martes, 31 de julio de 2018

CIENCIA Y CONCIENCIA

Imgen de "La Izquierda Diario"
Por Roberto Marra
Una definición de la ciencia es la que dice que se trata de un “conjunto de conocimientos objetivos y verificables, obtenidos mediante la observación, la experimentación y la explicación de sus principios y causas, formulando y verificando hipótesis mediante metodologías adecuadas y la sistematización de los conocimientos”. Esta explicación de su significado general, ya nos da una idea acerca de lo mucho que se requiere para hacer ciencia. Nos encamina hacia lo que hay detrás de los hechos científicos, de la estructura imprescindible que necesitan sus actores para concretar sus investigaciones con visos de obtener resultados útiles para la sociedad en las más diversas materias.
Como los repollos no producen científicos, hay que formarlos. Lo cual precisa de una estructura formativa universitaria que basamente sus capacidades y las eleve por encima de lo común, de manera de obtener personas capaces de pensar mucho más allá de lo que se ve y se siente, para poder entrenar sus mentes en el manejo de utopías hasta convertirlas en realidades verificables.
Una vez formados en las universidades, necesitarán de ámbitos donde desarrollar todas sus idoneidades y sus experimentaciones concretas. Recintos que no son simples edificios con mesas y sillas, sino específicos espacios de las más diversas características, con elementos tecnológicos que serán las herramientas para elaborar sus hipótesis y llevar a cabo sus experimentos hasta obtener los ansiados resultados finales.
Además de todo eso, la ciencia demanda metas. No se la genera solo para satisfacer los egos de sus protagonistas o lograr la obtención de algún premio a nivel mundial, como si se tratara de campeonatos deportivos. Y las metas, si se trata de una Nación que pretenda ser considerada como tal, las debe fijar la sociedad a través de las administraciones gubernamentales que la representan. Es decir, el Estado.
Claro que para eso, primero debe haber una intención real de hacer ciencia como método para elevar la calidad de vida de la población e impulsar a la Nación hacia estadíos superiores, en su estructura económica en general y productiva en particular. Un estado atravesado solo por los intereses mezquinos de minorías poderosas y profundamente ignorantes del significado del uso de la ciencia para posibilitar un crecimiento material superior, devengará en un destino miserable para sus habitantes y, lo que es peor, en la sumisión absoluta a los dueños del conocimiento a nivel mundial.
La ciencia demanda tecnología y también la crea. Eso implica desarrollo productivo, empresarial, laboral y elevación de las tasas de ganancias de todos los sectores involucrados. Posibilita la competencia con países desarrollados, la penetración en “sus” mercados monopolizados y la generación de nuevas formas de relacionamientos regionales, que impulsen la complementariedad y potencie mejoras estructurales en cada uno de esos países hermanos.
Para lograrlo, además de un Estado comprometido, de presupuestos reales crecientes y orientados hacia desarrollos que permitan concretar esos objetivos, se necesita de un Pueblo convencido y dispuesto a solventar su futuro invirtiendo en conocimiento, el más preciado tesoro, el más resguardado por los mandamases planetarios, velado siempre para nuestros intereses, método infalible que aseguró, hasta ahora, su dominación.
Ha llegado la hora de la ciencia. Pero de la nacional. Pensada como compañía inexorable para cambiar la vida de los postergados de siempre, para arrasar con la pobreza, para convertir a la soberanía en algo más que letra muerta, mucho más que una buena intención de seguro destino fracasado. Llegó el momento de frenar el escarnio a sus protagonistas, la burla hacia sus esfuerzos y el desprecio de sus trabajos, por los brutos de un Poder encadenado a su añorado pasado de vacas y esclavos, trinchera repugnante de acumulaciones de riquezas vergonzantes.
Es tiempo de variar el rumbo para trocar sus objetivos miserables por el orgullo de una auténtica independencia, tantas veces frenada por esos mismos engreídos de dominios imperecederos y sus socios imperiales. Y será también con ciencia que se los derrotará. Y con conciencia.

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