sábado, 3 de febrero de 2018

LEGÍTIMA DEFENSA

Imagen de "Trome"
Por Roberto Marra

El cine norteamericano suele mostrarnos, como parte de la construcción de sentidos que la dan forma al sistema de dominación cultural, escenas y relatos donde la venganza directa, el asesinato disfrazado de légítima defensa, es ejercido y exaltado como método legal para acabar con el delito. Así, muchas veces observamos como policías “luchadores por la libertad y las leyes”, torturan, amenazan, golpean despiadadamente y terminan baleando impúdicamente a sus perseguidos, todo justificado por la necesidad de salvar a la “sociedad sana” del desborde delictivo.
Esto, que no es otra cosa que la proyección de una realidad que a diario sucede en aquel Imperio, como parte de la construcción de un mundo donde la violencia es la base de las relaciones in-humanas que conforman su idiosincrasia, se repite, como copia fiel, en nuestro País.
Y acá, como allí, los medios de comunicación son la herramienta primordial para justificar las aberraciones más atroces cometidas por las fuerzas de “seguridad” contra los acusados de algún delito. Esto, siempre y cuando se trate de miembros de los sectores más empobrecidos de la sociedad. Nunca veremos actos de semejante injuria ilegal ejercida contra algún poderoso ladrón de guante blanco, contra un evasor de formidables fortunas, de hambreadores sistemáticos de millones de ciudadanos sometidos a la miseria del desempleo.
De tan justificado por la acción mediática, estos actos de supuesto “exceso” en el uso de la fuerza que el Estado le otorga a los miembros de las instituciones creadas para prevenir y combatir el delito, terminan por parecer “normales”. Forman parte del paisaje televisivo diario ver cuerpos de supuestos delincuentes tirados en las calles.
Algunos de los peores exponentes de esos que se autoerigen como periodistas, vulgares cloacas vocingleras al servicio de la construcción de una cultura del odio, aprovechan estos actos aberrantes para soltarse de las cadenas del raciocinio más elemental y alimentan a los televidentes obnubilados por el martirio de sus pobrezas materiales y morales, que observan con placer la muerte de personas de quienes ni siquiera saben las razones y las circunstancias que les llevaron a esas situaciones.
Hay que terminar con estos delincuentes como sea”, gritan muchos. “Nosotros vivimos entre rejas y ellos libres”, dicen algunas señoras gordas, mientras sus niñitos juegan a matarse con revólveres de juguetes. “Hizo lo que tenía que hacer el policía, era su vida o la del delincuente”, dicen quienes solo ven lo que el Poder y sus hipnotizadores de pantallas ensangrentadas les ordenan.
Queremos vivir en paz”, se repite hasta el cansancio. La paz de un gigantesco cementerio, donde no solo se entierran a los muertos por las balas irracionales de un Estado putrefacto, sino también se arrojan a la fosa común del fin de la humanidad, los principios morales, la solidaridad, la razón, la verdad y la justicia. Mientras desde una pantalla roja se nos da la primicia de que, “por suerte”, otro delincuente ha sido “abatido”.

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