domingo, 4 de febrero de 2018

“CLASE POLÍTICA”

Imagen de "Blog de Proyecto Lemu"
Por Roberto Marra

Hay una expresión que siempre aparece a la hora de designar a quienes participan de la actividad política en forma permanente, que forman parte de instituciones de los distintos ámbitos estatales o integrantes activos y dirigentes de distinto órden en los partidos y movimientos políticos. Esa forma de denominarlos es “clase política”.
Por fuera del análisis filosófico que se puede hacer sobre la división de la sociedad en clases, los orígenes de las mismas, sus devenires históricos y la aceptación o negación que se hace sobre su existencia real por parte de algunos sectores interesados en ver forzadamente a los grupos humanos como un todo uniforme, está la realidad, esa que por más que nos empeñemos en ignorarla o maquillarla, nos demuestra que las clases existen, nos guste o no.
Después viene la decisión de como nos paramos frente a esa realidad. Están los que hablan de lo impostergable de una lucha entre esas clases para dirimir la supremacía que una de ellas debería ejercer para encarrilar a la humanidad hacia destinos de igualdad hasta ahora nunca alcanzados. Están quienes pretenden aglutinar a todas esa clases, amalgamarlas en un todo barroso e informe que, se supone, eliminaría todo problema derivado de las diferencias notorias entre los miembros de esos distintos sectores de intereses y vidas absolutamente opuestas.
En esa discusión se introduce esta famosa caracterización de “clase política”, como si se tratara de un tercero en discordia en la pelea conceptual por la primacía de la razón para el desarrollo social, supuesto objetivo que todas las clases tendrían. Pero la realidad, con su clásica porfiadez, nos hace caer en la fuente de la sabiduría de los procesos históricos, donde se termina por demostrar que no existe tal “clase política”, sino simples representantes, dentro de cada clase, de los intereses que se pretenden imponer.
El concepto de “clase política” es una misma bolsa conceptual donde se introducen a todos los líderes, de cualquier ideología, que el Poder Real necesita para esconder sus daños permanentes a la sociedad, escudándose tras las máscaras engañosas de los peores representantes de la actividad política, impuestos a fuerza del embrutecimiento de las mayorías populares, a través de los medios que (no por casualidad) se han convertido en el mismo Poder que decide todo, incluso nuestros deseos.
Cuando la sociedad termina sufriendo los estragos económicos, las inseguridades personales, la falta de desarrollo productivo o el incumplimiento de las promesas, el Poder se asegurará de generalizar las culpas hacia la misma “clase política” que gestó para concretar sus planes, aprovechando para convertir las pasiones de las clases postergadas en odios hacia sus auténticos líderes, aquellos que no forman parte de esa inventada clase desclasada.
A pesar de lo evidente, esta creación sigue generando estupidizados adherentes a una mentira programada para el fácil dominio por parte de la clase que se autoerige como la eterna dueña del Poder. Esa misma de la que pretenden formar parte los politiqueros variopintos que se ven tan altivos y felices cuando se les menciona como parte de esa ridícula y perversa “clase política”. Al menos hasta que sean desechados por la llegada de una nueva camada de traidores.

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