opiniones sobre el tema de su expropiación, basadas, las mayorías, en los prejuicios insertados en la sociedad gracias a esa inmensa y (aparentemente incontenible) red mediática que ha logrado generar y mantener un pensamiento preponderante, casi único, sobre los conceptos que involucran a la economía (y no solo). De esa forma, los “popes” de la sapiencia económica instalaron en las conciencias mayoritarias, el virus del desprecio a lo público, la exaltación de la acción de lo privado y la negación absoluta a la modificación de sus ideales meritocráticos. Son sus banderas irrenunciabes para el mantenimiento de un sistema social injusto, económicamente dependiente de las decisiones de las corporaciones transnacionales y con la pérdida casi total de la posibilidad de tomar decisiones soberanas para el desarrollo nacional.
Tan fuerte ha sido esa prédica al respecto, que hasta integrantes de los gobiernos populares han adoptado sus lenguajes, tal vez por miedo a perder credibilidad entre los poderosos con quienes deben discutir cada día la evolución de las políticas públicas. Tanto poder manifiestan los dueños o gerentes de esos inmensos conglomerados de empresas, que pareciera imposible doblegarlos en sus maneras de autodirigirse, ignorando siempre la acción estatal, como no sea para solicitar subsidios con base en sus falsas contadurías.
La evasión fiscal es un juego de niños para estos patanes con ínfulas de “grandes empresarios a los que les interesa el País”. Sub-facturaciones, apertura de falsas sucursales en países donde no se les cobra impuestos, información distorsionada de su realidad productiva, participación en todos los rubros que involucren sus actividades para allanar los caminos a la acumulación de capitales sin restricciones, generación de “lobbys” para presionar a los gobiernos, complicidades manifiestas y descaradas con cualquier actividad ilícita que les pueda proveer de beneficios espúrios, y así de seguido.
Toda esa descripción no alcanza a dimensionar el grado de distorsión de la economía de la Nación, por efecto de la actuación de este y otros tantos grupos que dominan por completo la actividad productiva local. Cuando se habla de pobreza, subdesarrollo y marginación, se habla también de ellos, de sus dominios absolutos sobre las decisiones que se toman. Cuando se intenta legislar para corregir, aunque sea mínimamente, los enormes desfasajes en la pirámide social, sus representantes más obsecuentes, partícipes todos ellos de las ganancias obscenas de los grupos que les proveen del respaldo para sus llegadas al Parlamento, ponen “el grito en el cielo”, se desatan campañas mediáticas descomunales para aplastar esa voluntad de cambio de esta realidad mancillante de los derechos más elementales.
Esto es el capitalismo. Esto es el sistema que pareciera, incluso en boca de los dirigentes más conspicuos de los gobiernos populares, que no puede sino “atemperarse”, tratando de disimular los efectos de sus piraterías de seres humanos condenados al fracaso eterno, de sus pretensiones ilimitadas de dominación de la naturaleza para provecho repugnante de unos pocos malvivientes con ínfulas de financistas globales.
Esta es la base oscura y maloliente donde se erigen estas sociedades de individuos egoístas, que prefieren satisfacer sus adhesiones miserables a los oligarcas que los sojuzgan, antes que intentar modificar la correlación de fuerzas para construir una sociedad más justa. Es el ámbito donde hasta una pandemia es minimizada para elevar sus rangos de obsecuentes con el Poder, de seguidores a ultranza de idearios genocidas, para satisfacer sus pretensiones de pertenencia a un “status” que nunca alcanzarán de verdad.
En medio de semejante explosión de paradigmas antisociales, desatado ya el moño con el que nos han presentado siempre a estos energúmenos travestidos como “grandes empresarios”, se abre un panorama en el que un gobierno popular podría actuar con una actitud superadora de la timorata acción seguidista que regularmente se ha tenido con semejantes ladrones de guantes blancos. Pero el miedo al solo uso de la palabra “expropiación”, ha llevado, incluso a miembros del actual gobierno, a apurarse a definirse como no propiciantes de ese tipo de acciones regulatorias de la economía.
Infiltrados hasta en las consciencias de los buenos líderes, el maldito virus del capitalismo ha logrado hacer retroceder las voluntades de cambios reales y provechosos para las mayorías. La reproducción infinita de sus disvalores ha dispersado los sueños de creación de un sistema donde prevalezca el ser humano por sobre la economía, terminando por aceptar sólo la adopción de paliativos a semejante destrucción de la idea misma de una “sociedad justa”.
Para reconstruir la esperanza, para volver a repensar la libertad como principio solidario y no como dispersión individualista, para generar y sostener un crecimiento equitativo de todos los ciudadanos, para hacer realidad la soberanía, para concretar la independencia y crear justicia, no queda otro camino que expropiar. Expropiar las eternas pretensiones dominantes de los poderosos, expropiar las ventajes de los malvivientes financieros, expropiar los modos de producción esclavizantes, expropiar los bienes mal habidos de los que se robaron todo (pero de verdad). Y expropiar los miedos a expropiar, esos que nos atan a la miserable incomprensión de que los sueños no pueden ni deben ser sólo eso, para transformase en abono de la semilla de Justicia Social, que nunca pudo germinar del todo.

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