miércoles, 29 de agosto de 2018

OTRA VEZ EL FANTASMA

Por Roberto Marra
En “El fantasma de Canterville”, cuento del extraordinario escritor irlandes Oscar Wilde, una familia estadounidense se muda al castillo de Canterville, en la campiña inglesa. Al comprarlo, su dueño les advierte de la presencia de un fantasma desde hacía trescientos años, el de Sir Canterville, antiguo propietario del cual es su descendiente, quien permanecía como espectro en el lugar después de haber asesinado a su esposa. Pero el nuevo propietario desoye esas advertencias y, mudado allí con toda su familia, toda ella termina ignorando y burlándose de cada una de las manifestaciones de ese sufrido fantasma, lo que lo lleva a éste a una profunda depresión y termina, por fin, muriendo en forma definitiva con la ayuda de una de las hijas del nuevo dueño del lugar.
Entonces, aparece Duhalde. Sí, el mismo que fuera presidente de la transición entre el abismo de la “alianza” delarruista y el sol de aquel 25 de mayo donde comenzara una nueva esperanza popular. El mismo que les aseguró los beneficios de la pesificación violenta a los Magneto y compañía, el que ordenó la represión que acabó con Kosteki y Santillán, el que escribió, mucho antes, ese famoso librejo junto a su entonces compañero de fórmula, Carlos Saul 1° (y esperemos que único), donde hablaba de esa promesa, que el tiempo mostró como ridícula, de revoluciones productivas que jamás impulsaron ni quisieron.
Es nuestro propio “fantasma de Canterville”, que no deja de aparecer y desaparecer, trayendo siempre amenazas y obscenas opiniones sobre su paradigma del odio, el “kirchnerismo” y, más precisamente, Cristina Fernández. Tal como aquel del fabuloso relato del inigualable dramaturgo, este fantasma se mueve a nuestro alrededor sin poder hacernos sentir más que molestias derivadas del olor a política muerta, a ideas putrefactas y expresiones rayanas con el ridículo.
Alguien lo elevó a las alturas de un estadista porque, dijeron, supo llevar “firmes” las riendas de ese complejo período. Olvidaron que, para llegar a hacerse del cargo, confabuló junto a otros similares politiqueros, de escaso patriotismo, para eliminar del camino a quien pudiera animarse contra la embajada “amiga” y sus decisiones tajantes de un “consenso washingtoniano” que sigue aún marcando nuestros destinos.
Ahora vuelve a pasearse por las “habitaciones” preferidas de lo que parece ser su “Canterville” preferido, los sets televisivos del Poder magnetista, haciendo las veces de “opositor serio”, categoría que involucra a toda clase de traidores ideológicos y conniventes previos de la runfla envenenadora (real) que nos gobierna. Allí continúa su ireductible avasallamiento de la verdad, con visiones apocalípticas del gobierno anterior y “responsables” críticas al actual.
Sin embargo, hay una diferencia fundamental con el fantasmal protagonista del cuento. Éste no se deprime nunca. No puede hacerlo, porque su perversión es la condición que lo aleja de ese posible estado de las personas (y los fantasmas) de sentimientos nobles. Es perversa su burlona forma de expresarse, que deja traslucir un profundo desprecio hacia los demás, manifestando exactamente lo contrario de lo que piensa, tratando de endulzar el oído de los desprevenidos y asegurar la voluntad de la “manada” odiadora, que acepta sus diatribas para justificar sus sentimientos sin argumentos.
Seguirá transitando los espacios mediáticos con sus quejumbrosas injurias, alabando sus propias miserias morales, tratando de atravesar sus repetidos palos en la rueda de la historia, inundando de invectivas la honra de los auténticos líderes, malversando el uso de la palabra “peronismo”, deshonrando su pasado y orientado a enflaquecer su futuro. Pero no tendrá éxito alguno. Continuará siendo ignorado por las mayorías y, al igual que aquel desgraciado Sir Canterville, se irá de este Mundo solo para cumplir con el peor de los destinos de un ser humano: el olvido popular.

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